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BORJA PINO
Sábado, 19 de julio 2014, 00:17
Toda la esencia del cine y del teatro españoles de los últimos 65 años, todas sus virtudes y sus males, sus triunfos y sus decepciones, están condensados en la imponente figura de la actriz Terele Pávez (Bilbao, 1939). Tras más de medio siglo frente a las cámaras y sobre los escenarios, a las órdenes de algunos de los cineastas más prestigiosos del último siglo, como Luis García Berlanga, con quien debutó con apenas once años, su dilatada trayectoria profesional le ha valido la concesión de uno de los dos primeros premios 'Puente entre las Artes', concedidos en esta segunda edición del Festival Internacional de Arte y Arquitectura de Avilés .
-¿Cómo recuerda su ya lejano debut con Berlanga?
-En realidad, yo ya empecé con ocho o nueve años en la danza, así que ya había pisado los escenarios por entonces. Y tuvimos una relación muy agradable, de mucho cariño; él se partía de risa conmigo, le encantaba que improvisase... Lo que pasa es que, después, no volvimos a tener contacto, y no comprendí que nunca me volviera a llamar. Me dolía que no tuviera necesidad de estar conmigo, pero tengo muy buenos recuerdos de aquello.
-¿Acaso ocurrió algo negativo entre ustedes?
-Tuvimos una pequeña discusión por cuestiones técnicas y nos dijimos mutuamente que nunca volveríamos a trabajar juntos. Y él lo cumplió, aunque no me lo esperaba, la verdad. Los dos sabemos que quedó una especie de desafío; supongo que se dijo '¿Esta niña me va a retar a mí?', y decidió mantenerse firme.
-Tras tantos años, ¿cómo han evolucionado el cine y usted?
-Si se pudiera definir, yo lo definiría como una suma y resta de cosas constante. Por eso nos parecemos a los arquitectos, porque construimos, aunque con otros materiales. Empezamos con unos cimientos y unos ladrillos, pero a veces no ponemos bien la base, y nuestro edificio se cae, o consigues salvarlo. Y también aprendemos a usar nuevos materiales, cada vez mejores, y a improvisar cuando algo sale mal. Es algo que, con la edad, se va afianzando.
-¿Lo ha notado en algo en especial?
-En las cámaras, en el ruido de los motores. Antes, cuando el director gritaba «¡Motor!», una ya sabía que tenía que estar preparada, porque el «¡Acción!» estaba a punto de llegar; entrabas en un mundo de inspiración mágico. Pero ahora todo es tan silencioso que, a veces, les sigo pidiendo que me griten «¡Acción!», para estar prevenida. Y eso duele, pero es lo bonito, porque cuando algo como esto duele significa que estás sintiendo tu profesión.
-¿Y la crisis no ha hecho mella en ese sentimiento?
-Lo que sí ha hecho es convertir a los distintos profesionales que trabajamos en el cine en una gran familia. Con todo el destrozo que se está cometiendo, estamos unidos.
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