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Reproducción de la portada de la sección de deportes de LA VOZ DE AVILÉS hace 50 años, donde las peleas de gallos robaban protagonismo a la información de fútbol.
Cuando los gallos se peleaban con el fútbol
Sucedió en avilés... Hace 50 años

Cuando los gallos se peleaban con el fútbol

Las luchas en las galleras llegaron a rivalizar con el 'deporte rey' actual e hicieron de Avilés una potencia nacional de esta práctica

Borja Pino

Lunes, 26 de mayo 2014, 20:46

A muchos tal vez le resulte difícil imaginar una realidad en la que el fútbol, todopoderoso amo y señor de la oferta deportiva nacional, encontrase un rival a su medida en las crónicas de la prensa, en las entusiastas conversaciones en los bares, en el objeto de las apuestas de los parroquianos. Sin embargo, hubo un tiempo, ahora ya lejano, en que el actual 'deporte rey' quedó eclipsado en Avilés por la popularidad de una actividad mucho más desconocida en los días presentes: las peleas de gallos, que llegaron a despertar verdadera fascinación entre los vecinos, y que convirtieron a la ciudad en una auténtica potencia gallera a ojos del resto del país.

Hay que dejar volar la memoria muy atrás, a las distantes décadas de 1940 y 1950, para concebir una situación semejante. Una reglamentación perfectamente definida a nivel nacional, la posibilidad de participar en apuestas de miles de pesetas y la certeza de ir a disfrutar de un espectáculo emocionante, a la par que violento, eran los factores que atraían a multitudes de aficionados y curiosos a la ciudad, procedentes de todos los rincones de Asturias y de otras regional españolas. Los galleros de Valladolid, del País Vasco, de Valencia y, muy especialmente, de Andalucía - aún hoy principal bastión de estas competiciones - enfrentaban a sus animales con aquellos criados en suelo avilesino. Y es que, junto con Sama, Grado, Gijón y Oviedo, Avilés no tardó en figurar entre las cabezas de lista de las competiciones, gracias tanto a la calidad de los animales como al prestigio de los galleros locales.

Un negocio lucrativo

Así, cientos de personas aguardaban la llegada de las fiestas de Pascua, momento del inicio de la temporada de peleas, y las fechas en las que se producían los enfrentamientos más emocionantes. Entonces las multitudes se agolpaban en torno a los pequeños coliseos erigidos, primero, en el actual restaurante Casa Alvarín, y más tarde en el bar Villa de El Carbayedo. Y allí, con la mirada fija en la arena y atentos a las instrucciones del árbitro, los presentes observaban cómo los gallos, agresivos por naturaleza desde poco después de sus seis meses de vida, intentaban inmovilizar a su contrincante con el pico para, darse impulso con las alas y atacarle con los espolones.

Sólo dos resultados eran posibles: la victoria de uno de los contendientes, o el empate, aunque, en contra de la creencia popular actual, las luchas no siempre se saldaban con la muerte de uno de los gallos. No obstante, lo afilado de los espolones, de no más de 21 milímetros de longitud, pero sumamente aguzados, favorecía que la sangre llegase a veces a salpicar al público. Un espectáculo a medio camino entre las modernas corridas de toros y los combates de gladiadores de la Roma Imperial, y en el que los galleros de Avilés quedaron campeones de España en varias ocasiones.

Como es lógico, en torno a esa práctica no tardó en florecer un lucrativo negocio basado en las apuestas, controladas por un buen número de corredores locales que, lápiz y libreta en mano, anotaban las cuantías que los más aficionados ponían en juego en cada combate. Cifras que podían llegar a sumar varios cientos de pesetas, y que, junto con las previsiones y los resultados de las peleas, acaparaban las secciones deportivas de los diarios locales y regionales.

No fue hasta una fecha tan tardía como 1964 cuando algunos de los más importantes profesionales del gremio, como Ignacio 'Moreno Olamendi o Celso Fernández, auténtico decano de los combates, comenzaron a manifestar su preocupación por el auge de un deporte ya consolidado, pero hasta entonces eclipsado por los enfrentamientos: el fútbol. Con todo, eso no impidió que la década de 1970 y los primeros años de la de 1980 se convirtiesen en las épocas doradas de este espectáculo, tanto por número de aficionados como por ingresos económicos. Tanto fue así que en 1980 el pabellón de La Magdalena acogió el Campeonato Nacional de Peleas de Gallos.

Sin embargo, ya entonces el fin del negocio parecía vislumbrarse en el horizonte, motivado por la falta de afición de las nuevas generaciones y por el elevado coste del mantenimiento de los animales, que disuadió a muchos hijos de galleros a proseguir con la actividad. La puntilla llegó en 1982, año de la firma del Estatuto de Autonomía del Principado, que impuso serias restricciones a esta práctica. Desde entonces las peleas de gallos, heridas de muerte, prosiguieron su decadencia, con combates muchas veces al margen de la legalidad, hasta su práctica desaparición a principios de los 2000. Un fin, eso sí, bañado en sangre.

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