Francisco Javier Lavandera Villazón y Jesús Campillo, a las puertas del club Horóscopo, donde el primero conoció a Trashorras. Damián Arienza
La trama asturiana del 11-M

Tras las claves del 11-M: el cruce de caminos que acabó en matanza

Se cumplen dos décadas del mayor atentado de la historia de España, pero también del descubrimiento de que los explosivos empleados en la matanza formaban parte de un tráfico habitual en Asturias al que nadie, pese a las denuncias previas, pudo poner freno. EL COMERCIO destapó esos antecedentes y abrió una nueva vía de investigación del atentado que cambió para siempre la vida de todos los testigos y también la historia de nuestro país

Domingo, 3 de marzo 2024

Lo que a continuación voy a contar puede parecer ficción. Una carambola de la vida de esas que te sitúan en un lugar adecuado en el momento justo... Bueno, quizás no tan justo porque el momento cobró sentido varios años después. Estamos en 2001. ... Último día de agosto. Últimos coletazos del verano o, al menos, de las vacaciones estivales de algunos. La redacción, en cuadro. Esperando ansiosos el relevo y los refuerzos de septiembre. De pronto una llamada telefónica suena. Nada extraño en un periódico regional. Unos vecinos de la calle Usandizaga, en el barrio gijonés de El Coto, protestaban desde hace días por la presencia en el edificio de una persona que criaba serpientes de gran tamaño en uno de los trasteros. Como nadie les hacía caso habían decidido llamar a EL COMERCIO convencidos de que así alguien tomaría medidas. Es habitual esa influencia. Los vecinos se quejan negro sobre blanco y las autoridades se dan por enterados y reaccionan. La cosa no sonaba mal: culebras grandes, pánico vecinal, temor a que una pitón se colara por un fregadero o desagüe.

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Allá me fui con el fotógrafo para hacer un reportaje cuando menos exótico. En el trastero efectivamente había varios terrarios. El ambiente, casi empañado, era húmedo y cálido. El ideal para mantener con una temperatura adecuada a animales de sangre fría. Las pitones amarillas, algunas de trece metros, se contonean en las 'peceras' ajenas al temor vecinal que despiertan. Y su propietario, el inquietante inquilino, resultó ser Francisco Javier Lavandera Villazón. Recuerden este nombre. Fran, como le gusta que le llamen, habla con afecto de sus mascotas y cuenta que las adiestra para espectáculos de baile con mujeres en un club nocturno. Para demostrar que son inofensivas se coloca una serpiente al cuello, momento que capta el fotógrafo. Esa imagen daría la vuelta al mundo cuatro años después.

Hasta aquí todo normal... Todo lo que se puede entender por normal tras lo relatado.

Francisco Javier Lavandera, con una de las serpientes que utilizaba para espectáculos, en una de las imágenes que dieron la vuelta al mundo después de conocerse que llevaba tiempo alertando de la trama de la dinamita como confidente del guardia civil Jesús Campillo. Joaquín Bilbao

Tres días antes de estos hechos Jesús Campillo, un guardia civil del cuartel de Gijón, acudía a este mismo edificio para atender la denuncia de un vecino. Era un vigilante de un club nocturno que aseguraba haber tenido contacto con dos hombres que frecuentaban el local y que le habían ofrecido la posibilidad de entrar en un negocio sucio. Sabía que traficaban con hachís y alguna que otra sustancia más, pero lo que esa noche le ofrecieron supuso un salto cualitativo. Le explicaron que podían disponer de muchos kilos de dinamita, hablaban de posibles clientes interesados, deslizaron incluso que buscaban a alguien que pudiera hacer bombas con móviles. No les hizo mucho caso, pero al día siguiente le cruzaron el coche delante de las narices y abrieron el maletero: «Me quedé impresionado». Cartuchos agrupados en paquetes, la palabra 'goma 2' inscrita en ellos, detonadores con cables rojos y azules... Atónito, el guardia civil grabó aquella conversación y la puso en conocimiento de sus superiores. La investigación, si se abrió, nunda dio resultados. ...Un detalle importante: el denunciante compartió con el agente su afición. Cuidaba y adiestraba serpientes para bailes en clubes nocturnos. De nuevo Lavandera.

Así arranca la historia de la mayor investigación periodística a la que, sin duda, me enfrentaré jamás. Un entramado de casualidades, descoordinacion, dejación de funciones, delincuentes descerebrados, confidentes y mucha dinamita que acabó colándose en la instrucción judicial del atentado del 11 de marzo. Lo que quedaría en evidencia tras meses de investigación periodística es un desaguisado policial de tal calibre que obvió el tráfico de dinamita en Asturias durante los años previos al día en que una banda yihadista atentó en los trenes de Madrid. Porque mientras en el periódico, como en todos los periódicos, redacciones, hogares y lugares de este país, se trataba de digerir la matanza, se hacían recuentos de víctimas y se trataba de atender y cuidar a heridos y familiares, otra noticia volvió a provocar un cataclismo: apenas una semana después del 11-M se detenía a un asturiano como el proveedor de los explosivos que se habían empleado en el atentado.

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Los protagonistas

Guardia civil que alertó de la trama de explosivos

Jesús Campillo

Guardia civil del Servicio de Información grabó el 28 de agosto de 2001 la denuncia de Lavandera. En ella explicaba que Trashorras le había ofrecido dinamita.

Confidente policial que denunció la trama

Francisco Javier Lavandera

Trabajaba como portero en el club Horóscopo cuando conoció a Toro y a Trashorras. Denunció que traficaban con 'goma 2' ante la Policía y la Guardia Civil en 2001.

Al principio su identidad se mantuvo en el anonimato, pero pronto se supo que se trataba de José Emilio Suárez Trashorras. El exminero avilesino hoy no necesita presentación. Veinte años después del atentado sigue cumpliendo condena como cooperador necesario de aquella acción terrorista que se cobró la vida de 192 personas y causó 1.900 heridos. Su condena, de más de 35.000 años, es la más alta impuesta a un ciudadano español. Como decía, hoy se sabe quién es Trashorras, pero aquel día Campillo y Lavandera tuvieron que haber sentido un escalofrío al oír su nombre. Un viejo conocido, el mismo que junto a su cuñado, (hoy excuñado) le había ofrecido explosivos en el club en el que trabajaba. El mismo que frecuentaba el local una noche y otra dejándose hasta 600 euros (en aquella época 100.000 pesetas) de una tacada y que se jactaba de poder conseguir explosivos porque había trabajado en una mina donde era fácil sustraerlos. El mismo al que denunció ante la Policía y a la Guardia Civil sin éxito.

Lavandera no lo dudó y decidió que había que contarlo a la prensa porque siempre consideró que si las fuerzas de seguridad a las que acudió hubieran reaccionado a tiempo quizás se habría podido neutralizar a Trashorras. Es decir, quizás se hubiera podido evitar que la dinamita llegara a los terroristas con tanta facilidad como parece que ocurrió.

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Y ahí es cuando el comienzo de este reportaje cobra sentido.

Lavandera y yo volvimos a encontrarnos cuatro años después del lío con los vecinos y las serpientes. Bajo el shock de la detención de Trashorras contó que le conocía, que lo había denunciado, que se rieron de él una y otra vez y que nadie movió un dedo a excepción de un guardia civil del Servicio de Información llamado Jesús Campillo. También habló del hombre que siempre le acompañaba y que a su juicio era el verdadero líder. Se trataba de Antonio Toro Castro, otro avilesino que, de hecho, resultó detenido tras el atentado.

El siguiente paso era contactar con este agente y que confirmara esa versión, y así fue. Recordaba que el 28 de agosto de 2001 mantuvo su primera conversación con Lavandera. Aquellos contactos fueron grabados en radiocasetes y también se transcribrieron en varios informes que puso en manos de sus superiores. Fue el primer aviso. Habría hasta tres más desde distintas fuentes y en distintos contextos a lo largo de varios años: un traficante de hachís, un confidente de la Guardia Civil y un testigo del que no trascendió identidad. Los cuatro denunciaron en sucesivas ocasiones a la pareja de avilesinos.

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Encausados y testigos

Aportó la dinamitacon la que se cometieron los atentados

José Emilio Suárez Trashorras

Exminero, con una enfermedad de salud mental diagnosticada y natural de Avilés, sustrajo explosivos de la cantera en la que había trabajado y los vendió a los terroristas marroquíes.

Pasó cuatro años en prisión por ayudar en la venta de explosivos

Antonio Toro

Fue amigo y cuñado de Trashorras. En el juicio quedó probado que colaboró en la venta de los explosivos. También fue condenado a once años y medio por la operación 'Pipol'.

Puso en contacto a los avilesinos con los terroristas marroquís

Rafá Zohuier

Conoció a Toro en la prisión de Asturias y allí gestó el plan de venta de la dinamita a la célula yihadista. Fue condenado a diez años de prisión y ha sido expulsado de España.

Denunció a Trashorras y Toro a cambio de beneficios carcelarios

José Ignacio Fernández, Nayo

Coincidió en prisión con Toro y también supo de que tanto él como Trashorras podían vender explosivos. Cayó detenido en la operación 'Pipol', pero huyó a Santo Domingo.

Avisó a la Guardia Civil del tráfico de explosivos

Testigo sin identificar

Se trata de un reo de Villabona del que no se conoce identidad. Fue testigo de cómo Toro contaba que su excuñado podía conseguir dinamita. Lo denunció.

Una de esas alertas fue dada por José Ignacio Fernández, alias 'Nayo'. El traficante. Compañero de andanzas de Toro y Trashorras, resultó detenido en una operación contra el narcotráfico conocida como 'Pipol'. Esta investigación merece un paréntesis. Estamos de nuevo en 2001. Es julio. La Policía entra en un garaje de Avilés y en una cochera se encuentra un alijo de hachís, 16 cartuchos de 'goma 2' y 94 detonadores. Fueron detenidas 21 personas. Entre ellas Toro, Trashorras y el propio 'Nayo'. Lo que en principio puede parecer una operación contra el tráfico de drogas más dejó de serlo por el hallazgo de esa dinamita. Sin embargo, no fue hasta después de los atentados cuando la investigación se centraría y con especialísima atención en este anexo de la operación 'Pipol'. Lo que apenas había sido un apunte en una larga instrucción judicial se convirtió en otra de las claves para destapar la trama de la dinamita asturiana.

Nadie profundizó en la procedencia de los explosivos, nadie abrió diligencias por ese hallazgo cuando menos singular. Al fin y al cabo, pensarían, el propietario de la cochera era un exminero que, obvio, podría conseguirlos fácilmente. El titular de ese inmueble era Trashorras. Este periódico destapó, al igual que hiciera con la denuncia de Lavandera, aquella negligencia porque de nuevo en ese garaje había una prueba más de que existía un tráfico de explosivos en Asturias previo al 11-M.

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Durante su estancia en prisión, 'Nayo' trató de conseguir beneficios penitenciarios revelando que Trashorras poseía mucha más dinamita de la hallada en la cochera, pero su información fue señalada como 'pasiva'. Cayó en saco roto. En un permiso carcelario, 'Nayo' huyó del país. Fue capturado catorce años después en República Dominicana y condenado a siete años de prisión.

Como él denunció a los excuñados Rafá Zohuier, un marroquí al que los avilesinos conocieron en Villabona. Avisó, pero también quedó demostrado en el juicio por el atentado que fue el enlace entre los asturianos y la célula yihadista. En concreto, puso en contacto a Trashorras con Jamal Ahmidan 'El Chino', uno de los terroristas que fallecería el 3 de abril de 2004 en el piso de Leganés cuando se atrincheraba junto a su grupo. Zohuier fue condenado y, tras cumplir la condena, fue expulsado de España.

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Mina Conchita. J. C. Román

Hay un cuarto testigo de este entramado, un recluso de Villabona a quien precisamente 'Nayo' también conoció en la prisión y al que contó que Toro y Trashorras vendían explosivos, entonces, dijo, a ETA.

Cuatro avisos y nada. Operaciones policiales cruzadas siempre se dieron de bruces contra una pared. La falta de coordinación entre Policía y Guardia Civil tampoco ayudó y entorpeció aún más si cabe lo poco que ambos cuerpos de seguridad pusieron en marcha. En la comisión de investigación parlamentaria sobre el atentado los responsables de ambas instituciones desfilaron ante los políticos y pusieron en evidencia el caos organizativo. En medio de esa ronda de declaraciones, la cinta grabada por Campillo salió a la luz y supuso la destitución del entonces jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Gijón, Antonio Rodríguez Bolinaga, superior de Jesús Campillo y a quien ordenó no desvelar el contenido de esa cinta que había grabado en 2001 con las denuncias de Lavandera. Ese día, el 16 de noviembre de 2004, nuestra fotografía de Lavandera apareció en todas las portadas. ¿Un hombre con una pitón al cuello era el denunciante?

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La imagen poseía todos los ingredientes para fascinar en las redacciones, pero ese día la vida de Fran cambió para siempre. Meses después su mujer se adentraría en aguas del Cantábrico y moriría ahogada sin que los policías que acudieron a su rescate pudieran hacer nada. Aislado y convertido en testigo protegido, con nueva identidad y sin posibilidad de comunicarse, siempre pensó que Elizángela Barbosa murió víctima de las presiones del momento.

La vida cambió para Lavandera, pero también para muchos otros implicados en estos acontecimientos. Ninguno de los responsables de las comisarías asturianas ni comandancias permanecieron por mucho tiempo en el Principado. Todos fueron trasladados a disntintos destinos. Porque en medio de aquel desaguisado, Trashorras iba a dar el golpe de su vida. En febrero de 2004, en un año bisiesto como este, se acercó a la mina en la que había trabajado en varias ocasiones. Una vez acompañado de un menor de edad, Gabriel Montoya, con dos alias 'Babi' y 'El Gitanillo', y otras con Jamal Ahmidan. Durante días contó con varios jóvenes asturianos para 'bajar' la mercancía a Madrid. Varios portes a cambio de hachís y cientos de euros. Y así hasta que los marroquís decidieron que tenían suficiente. Dinamita suficiente como para rellenar varias mochilas, llenarlas de clavos y artillería y dejarlas una mañana, bien temprano, en cuatro trenes de cercanías cargados de estudiantes, trabajadores, oficinistas, amas de casa, empleadas del hogar... Viajeros en definitiva.

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Todo fue muy rápido. Entre las 7.36 y las 7.40 horas del 11 de marzo de 2004 se produjeron diez explosiones. 192 personas perdieron la vida y cientos quedaron gravemente heridas. Nadie hubiera podido llegar hasta Trashorras de no ser porque un artefacto no explosionó y fue desactivado por los Tedax. La numeración de los cartuchos permitió tirar del hilo y llegar a Mina Conchita. No debió ser difícil atar cabos. Saltaron las alarmas. Esta vez sí, pero ya era demasiado tarde.

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