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C. DEL RÍO
Domingo, 15 de mayo 2016, 01:19
Ricardo Fernández Suárez entró como concejal en el Ayuntamiento de Avilés en 1975 y un año después, en febrero de 1976, fue elegido por sus compañeros de Corporación para suceder al dimitido alcalde, Fernando Suárez del Villar. En la única legislatura en la que tuvo el bastón de mando (1976-1979) se inauguraron servicios claves en la ciudad, algunos gestados en el mandato anterior, como el Hospital San Agustín y el parque de Ferrera, que inauguraron los Reyes de España el 19 de mayo de 1976 con Ricardo Fernández y su mujer Manolita Fernández Roces como anfitriones. Cuarenta años después, repasa las anécdotas de aquel momento con una perenne sonrisa.
¿Cómo se gestó aquella visita?
Fue gracias al gobernador civil Victorino Anguera Sansó que en una reunión, entre otras cosas, me preguntó si me interesaba que los Reyes visitaran Avilés. Le dije que sí, por supuesto. Que el Jefe del Estado viniera en aquel momento era muy importante para la ciudad. Y, además, digno de agradecer.
El parque de Ferrera y el Hospital San Agustín acababan de entrar en funcionamiento.
Sí, y decidimos que lo inauguraran don Juan Carlos y doña Sofía oficialmente. Primero los recibimos en el Ayuntamiento, donde visitaron todas las estancias, miraron los cuadros, vieron el Fuero y firmaron en el Libro de Honor. Después caminamos por Rivero hasta la puerta del parque donde la Reina descubrió la placa, lo cruzamos andando y luego ya nos dirigimos al hospital y a la Casa del Mar.
Fue una visita larga.
Y muy agradable. Dedicaron el día entero, unas seis o siete horas. Tuvimos tiempo para departir, sobre todo teniendo en cuenta que el almuerzo fue un picoteo frugal en la Alcaldía.
Usted apenas llevaba unos meses como alcalde. ¿Se sabía bien el protocolo?
Yo le dije: «Majestad, perdone si alguna cosa sale mal, soy novato». Y él me respondió: «No te preocupes, yo también». (Risas). A él lo habían nombrado Rey en diciembre, dos meses antes que a mí alcalde.
En este tipo de visitas se suele hacer un regalo. ¿Qué se llevaron los Reyes de Avilés?
Una réplica de un galeón del siglo XVI, hecho por el torrero del faro de San Juan, que era una maravilla. Y una mantelería con malla de Luanco. Durante muchos años se vio el galeón detrás del monarca durante el discurso que se televisaba el día de Nochebuena.
¿Cómo se les ocurrió encargar aquel galeón?
Alguien me había comentado que este señor hacía cosas muy bonitas y entonces envié a una persona para que hiciera la gestión. El torrero no quería desprenderse del galeón, así que fui yo a convencerlo.
Y lo logró.
Sí. No recuerdo cómo. No sé cuánto pagamos por él o si al final nos lo regaló. Creo que estuvo presente en la recepción del Ayuntamiento.
¿Disfrutaron los Reyes la visita? ¿Qué sensación tuvo?
Les encantó toda la visita. Estuvimos mucho tiempo charlando porque el Rey es muy campechano. Yo le había entregado el bastón de mando en la Alcaldía y lo llevó durante toda la visita. ¡Casi me quedo sin él! (Risas).
Avilés estaba lleno, ¿no?.
La plaza de España estaba abarrotada. Parecía una piña. No recuerdo otra ocasión en la que haya vuelto a estar así. El Rey pronunció un discurso de salutación muy cariñoso y después yo hice una breve intervención. Recuerdo que dije que Avilés era una ciudad joven (entonces lo era), laboriosa, que no sólo producía acero, aluminio, zinc y cristal, también era la primera de España en producción infantil. Proporcionalmente, claro, pero era real. El Rey se moría de risa.
Aparte del regalo protocolario, los Reyes se llevaron un encargo suyo.
Un dossier sobre cómo era Avilés y sus necesidades. Pero tampoco le di mayor importancia, son cosas que se hacen porque hay que hacerlas. No habían pasado ni quince días cuando llamaron de Presidencia de Gobierno para fijar día y hora para una reunión. Yo dije que la que quisieran, como si era domingo.
¡Para qué luego digan que los políticos no trabajan!
En aquella época, los ayuntamientos no tenían apenas ingresos, así que había que volcarse en la gestión con Madrid. Y tuve la suerte de contar con grandes amigos allí como Rafael Calvo Ortega, ministro de Trabajo de 1978 a 1980, y Alberto Aza, jefe del gabinete de Presidencia. Cuando viajaba a Madrid, iba directamente a Moncloa, que entonces estaba en el número 2 de la Castellana, y al despacho de Ortega. Nos conocíamos desde chicos.
¿Cómo se forjó aquella amistad?
Yo me había quedado huérfano a los 18 años y tras la Reválida, a pesar de ser un buen estudiante, me tuve que poner a trabajar al volante del autobús, que era lo mío. Durante muchos años transporté al Real Oviedo y cuando íbamos a Madrid nos quedábamos en San Rafael, en el Hotel Lucía, que era del padre de Calvo Ortega y en el que él trabajaba como camarero. Me sirvió muchas cenas y comidas, y luego íbamos al cine, y yo hasta aprendí a cambiar el rollo de la película. Después nos perdimos de vista y luego ya supe que lo habían nombrado ministro. Era un político de los buenos, de nivel, de los que ahora escasean.
Nos habíamos quedado en el dossier.
Sí. Cuando llegué a Moncloa me recibió Arias Navarro, que estaba ya al final de su mandato, en su despacho y allí estaba aquel dossier. Delante de mí llamó a varios ministros, entre ellos a Adolfo Suárez, que poco después sería el presidente; al de Obras Públicas, que había estado en Avilés; y al de Educación y al director general de Formación Profesional, Manuel Arroyo Quiñones, en relación al centro de Formación Profesional que pedíamos para Valliniello y que estaba pensado para Córdoba. En aquel momento, aquella construcción fue importantísima.
¿Al Ayuntamiento no le costó nada?
No. Sólo pusimos los terrenos. Ya me lo había advertido el gobernador civil Fernando Jiménez, que debíamos tener la precaución de tener siempre terrenos. Por eso le compramos 55.000 metros cuadrados a Cristalería Española, a cien pesetas el metro, donde luego se construyó el centro para adultos de Valgranda, también pagado por el Estado. Pero eso fue después.
Y compraron Divina Pastora.
Sí, a Ensidesa. Fue la forma de arreglar cuentas. La compañía había construido todo sin pagar licencias, imagino que nadie se habría atrevido a decirle nada con todo el trabajo que estaba dando. La cuestión es que el Interventor municipal me lo comentó durante mi mandato y yo traté el asunto con el presidente. No se trataba de pasar cuentas atrasadas, pero entendió nuestra inquietud y acordamos la compra de Divina Pastora por veinte millones de pesetas.
De su época también es el Pabellón de Exposiciones de La Magdalena.
Costó Dios y ayuda terminarlo y algunos aquí llegaron a llamarlo la 'Universidad Laboral de las vacas', decían que era un despilfarro, que para qué se quería. Mire ahora. Fue una apuesta de futuro acertada. Le encargué al concejal de Mercados, Ángel Fernández, que era muy trabajador, que se encargara de ello, de llevarlo a buen puerto porque en Gijón estaban locos por llevar la infraestructura.
Sin embargo, el Hospital San Agustín y el parque de Ferrera, que se llevaron los honores de ser inaugurados por el Rey, procedían de gestiones anteriores.
Sí. La del hospital no la recuerdo. La del parque sí porque ya estaba como concejal. Fue una expropiación pactada que cerró Suárez del Villar. Se compraron 84.000 metros cuadrados a mil pesetas el metros. Se tuvo que recurrir a un crédito del Banco de Crédito Local.
¿Volvió a coincidir con el Rey?
Sí, en unos Premios Príncipe de Asturias. Ya me había dicho el presidente del Gobierno que tenía memoria de elefante y pude comprobarlo. Según me vio en la recepción me saludó con un: «¡Hombre, alcalde!».
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