AMANDA GRANDA
AVILÉS.
Jueves, 18 de agosto 2022, 03:47
Repiqueteaban las campanas de San Nicolás de Bari y los madrileños Enrique Sebastián y Ángeles Revuelta mientras dibujaban con soltura el camino que transcurría hasta allí desde la plaza de Álvarez Acebal. Acompañados de su hijo Pablo, confiesan que no se sienten turistas al uso, ... sino que han llegado a identificarse ya como medio asturianos. «Empezamos viniendo poco a poco, año sí, año también, pero... nos encontramos siempre tan cómodos que no pudimos evitar comprarnos una casa».
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Mitad de año en Asturias, mitad en Madrid, la familia se siente como en casa y conoce perfectamente los más curiosos entresijos de la región. Señalan decididos a la villa avilesina como uno de sus lugares favoritos. «Avilés nos encanta. Pasear por el casco histórico es algo que no tiene precio, pero si ya le añades el parque de Ferrera... cuando te has dado cuenta han pasado horas observando y descansando rodeado de naturaleza en pleno centro de la ciudad», elogian.
Ángeles cuenta haber tenido claro desde el primer momento que el antiguo jardín de los marqueses estaría en el podio de sus recomendaciones a familiares, amigos e incluso a otros turistas que parasen a preguntar alguna dirección durante su clásico garbeo matutino.
«Cuando vinimos por primera vez a Avilés, hace ya ocho años, nos quedamos boquiabiertos. Veníamos sin demasiada expectativa porque nos habíamos quedado con la imagen de la villa industrial que era», señala Enrique. Su mujer recuerda también haber visitado Avilés en varias ocasiones con su padre cuando aún era una niña dice ahora que «es evidente que a lo largo de los últimos años la ciudad ha pegado un giro impresionante, y yo diría que en gran parte es algo que también puede agradecerse al Centro Niemeyer».
Coincidía la familia en que el centro Cultural podía presumir de ser una seña de identidad para la ciudad. «No solo genera un paisaje muy interesante y llena de color la zona de la ría sino que tiene una oferta cultural envidiable. ¡Como para no quedarse!», decía entre risas su hijo Pablo, que añadía que venir a Avilés es también buena forma de homenajear al paladar: «Cachopo, leche frita, pastel de puerros y la verdura fresca que nos regala la vecina de su propia huerta. Es un privilegio».
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El pensamiento de Pablo hizo mella automáticamente en los estómagos de sus padres, que comenzaban a sospechar que se acercaba la hora de comer. «El mar, la tranquilidad, el clima, la comida y la gente avilesina, siempre acogedora y abierta Este es un lugar encantador», sonreían felices.
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