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Guillermo Manuel Pelayo Barquín (Santander, 1961), cabeza visible de la empresa avilesina Barquillos Pelayo, recibió en el Hotel Palacio de Avilés el galardón anual ... que entrega la Sociedad Económica Amigos del País, un premio que «me hace mucha ilusión, la verdad. Me lo comentaron sobre el mes de diciembre, cuando estaba con las castañas, no me lo esperaba y fue una alegría», comenta el protagonista en el poco tiempo libre que tiene entre la realización de los barquillos y el comienzo de su reparto por Avilés.
Pelayo, que continúa con el negocio de su padre, que regentaba un quiosco fijo en el Parque del Muelle, se prepara ya para la temporada estival, a la vuelta de la esquina. «Aunque vendemos barquillos todo el año por Avilés, es verdad que con la llegada del buen tiempo ya vamos más a Salinas, donde estamos todos los fines de semana, y después en verano volveremos como siempre a la playa». Con su bombo de 40 kilos, ese que a veces le da algún que otro problema de espalda. «Cosas lógicas, pero nada que me impida seguir con el trabajo», sonríe.
Y es que a sus 64 años, a Guillermo Pelayo todavía le queda cuerda para rato. «Siempre he dicho y mantengo que seguiré hasta que el cuerpo aguante. Los barquillos son mi vida y no os imagináis lo que me aporta salir todos los días a la calle a vender y notar el cariño de la gente de todas las edades. Eso hace que me lo pase muy bien», asegura.
Y eso que le toca madrugar, y mucho, para tener todos los días listos los barquillos a las 11.30 de la mañana, con una receta secreta especial que se queda en la familia. «Es lo que me gusta. En noviembre los barquillos quedan un poco apartados porque es el mes en el que más amagüestus tenemos, pero el resto del año funcionan bien. Son muchas horas, pero ya digo que merece la pena». Y más cuando se reciben premios, como el que también recibió hace un tiempo de la Sidrería Yumay. «Me siento muy valorado en la comarca».
Sus hijos no van a continuar con la empresa, por lo que, salvo sorpresa mayúscula, Pelayo asume que el negocio terminará con él. Al menos tal y como se vino desarrollando durante los últimos 144 años. Sus dos hijos, explica, «no seguirán con la figura del barquillero en la playa». «La idea, cuando me jubile, es abrir un local con las máquinas de castañas y el obrador, una especie de cafetería que sirva de museo para cerrar ese círculo del barquillo a pie de calle», cuenta entre orgullo y nostalgia. «Pero bueno, es solo una idea. Ellos se piensan que el padre va a seguir haciendo barquillos toda la vida», bromea. Lo que está claro es que a corto plazo, así va a ser.
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