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BORJA PINO / RUTH ARIAS
AVILÉS.
Domingo, 11 de septiembre 2022, 02:34
Avilés tenía una cuenta pendiente con Dacal. Había recibido premios y reconocimientos, pero nada a la altura de lo que su altura deportiva y humana merecía. Han tenido que pasar cincuenta años desde aquel septiembre de 1972, cuando en Munich Enrique Rodríguez Cal, Dacal II, o simplemente Dacal, se hiciera con una medalla olímpica para que Avilés le rindiese un verdadero homenaje y diese a un polideportivo el nombre de una persona que, además de aquel bronce olímpico, supo ganarse a lo largo de los años el cariño de la gente y convertirse en una de las personas más queridas de Avilés.
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La ciudad tenía esa deuda pendiente y ayer, por fin, la saldó. El nombre de Dacal será recordado para siempre en el polideportivo de La Toba, que ya lleva su nombre y donde reposa un busto con su figura, obra del artista Favila. Hasta allí llegó toda una representación de la sociedad avilesina y, sobre todo, del mundo del deporte local, en una carrera de relevos que partió a las once y media de la mañana de la plaza de España, con el propio Dacal, visiblemente emocionado y afectado por la enfermedad que padece, la ELA, siguiéndola en un coche descapotable para completar, además, el último relevo a la antorcha. «Me prometí no llorar y no lo he conseguido. Este es el día más feliz de mi vida», acertó a expresar.
Dacal fue recibido con vítores cuando, en septiembre de 1972, regresó de Munich con el bronce colgado del cuello. Cincuenta años después de aquello, ayer pudo revivir aquellas emociones con otro gran homenaje popular, este con carácter más institucional y expresando el sentir de toda una ciudad. Fue el único medallista español de aquellos juegos, en una época en la que nuestro país no estaba en absoluto acostumbrado a subirse al podio. Toda una gesta que merecía este segundo reconocimiento.
Arropado por la alcaldesa, concejales, la cronista y, sobre todo, deportistas, el entrenador del Toscaf, Juan Muñiz, puso en marcha la antorcha que otros quince atletas se encargaron de transportar hasta La Toba.
Si ya la partida desde la plaza de España resultó emotiva, todos los sentimientos contenidos se desataron con la llegada de la comitiva al complejo deportivo de La Toba. Con la antorcha en manos de Alfonso Menéndez Vallín, medalla de oro en tiro con arco en los Juegos de Barcelona de 1992, fue él quien, al llegar al aparcamiento, puso la pieza en manos del veterano boxeador. Desde allí un emocionado Dacal, empujado en silla de ruedas por su hija María José, cruzó el puente y emprendió el camino a orillas del Arlós, rumbo al polideportivo al que ya da nombre.
El tránsito fue un multitudinario baño de masas para el homenajeado. Decenas de deportistas y curiosos, muchos de ellos niños, formaron un pasillo a ambos lados del camino, desde donde vitorearon a Dacal e, incluso, bromearon con él. Una sonrisa colectiva se dibujó en muchos de los rostros cuando el púgil ofreció a uno de los pequeños probar a darle un puñetazo en el hombro; eso sí, «despacín».
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Al fin, esquivando a la marea de aficionados, el grupo arribó al polideportivo y, ante una audiencia de más de un centenar de personas, Gerardo González, presidente de la Atlética Avilesina, abrió con su intervención el acto. «Te debíamos este homenaje, y aquí estamos», admitió. Y aprovechó para leer unos versos escritos por el organizador deportivo Maxi González Asprón.
Sus palabras dieron paso a una de las intervenciones más emotivas: la del exjugador del Real Oviedo Juan Carlos Unzúe. Víctima también de la ELA, suplió su imposibilidad para acudir con un mensaje grabado, en el que deseó al boxeador «ánimo y fuerza, a pesar de esta enfermedad que nos ha llegado». Un escueto, aunque sincero, deseo que propició las primeras lágrimas entre el público.
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De compañeros de dolencia a camaradas sobre el ring, el siguiente en tomar el micrófono fue el también púgil José Manuel Gómez Fouz, quien proporcionó el componente nostálgico. «Dacalín y yo fuimos muy amigos; empezamos con quince años», rememoró, y recordó sus primeros combates juntos en Santander, donde «todos los asturianos perdieron, menos nosotros». Entre vivencias y anécdotas, confesó que, en su opinión, «de haberse mantenido como 'amateur', habría ido a otros Juegos», y no dudó en afirmar que «este último combate contra la ELA lo va ganar o, al menos, a estabilizar».
Aunque por siempre ligado a Avilés, su hogar adoptivo, fue en Candás donde Dacal vio la luz el 17 de noviembre de 1951. Por ello, la alcaldesa de Carreño, Amelia Fernández, se sumó a los testimonios de gratitud hacia un atleta que «nos puso en el mapa con su palmarés. Tu carrera son cincuenta años de lucha y superación, y Candás y Carreño siempre estarán a tu lado».
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Si contar con una medalla olímpica es ya de por sí meritorio, las circunstancias de su obtención engrandecen más la leyenda del púgil, y de dejarlo claro se encargó Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español, mediante un mensaje grabado. «En 1972 sacar una medalla era una heroicidad, y tú lograste la única para España de esos juegos», compartió. «Todos tus éxitos te avalan y te catalogan, y nos has enseñado en el difícil camino del deporte y de la vida».
Precisamente en ese último aspecto, el humano, puso el foco Mariví Monteserín, alcaldesa de Avilés. Si bien sus logros deportivos dan fe de su talento, la regidora, sin apartar la mirada del homenajeado, destacó que Dacal «ha conseguido la mayor medalla que puede lograr un deportista: el cariño, el reconocimiento y la eterna admiración de su pueblo». Un mérito por el que «era un deber para Avilés ofrecerte este acto de gratitud y reconocimiento», y que impelió en Monteserín una última promesa: «Te vamos a acompañar en esta lucha, y no vas a estar solo».
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Pero, sin duda, el más emotivo de los discursos fue el proferido por María Oliva Rodríguez, una de las hijas del púgil. Con la voz quebrada por la emoción y el rostro arrasado por el llanto, narró que su padre «no fue consciente de lo querido que es hasta que cayó enfermo, sin poder dar dos pasos sin que alguien se acercara a darle un apretón de manos, o unas palabras de ánimo». Sus últimas palabras expresaron el deseo «de que el nombre de Dacal, ese pequeño gran hombre, quede eterno en el recuerdo como lo que es: un campeón».
Un estallido de aplausos acompañó esa declaración, y dio paso al momento cumbre del acontecimiento: el descubrimiento del busto, tallado por Amado González, 'Favila'. Tras una breve cuenta atrás, el grito colectivo de su nombre señaló a Dacal el momento exacto de retirar la bandera de España que cubría la efigie. En ese instante, arropado por familiares, amigos y autoridades, las vallas cedieron, y una marea de admiradores rodeó al campeón para expresarle su afecto.
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Entre esas personas figuró Rafael Alonso, concejal de Corvera, quien tuvo el privilegio de conocer a Dacal y de verle boxear. «Quiero destacar la humildad y generosidad de toda su familia y, sobre todo, cómo ha sabido transmitir su pasión por el deporte», reseñó. «Es justo que se sepa que siempre ha sido querido, y no solo ahora por estar enfermo. Incluso en el trabajo, en Ensidesa, era un ejemplo a seguir».
Si bien la ternura y la solemnidad definieron la mayoría del acto, no faltó la crítica a la tardanza en realizar este acto, un sentir que era generalizado y que incluso hizo público una de las hijas de Dacal, María José: «Esto deberían haberlo hecho hace tiempo, cuando él pudiera disfrutarlo de verdad». Durante la intervención de la alcaldesa un pequeño grupo de espectadores profirió un abucheo, que fue aplacado por la propia regidora, que recordó a los presentes que «hoy es el día de Dacal, no el de la alcaldesa».
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Acabado el acto, también la regidora de Carreño trató de aplacar los ánimos. En ese sentido, Amelia Fernández recordó que tanto la administración que preside, como ella misma, «estamos a disposición de la familia, y de la voluntad de Dacal, para exhibir su medalla, si así lo desean. Nuestras instalaciones deportivas estarán encantadas».
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