Borja Pino
Sábado, 4 de octubre 2014, 00:27
La llegada del nuevo siglo y las consecuencias de la denominada 'reconversión industrial' han convertido a Avilés en una ciudad que ha dejado de tener la industria como único motor de desarrollo y en la que el turismo poco a poco va haciéndose un hueco importante en la actividad económica. Sin embargo, no todos sus barrios se han beneficiado por igual de esa evolución, y los vecinos de la zona del Puente Azud son ejemplos vivos de ello. Hartos de contemplar cómo, año tras año, su entorno se degrada higiénica y socialmente, residentes y hosteleros claman una vez más porque el Ayuntamiento les tenga en cuenta y acometa la tan ansiada recuperación de la que sigue siendo la más importante entrada a la ciudad.
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Quien recorra un día cualquiera arterias como la avenida Marqués de Suanzes, la calle Acero o la avenida Gijón difícilmente podrá identificar los vestigios del que llegó a ser uno de los más importantes puntos industriales del municipio. Su proximidad a Ensidesa y sus características geográficas la convirtieron en un área cotizada por no pocas empresas, fundamentalmente dedicadas a la reparación de maquinaria y al transporte por carretera. Cada día, miles de obreros de la siderurgia transitaban por sus aceras en los cambios de turno, o se esparcían en los locales de ocio.
Hoy, en cambio, el abandono es palpable en la apariencia de los edificios de paredes desconchadas, en los socavones del asfalto del aparcamiento de camiones, a las puertas de cada bar ante el que se acumulan los desperdicios. «Somos la zona más olvidada de Avilés, la más oscura del mundo mundial», afirma con pesar Georgina López, propietaria del hostal Puente Azud, y una de las personas que puede alardear de haber conocido tiempos mejores.
«Cuando empecé sólo venían trabajadores, pero las cosas han ido cambiando, y no podemos ofrecerles esto a los turistas», relata López, que confiesa sentirse «harta de encontrar por los suelos colillas y cáscaras de pipas de la gente que va a los bares. Además, hay polvo y basura de los talleres y de los camiones por todas partes, y la gente apila muebles por las esquinas, o delante de los contenedores». Junto con la indignación, bulle en su interior «un cansancio por intentar, como muchos otros, que Urbanismo nos haga caso y quite de aquí el aparcamiento de camiones, porque es denigrante eso que tenemos ahí delante».
Las protestas por el estado del área abarcan también otros espacios, como la margen derecha del puente que discurre sobre las vías del ferrocarril. Allí, frondosas masas de maleza sin podar desde hace años descienden hasta los laterales de la vía férrea, mientras las barandillas metálicas del puente lucen una tupida capa de óxido y los síntomas inequívocos de la podredumbre. «Nadie se molesta en cuidar esto un poco, aunque pasen montones de coches por aquí todos los días», afirma López.
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En ese mismo lugar Grace Solís abrió hace ya cinco años el bar Makumba, uno de los tres que ofrecen sus servicios a camioneros, turistas y vecinos en la calle Acero. «La gente de fuera viene y siempre se pregunta si hay delincuencia por aquí, si es normal que haya tanta basura y que casi no haya farolas, o si lo de las aceras en mal estado pasa en otros barrios; se suelen sorprender cuando contestamos que en estas calles nunca pasa nada malo», reconoce.
Robos al amparo de la noche
No obstante, el transportista autónomo Alfredo Marinas no comparte plenamente la opinión de Solís. Él es uno de los camioneros avilesinos que cada día, al término de su jornada, opta por dejar su vehículo en el aparcamiento de la calle Acero y ya ha sido víctima de algún robo. «A mí, como a varios compañeros, han venido a sacarnos el combustible de los depósitos», explica. «Como casi no hay luz, ni tampoco una valla de seguridad, los ladrones llegan y, con mangueras de succión, lo sacan y luego lo revenden. Cuando llegamos al día siguiente, encontramos los tapones en el suelo».
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Por todo ello, a los residentes del entorno Puente Azud no ha dejado de resultarles sorprendente comprobar cómo, en comparación con el verano del pasado año, los meses estivales de 2014 han demostrado el potente reclamo en que esta zona se ha convertido entre los turistas. «Normalmente, en julio y agosto nos va bastante bien, pero este año ha sido muchísimo mejor; hemos colgado el cartel de 'completo' casi todos los días», expresa Georgina López, que no duda en achacar ese atractivo al fácil acceso y a la cercanía al casco histórico de Avilés. Junto con los precios, claro.
También los bares han notado una mayor afluencia de clientes este verano, aunque, en su caso, el perfil más habitual es el de los trabajadores. «Los turistas prefieren tomarse algo en el centro, pero aquí han venido muchos más camioneros que en otros meses», matiza Lina Patiño, camarera en La Quinta Rueda, que atribuye el repunte a que «ha habido algo más de trabajo, o eso nos han dicho los que han venido. Un día normal atendemos a unas cincuenta personas, pero este verano la media diaria ha llegado a las setenta, más o menos».
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Rosy Encarnación, una de las dos responsables, junto con su hermana, del mítico bar Bierzo, abrió su establecimiento hace poco más de un mes, y en ese breve espacio de tiempo ambas han llegado a la conclusión de que «la zona pinta muy bien. Sólo hay que invertir un poco en limpieza, arreglar las aceras y las carreteras, y convencer a los de los talleres de que no trabajen en el exterior para que este sitio despunte. Y lo digo yo, que llevo catorce años en hostelería».
Con esa convicción es con la que los residentes del perímetro del Puente Azud encaran su futuro, deseosos de que, de una vez por todas, alguien con poder para el cambio repare en ellos. «Tampoco hace falta gastar mucho dinero; con quitar el aparcamiento, pintar y poner unos cuantos árboles y un par de espacios verdes aquí y allá, esto luciría de otra manera», apostilla Georgina López. Porque, como ella misma concluye, «duele un poco que los visitantes queden encantados con el servicio, pero tengan ganas de echar a correr o de aparcar en otra parte cuando ven la zona».
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