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Alberto Piquero
Sábado, 16 de agosto 2014, 09:41
Ante la duda de las previsiones meteorológicas, finalmente, la representación de Pluto, que se pensó desarrollar en la explanada del Centro Niemeyer, se acogió al interior del auditorio, que registró un lleno absoluto. «Las previsiones de temperatura eran de 15 grados, por lo que se hizo aconsejable hacerlo dentro, es una pena que haya sido así, pero creo que es una decisión lógica», explicaba Antonio Ripoll, asesor de Artes Escénicas del centro cultural. Mientras, a la puerta, había un reparto de folletos organizado por Izquierda Unida que, aprovechando la ocasión, se preguntaban por qué el parking del centro permanecía cerrado con sus 300 plazas vacías a pesar de su coste y de todo el tiempo que lleva terminado.
Tras el flamante estreno de la obra en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida donde se le ha otorgado a Magüi Mira, el Premio Ceres a la mejor dirección escénica, Avilés ha sido su segunda escala, por lo que la mayor parte del equipo de este Pluto se encontraba en el Niemeyer para presenciar el devenir de la velada. La directora galardonada ya había anticipado en la plaza pacense los paralelismos existentes entre la obra clásica escrita en el siglo IV antes de Cristoy la actualidad que nos envuelve:«La democracia perdía pie, la corrupción de sus políticos era alta, alto el nivel de pobreza y baja, muy baja, la posibilidad de conseguir al menos un plato de lentejas...».
En primer plano, Pluto, el dios ciego de la riqueza, un inmenso Javier Gurruchaga, que en la segunda parte se desdobló en la diosa de la pobreza, Penía, con idéntico y formidable talento, en el que tuvo gran importancia tanto el gesto, la composición interpretativa, como la voz. La versatilidad del fundador de la Orquesta Mondragón ha encontrado en el registro actoral hace tiempo una de sus mayores inspiraciones, con dos nominaciones a los Goya. Y aquí ha fundido ambos registros, pues también es el autor de las canciones que entona un coro de máscaras que conduce la acción, al ritmo de la década de los 80 e incluyendo gospel y rock. Ya desde la primera canción de la obra, en la que el protagonista se presenta al respetable resaltando su ceguera y su soledad, fue premiado con elocuentes aplausos.
La versión de Emilio Hernández incorpora asimismo abundantes modismos del presente. Comedia musical, pues, y sátira política mordaz, aunque tampoco caiga en la tentación de las fáciles moralejas. Aristófanes, de quien no se sabe mucho, debía prever que casi 2500 años después continuaríamos rondando las mismas vicisitudes, lo que dificulta las recetas. Ahí quedan los diálogos entre Crémilo (Marcial Álvarez) y Blepsidemo (Toni Miró), que nos hablan de las ventajas e inconvenientes de que no existan los pobres y, burla burlando, de la mudable naturaleza humana que nos hace sustentar unas opiniones u otras según nos vaya en la feria. Espectáculo soberbio, en el que hay que resaltar junto al elenco, una luminotecnia matizada, el sarcasmo lúcido, la risa a espuertas y el calado de la reflexión. Ovación interminable.
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