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C. R.
AVILÉS.
Miércoles, 23 de noviembre 2022, 00:35
La rosa o el trisquel que se pueden observar en los liños o colondras de los hórreos o paneras no son una simple decoración. O no lo son, al menos, en los que acumulan años sobre sus pegollos. Son unos símbolos que tradicionalmente usaban las sociedades ya en la Edad de Bronce con la creencia mágica de que la citada representación serviría para proteger la cosecha que se guardaba allí. Sobre sus motivaciones, orígenes, conexiones y evolución de la iconografía tradicional asturiana hablará hoy en el Aula de Cultura de LA VOZ DE AVILÉS, el etnógrafo y escritor Alberto Álvarez Peña. A partir de las 19 horas, en el Centro de Servicios Universitarios.
Adelanta Álvarez Peña que este recorrido por la simbología de la iconografía clásica tratará de explicar su origen y, por extensión, desmitificar algunos usos más recientes en el tiempo como el de las esvásticas cuadradas. «Es un símbolo lastrado por el nazismo que se utiliza en otros sitios de la Tierra como Nepal sin ninguna connotación», señaló.
En general, en la iconografía tradicional que se da en Asturias, al igual que en la de otros lugares, imperan los motivos geométricos o florales, siempre relacionados con el sol, la vida, la producción y con la carga simbólica de protección. Muchos han pervivido a lo largo de los siglos aunque han perdido su significado.
«Se dio en toda Europa. Las rosas, por ejemplo, representan el sol frente a las tinieblas. También aparecen representadas en algunos graneros ingleses con el mismo significado de protección. Luego, con la aparición del compás, fueron más fáciles de hacer y, desprovistas de su simbología, pasan a transformarse en un adorno», amplía. Incluso su talla se trasladó a otros elementos como las arcas en las que se guardaba el ajuar para preservarlo de enfermedades.
Este sentido de protección hay que enmarcarlo en la sociedad de la época y una producción agrícola condicionada exclusivamente por los fenómenos naturales. De ahí que esta «simbología de protección» se tallara precisamente en esos lugares de acceso al hórreo o a la panera que eran «las 'capillas sixtinas' porque es donde se guardaba la cosecha de todo el año».
Aparte de la guardia y custodia en la que también se recurría a elementos como las serpientes mucho antes de que este animal adquiriese otra connotación en la religión judeocristiana, con esa iconografía también se imploraba la repetición de la cosecha al año siguiente.
Esta simbología popular, propia de las sociedades agrícolas ganaderas, se entremezcló con el arte culto y sobre estos vasos comunicantes también hablará Álvarez Peña, que identificará en el último modelo de hórreo, el del estilo Carreño, su fusión con elementos propios del arte barroco.
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