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Borja Pino
Viernes, 17 de octubre 2014, 00:47
Tras más de tres décadas recorriendo los escenarios de todo el mundo, Julio Adrián Lojo Bocca (Argentina, 1967) puede enorgullecerse de haberse erigido en uno de los bailarines de ballet más prestigiosos y premiados del panorama internacional. Director, desde 2010, del Ballet Nacional del Servicio Oficial de Difusión, Radiotelevisión y Espectáculos (SODRE), dependiente del Ministerio de Cultura de Uruguay, la semana próxima retornará a Asturias como director del clásico 'El Mesías', de Georg Friedrich Händel, una reinterpretación de la vida de Jesucristo. Un espectáculo que el 24 de octubre, a las 20.30 horas, se representará en el Centro Niemeyer, en el marco del ciclo EscenAvilés, y que al día siguiente se trasladará al Teatro Jovellanos de Gijón, como parte de ' Danza Xixón '; ambas actuaciones, a las 20.30 horas.
-Regresa usted a Asturias con uno de los montajes más monumentales de la historia de este arte...
-Sí, es una obra que me atrajo la primera vez que supe de ella, y cuando, hace ya cuatro años, me pusieron al frente de esta compañía, pensé que era perfecta para ella. Es un ballet completo, de hora y cuarto, con un estilo contemporáneo sobre una base clásica. Combina la energía y la frescura del compositor con la de nuestro ballet nacional.
-¿Y de qué modo tomará contacto el público con esa energía?
-Los espectadores se van a encontrar con 28 bailarines sobre el escenario, y eso impresiona ya de por sí. Pero, además, todos ellos irán vestidos de blanco, en consonancia con la escenografía, como si estuviesen en el cielo. Y, cuando estrenamos en Uruguay el pasado mes de junio, comprobamos que la gente llegaba al teatro estresada, pero salía relajada. Ahí es donde radica su mérito.
-'El Mesías' es una revisión de la vida de Cristo. ¿Significa eso que el mensaje ensalza la religión?
-Yo creo que lo que verdaderamente aporta este espectáculo es una reivindicación de la espiritualidad y del compañerismo, del respeto, de la comunicación cara a cara... Pero otra de las cosas que esta compañía se propone, tanto con 'El Mesías' como en cualquier otro montaje, es demostrar que los clásicos tienen ritmo, que no son en absoluto aburridos y lentos como aseguran ciertos tÓpicos, y que incluso para los jóvenes que lo ejecutan es un trabajo muy rico, lleno de amor.
-¿Sintió ese amor en sus inicios?
-Lo sigo sintiendo, aunque ya no tenga edad para bailar. Cada vez que subía al escenario daba mi máximo, y lo sentía en consecuencia, como un placer constante, fuese donde fuese y con quien fuese. Lo que realmente me importaba era estar bailando, disfrutar de ello.
-¿Y cómo se ve a sí mismo al echar la vista atrás y revisar su carrera?
-Pues, ante todo, muy afortunado de haber hecho lo que hice, de haber disfrutado y aprendido de todo. Pero, por encima de todo, lo que agradezco es haber podido hacer reír y llorar al público, haberles emocionado con este bello arte.
-Ese espíritu, y su talento, le han reportado más de veinte premios.
-Es algo que alegra, claro está, pero a mí me pasa eso que dicen de que los reconocimientos por un trabajo siempre animan, aunque no se haya trabajado para conseguirlos. Y eso me sucede, porque en ningún momento me tomé esto como un modo de encadenar logros. Pero bueno, agradezco tenerlos y, sobre todo, disfrutarlos en vida. El día 26 de este mes, por ejemplo, me van a dar uno en Madrid; el 7 de noviembre, otro en Washington... Y no les doy mayor importancia, pero sí que me complacen.
-De los grandes nombres del ballet mundial con los que ha actuado, ¿recuerda a alguno en especial?
-Ha habido tantos... Por suerte, es complicado elegir. Pero sí que hubo una bailarina por la que sentí un amor y una comunicación especiales: Alessandra Ferri. Había tal grado de confianza, de respeto, de amor sobre el escenario... Y le di la razón cuando, una vez, tras una función, me dijo: «Creo que una de las mejores cosas que nos pasó como pareja de baile fue no llegar nunca a la cama». Si no, quizá nunca habríamos tenido aquel misterio que nos llevaba a descubrir algo nuevo en cada actuación.
-Con todo ese pasado glorioso a cuestas... ¿Modificaría algún elemento de los que lo forman?
-¡La edad! Es una broma, pero quizá me gustaría volver a tener la juventud que tenía entonces, pero con la experiencia que tengo ahora.
-A ese respecto, usted se retiró de los escenarios en 2007. ¿Fue duro tomar aquella decisión?
-Mi momento había llegado, y no negaré que lo echo de menos, pero estoy muy feliz como director del Cuerpo de Baile del SODRE, y sé que desde aquí estoy aportando mucho a la danza. Supongo que me llena ese poder de dar oportunidades a la gente joven, de luchar porque la danza pueda seguir siendo disfrutada y respetada. Quiero mantener ese amor intacto, porque es una de las pocas formas de arte en las que no hace falta un lenguaje para expresar emociones. Y eso tiene mérito.
-Hace ya cuatro años que lidera el grupo, y en ese tiempo la compañía ha multiplicado su prestigio.
-Hombre, puedo decir que, antes de que el presidente José Mujica me pusiese al frente, el ballet del SODRE no despertaba mucho respeto; había demasiada burocracia, y a veces los sueldos ni siquiera llegaban Pero hice un gran cambio en la metodología de trabajo, y el Gobierno actual apoyó al cien por cien ese cambio. Tengamos en cuenta que esta compañía ya tiene ochenta años, y que en ella hay bailarines muy respetados. El Gobierno paga los sueldos y mantiene el edificio, pero la producción se mantiene con la venta de entradas y los patrocinios.
-¿Hay muchas diferencias entre esa tónica y la que percibe aquí?
-Lo que hay en España es mucho talento, tanto entre los bailarines como entre los coreógrafos y los maestros, y me alegra comprobar que la Compañía Nacional de Danza vuelve a crecer poco a poco. No obstante, sí echo de menos que otras grandes ciudades tengan sus propias agrupaciones públicas, cosa que, por ejemplo, sí sucede en Argentina. Hubo un tiempo en que el Liceo de Barcelona contaba con su propio grupo de ballet clásico, al igual que otras provincias. Y eso es lo que opino que se debe intentar recuperar.
-¿Pero el público respondería?
-A la gente le gusta ver clásico; es mentira afirmar que no es así. Lo que ha generado esa impresión falsa es que el público, que no es tonto, está mucho mejor formado de lo que se ha creído, y no va a ir a los teatros si le toman el pelo vendiendo como buenas cosas que no tienen gran calidad. El de la danza es un problema de estructura, no de la propia danza, y eso sólo se puede corregir con una disciplina constante.
-Habrá muchos jóvenes talentos que deseen imitarle. ¿Se ve en posición de darles algún consejo?
-Más que a los propios jóvenes, mis recomendaciones son para sus familias. Los padres tienen que apoyarles mucho, porque cuando se empieza esta carrera, con apenas ocho años, ya hay que asumir una mentalidad profesional. Es un arte sacrificado; hermoso, sí, pero que exige una disciplina, y eso hay que mantenerlo día a día. Y también hay que asumir que no todos los niños pueden llegar a bailar. Por eso sus padres tienen que cuidar la educación de sus hijos, y no dejar que la abandonen por completo en favor del ballet. Hay que estar preparado.
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