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Rosa Fuentes
AVILÉS.
Lunes, 23 de diciembre 2024, 01:00
En el teatro no siempre la escena es la que parece por mucho realismo que se ofrezca, así que cuando una limpiadora se sube al escenario con un plumero blanco, un director habla desde la platea y le pide al público que aplauda con los ... dedos o un guía los recibe como si fueran artistas, algo no va bien o todo es perfecto, y esto último es lo que ocurre en el Teatro Palacio Valdés de Avilés estos días. Las llaman visitas teatralizadas, pero en realidad son un derroche de imaginación y diversión para que el público conozca sus entrañas y sientan brincar las almas de artista durante una hora de recorrido.
Cerca de la puerta les recibe un guía especial, de nombre Pelayo Carrizo, que en realidad es un director de escena fracasado que se oculta tras un papel «muy cuidado», con normas difíciles de entender. Le responden unas caras que van cambiando hacia la risa según avanzan por el edificio.
Conocer el teatro desde dentro es «otra forma muy divertida» para Paola Rodríguez que está acostumbrada a los aplausos y que se presenta como una bailarina que no disfruta con el público encima del escenario pero se las arregla para resultar atractiva. Casi que riñe a los que tiene delante, pero se las apaña para caer en gracia. Todo forma parte de la magia y el espectáculo.
Hugo Manso interpreta al crítico y al guardia de seguridad, y busca la venganza para juzgarlo todo al detalle. Lo consigue «enseñando al público una parte del teatro que normalmente no se ve». Xana del Mar trabaja en el papel de Chon, la señora de la limpieza, y «no solo limpio los recovecos del teatro sino que busco grietas gravitacionales y hago viajes en el tiempo». De su papel salen historias que posibles sobre estas tablas hace décadas.
Roberto y Marisol son asiduos de este arte y se confiesan «incapaces» de aguantar la respiración casi hasta tiempo de apnea, pero como se lo pide el director «iremos practicando para conseguirlo», según le prometieron.
Continúa el recorrido y los palcos están felices, la lámpara central brilla como lo harían siete soles y el suelo, «el original del teatro» que el guía pondrá en la cocina de su casa, recuerda que otros pasos ya chocaron contra él desde 1920. En aquel año no se sucedía la trama bajo la atenta mirada de José Busto, pero ahora sí. El dramaturgo los sigue de lejos, pendiente con cada movimiento y apenas se acerca para comprobar que todo ocurre a su gusto. Parece que el teatro entero rebosa energía y el público en movimiento demuestra la alegría. Hoy es el último día para comprobarlo.
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