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LUCÍA LÓPEZ PÉREZ
Jueves, 9 de febrero 2023, 03:20
Son las nueve de la mañana. Una de las horas punta en el transporte público, cuando el ir y venir de la gente empieza a coger fuerza. Un día normal, de no ser porque la mayoría de los pasajeros y conductores, que hasta el martes aún tenían la obligación de cubrirse la boca y la nariz con la mascarilla al subirse al transporte, ya no la llevan.
La vuelta a la normalidad, y las ganas de que llegase, como adelantó ayer EL COMERCIO, se hicieron más que evidentes en el primer día del fin de la obligatoriedad de la mascarilla en el transporte público. Aunque no en todos los vehículos se produjo de la misma manera. Mientras que en los trenes, los taxis y los autobuses interurbanos se adivinaban más caras descubiertas que tapadas, en los urbanos la vuelta a la normalidad pareció ser más lenta, igualándose casi el número de usuarios con mascarillas al de los que optaron por quitársela.
Del mismo modo, algunos conductores de Alsa como Francisco Poncela, chófer de la línea que une Gijón y Avilés, decidieron seguir manteniendo la mascarilla «por preveción», convirtiéndose en la excepción del resto de pasajeros. Las cautelas del inicio fueron disipándose a medida que pasaba la jornada. «Casi todo el mundo se la quita, son muy pocos los que la mantienen», decía este mismo conductor a mediodía. Los jóvenes fueron los que más siguieron la opción de quitarse la mascarilla.
En la línea Centrobús de Alsa -cuyos pasajeros son principalmente universitarios-, uno de los conductores, V. P. Z., aseguraba que «no la trae puesta nadie. Sí que es verdad que el 98% de la gente que se sube es joven, pero en toda la mañana no se ha subido nadie con ella puesta».
Su compañero, Javier Abraira, que ayer conducía un autobús de la línea universitaria, es otro de los pocos que ha optado por seguir usando la mascarilla. «Especialmente para llevar a los niños de los colegios», dijo. Este conductor ya notaba pasadas las once de la mañana que «poca gente» optó por usar el transporte con los cubrebocas: «Se nota que ya había ganas de quitarla», aseguraba. Para Abraira, «ahora se hace raro ver a la gente sin ella. Muchos la traen puesta y cuando se acuerdan se la quitan corriendo y otros, cuando te ven con ella se asustan y se ponen a buscar una».
Y es que después de tres años de obligatoriedad, los hay que ya se acostumbrado a ella y acaban pasando por alto el fin de su uso obligatorio. Así le ocurrió a Axel Fernández, quien antes de que llegase su autobús ya se estaba acomodando la mascarilla para entrar: «No sabía que ya me la podía quitar, qué bien», celebraba. Para él, que utiliza frecuentemente el transporte para visitar a su familia en Avilés, la noticia supuso no solo una revelación, sino también el final de algunos descuidos, puesto que «más de una vez tuve que dar la vuelta a por la mascarilla porque se me había olvidado».
En las estaciones de autobuses también hubo quienes, pese a no ser usuarios habituales del autobús, aplaudieron la medida, como Ángela López que afirmaba resignada que «no viajo mucho en bus, pero estoy de exámenes y no me queda otra». Para esta universitaria, seguir manteniendo la obligatoriedad era una paradoja porque «no hay que usarla ya en casi ningún sitio y después en las discotecas estamos todos más pegados y con menos ventilación que en un autobús y ahí no se llevan».
Los conductores de las línea de media y larga distancia también notaban ayer una vuelta a la normalidad «a medias», ya que los usuarios de estos viajes parecen más reacios a quitarse la mascarilla. S. O. es conductor de Alsa de la lñínea Gijón-León. Aseguraba que «hay de todo, gente que la quita y gente que la pone, al final es mucho tiempo dentro del autobús y hay quien prefiere prevenir. A otros les parece un agobio».
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José A. González y Álex Sánchez
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