María (nombre ficticio) cuida de su hijo con discapacidad y de sus padres enfermos. JESÚS MANUEL PARDO

«¿Trabajar? ¿Cómo? Cuido de mis padres y de mi hijo»

Sin ayuda. Cotizó durante 28 años hasta que se vio en la calle y con un hijo con discapacidad. Ningún empleo le permite conciliar

Chelo Tuya

Gijón

Domingo, 25 de agosto 2024, 02:00

No quiere que se la identifique. Ni ha cometido delito ni tiene de qué avergonzarse, pero no le gustaría que su historia, una que cuenta con pelos y señales, afecte a las personas a las que dedica todas las horas del día: su hijo y ... sus padres. «Si pones María, mejor», explica esta asturiana que es el ejemplo claro del 'suelo pegajoso' que atrapa a las mujeres y les impide desarrollar, según su deseo, la vida laboral. En realidad, que les impide desarrollar, según su deseo, la vida.

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«Tengo 28 años cotizados, que no me han servido de nada», cuenta María. Una historia, la suya, que podría ser la de cualquiera de las 2.447 asturianas que, cada año, renuncian a seguir trabajando para cuidar de sus hijos. Una tarea, la de los cuidados familiares, que tiene a casi 75.000 asturianas en el apartado de 'inactivas' para el mercado laboral. «En mi caso no renuncié, la empresa en la que trabajaba cerró y me vi en la calle».

Hasta ese día, ya multiplicaba las horas del día para trabajar y cuidar de su hijo, con una gran discapacidad. Una que obliga a atención continua. «Aunque costaba, en aquel momento contaba con el apoyo de mis padres, para llevar a mi hijo al colegio, recogerlo, darle de comer y, después, llevarle a todas las terapias que necesita para que tenga la vida más autónoma posible».

Tarea sin remuneración

Pero esa red pronto empezó a mostrar sus agujeros. «Mis padres han enfermado y, sobre todo mi padre, necesita mucho apoyo». Otro más. En lugar de María como nombre ficticio, bien podría haber elegido Atlas, porque se echó el mundo a sus espaldas: «Desde las 7 de la mañana a las 23.30 tengo una agenda marcada por los cuidados».

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Una tarea esa, la del cuidado familiar, que supone trabajo sin descansos y, claro, sin remuneración. «Cuando me vi en la calle, me llevé una gran decepción: me dieron de paro 400 euros al mes», con lo que a la angustia del cuidado familiar sumó la de la falta de ingresos. «He agotado todo lo posible, el subsidio, la renta de inserción... Todo», hasta llegar al momento en el que «no tengo ingresos».

Por ahora, tanto su petición del salario social, la prestación que financia el Principado para personas sin recursos, como la del ingreso mínimo vital, la prestación estatal, «me las han devuelto denegadas».

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Para quien pueda pensar que su solución pasa por volver al mercado laboral, María es rápida: «¿Trabajar? ¿Cómo? Si cuido de mis padres y de mi hijo». Aseveración que prueba el desglose de su agenda. En temporada escolar, el despertador suena a las 7 de la mañana. Y empieza una tarea de duchas, desayunos, traslado al colegio de su hijo, comprar para sus padres, visitas médicas, vuelta a por su hijo, comidas, y tarde de actividades y terapias para que la discapacidad del chaval «no le frene».

De hecho, los expertos coinciden en que el grado de autonomía de su hijo se debe a los cuidados continuos, a las terapias de pedagoga, logopeda, psicóloga, fisio, movilidad... «Que le he dado. Pero nadie parece darse cuenta de que, no solo todo eso tiene un coste económico, sino uno personal».

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María se define «como una madre desesperada. Quieren natalidad, pero luego no hay ninguna ayuda para conciliar». Ninguna de las ofertas de empleo «encaja con mis horarios». Y desesperada, también, por la respuesta de la Administración: «No encuentras quien te hable claro, quien te explique tus opciones ni quien vea el coste que tiene la atención a mi hijo». Ella ha encontrado en la ONG Mar de Niebla una luz en ese túnel. Pero, incluso así, «las cuidadoras familiares estamos muy solas».

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