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Miguel Sierra y Estrella Blanco, en el bar El Cazador de Jardín de Cantos.

El Cazador de Jardín de Cantos

Fue allí, en su tierra natal, donde conoció a su mujer, Estrella Blanco, gallega de Allariz (Orense) veinte años más joven que él

PPLL

Domingo, 6 de marzo 2016, 01:24

Empezamos con lo de siempre y con lo de siempre seguimos». Embutidos de León y guisos tradicionales son la especialidad de El Cazador, una pequeña casa de comidas que cuesta encontrar. La bandera es el entrecocido, compango en asturiano. Chorizo, morcilla, lengua, lacón, espinazo, manos de gocho curadas y algo de chivo servido con sus correspondientes garbanzos, sin olvidarse del café de manga, ni de las tablas de jamón y cecina traídos personalmente desde Villamanín por Miguel Sierra, un hombre afable, siempre sonriente, que ya camina por la novena década de su vida, aunque viéndolo cueste mucho creerlo.

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Fue allí, en su tierra natal, donde conoció a su mujer, Estrella Blanco, gallega de Allariz (Orense) veinte años más joven que él. Tras la jubilación de su marido se ha quedado sola al frente del negocio, aunque Miguel siempre está por allí. Llegaron a Avilés en 1971, al poco de casarse, echaron raíces y once años después abrieron El Cazador. Está en Jardín de Cantos, en el número 8 de la calle La Xana, en el bajo de una vivienda unifamiliar, la suya, y desde fuera pasa completamente inadvertido, ni cartel ni nada parecido.

Una vez se franquea la entrada se abre un pequeño local con tres mesas y austera decoración, una cabeza de jabalí, cornamentas de venado y una gran foto del embalse de Casares, próximo a Villamanín. Atiende Estrella, una mujer que conoce el oficio como pocos. Comenzó en la hostelería a la temprana edad de 13 años en su Galicia natal y hoy, cincuenta y uno después, disfruta de sus últimos meses entre la barra y los fogones. Se jubila en octubre y aunque dice que ya va siendo hora, se nota a la legua que lo va a echar de menos.

Miguel es cazador, de ahí el nombre del bar, aunque no lo ponga en ninguna parte. Fue así, en una batida en León, cuando surgió la idea de abrir el negocio. Entonces trabajaba en Samoyco, una gran empresa que como otras muchas de Avilés y del resto de Asturias se vino abajo en los primeros años ochenta. Él lo vio venir y cuando un compañero de caza le dijo que necesitaba vender el local, en el que años atrás había una tienda de ultramarinos, se dio cuenta de que el futuro de su familia estaba allí mismo, bajo su casa.

Así fue como comenzó la historia de El Cazador, un bar de los de antes que continúa exactamente igual que aquel ya lejano día de 1982, el año del Mundial de Fútbol de España, en el que abrió sus puertas.

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La clientela no tardó en aparecer, en su mayoría empleados de empresas del entorno de todas las categorías laborales que encontraron allí un lugar en el que comer como en casa a precios razonables. Carta no hay, ni la hubo nunca. O se encarga o se come lo que hay, y siempre hay lo suficiente para satisfacer el estómago de todo aquel que se deje caer. Además del entrecocido y los embutidos, sus verduras también gozan de gran popularidad entre la clientela. Que se lo pregunten, por ejemplo, a los futbolistas del Marino de Luanco, clientes habituales, o a los trabajadores ya jubilados de Cristalería o Ciminsa que después de tantos años continúan reuniéndose de cuando en cuando en El Cazador.

Durante los 41 años que llevan en Avilés, 34 en el bar, Estrella y Miguel han sido testigos de la evolución de Jardín de Cantos, un barrio primero asociado a Cristalería que fue creciendo en todas direcciones al tiempo que iba cambiando su paisaje humano. «Ya no es lo que era. Jardín de Cantos era un barrio muy animado, pero ya no se ve a casi nadie por la calle. De los de antes ya quedan pocos y los de ahora pasan en coche, de casa al trabajo y del trabajo a casa», dicen con añoranza.

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El Cazador no es ajeno a la crisis. Ya no sirve cenas y el número de comidas que sirve ha bajado, pero sigue abriendo a diario, salvo los jueves, y sirviendo entrecocido, embutido y café de manga con gotas de orujo. Ademas, Estrella y Miguel aseguran que de un tiempo acá da la impresión de que la cosa ha mejorado un poco .

«La vida del hostelero es muy dura, trabajar y trabajar desde que te levantas hasta que te acuestas. Lo peor es aguantar a los borrachos, aunque nunca hemos tenido muchos. Si de algo me siento orgullosa es de mi clientela», asegura Estrella, que ya piensa en su jubilación. «Voy a dedicarme a caminar, que es lo que más me gusta, y podré ir al centro de Avilés a tomarme un café sin prisa, no como ahora, aunque tendré que buscarme algo para entretenerme. Durante los últimos 34 años el bar ha ocupado toda mi vida salvo los jueves -jornada de descanso- y el mes de agosto, que nos vamos de vacaciones. Al principio sólo una quincena, pero desde hace unos años ya cogemos todo el mes». Cuando llegue el día de echar el cierre «nos van a echar de menos. Aquí, en Jardín de Cantos, ya no va a quedar casi nada. Antes había más bares en esta zona, pero han ido cerrando».

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Proyecto de futuro

Con todo, puede que El Cazador no tenga los días contados. Sus dos hijos sopesan la posibilidad de tomar el relevo y darle un giro al negocio. Uno de ellos es Miguel Sierra, reconocido cocinero y uno de los más reputados reposteros no solo a nivel de España, sino mundial.

Nombrado embajador permanente de la gastronomía asturiana, trabajó mano a mano con figuras como Martín Berasategui, Paco Torreblanca o Ferrán Adriá, ha ganado numerosos premios, como los de mejor plato creativo de pescados de Europa o mejor maestro artesano pastelero de España, entre otros muchos, y formó parte del equipo de reposteros que, liderado por Torreblanca, elaboró el postre real para el enlace matrimonial de los entonces Príncipes de Asturias y hoy Reyes de España, don Felipe y doña Letizia.

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De ahí que en El Cazador, donde dio sus primeros pasos en la cocina, se expongan con orgullo algunos de sus galardones y dos preciados recuerdos, un puro y una botella de vino servidos en el enlace real.

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