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ARANTZA MARGOLLES
Lunes, 25 de marzo 2019, 03:44
Si de recordar hechos sorpresivos se trata, no hubo ninguno como el de cuando Aymar d'Arlot, situado frente a frente con la majestuosa silueta de caliza del Picu Urriellu que cada tarde, desde hace miles de años, el sol tiñe de naranja, no sintió ni la más mínima gana de subirse a lo que solo a él se le ocurría definir como «roca vertical». Encaramado al Picu Albo, que apenas tiene cien metros de altitud menos que el Urriellu, pero un perfil bastante más amable, el francés sentenció. «Es inaccesible». «(El acceso a la cima) parece prohibido a los hombres, como también lo está para los rebecos». No le faltaba razón porque doce años después -estamos, ahora, en 1892, con el gabacho, a la sazón conde de Saint-Saud, trazando casi obsesivamente el contorno del cordal que observa desde el Albo sobre el papel, ante la atónita mirada del cura de Bulnes, que le acompaña en la excursión-, cuando Pedro Pidal y Gregorio Pérez, 'El Cainejo', cometan la gesta de hacer cumbre en el Urriellu, ya les habrán advertido los del pueblo. «Ehí nunca nun subieron ni los rebecos».
Ah, pero sí el hombre, desde 1904 (y la mujer, desde 1935). Y quien no, lo ha deseado. Menos Saint-Saud. Pragmático como solo puede serlo un juez -lo fue durante dos años, en Lourdes-, a Jean Marie Hipolyte Aymar d'Arlot, conde de Saint-Saud, le debemos gran parte del conocimiento topográfico de los Picos de Europa, que él recorrió cuando aún estaban prácticamente inexplorados, con permiso de Guillermo Schultz y de Casiano del Prado. ¿Por deporte, por afán de aventura, por curiosidad? Esa, desde luego, fue la base. Pero no la única razón: además de jurista, montañero y explorador, Aymar d'Arlot, la única persona en el mundo que vio el Picu Urriellu y no quiso subirlo, fue un espía al servicio del gobierno francés.
Lo ha contado, como nadie y con gran profusión de detalles, Luis Aurelio González Prieto. Años antes de que Aymar d'Arlot llegase a «tierra mala» -la que solo es roca y nieve, en la que no crece la hierba ni suben los rebecos- asturiana, el país vecino había sido derrotado con enorme estrépito en la guerra franco-prusiana, en parte por no estar muy ducho en cartografía, y decidió elaborar un enorme mapa estratégico de los territorios que iban del norte de España a los Países Bajos y Alemania occidental.
¿Cómo poder enfrentarse a este trabajo en lugares hasta entonces nunca o poco explorados a los que no tenía acceso posible el ejército francés, como eran, en lo que nos ocupa, los Picos de Europa? Ferdinand Prudent, capitán del estado mayor, halló pronto la solución: el CAF (Club Alpino Francés) acababa de constituirse, y sus miembros -entre ellos, Aymar d'Arlot era de los más destacados- podrían ayudar a la elaboración de aquellos planos militares cuando visitasen las cordilleras extranjeras con ánimo deportivo y, por tanto, carente de toda sospecha.
¿Fue Aymar d'Arlot, cuya propia mano dibujó la parte correspondiente a la costa oriental cantábrica hasta Ribeseya en la 'Carte du Depôt de Fortifications', a partir de 1892, un espía? Sin duda, aunque uno que nos vino bien para el abundamiento en el conocimiento de nuestras montañas y que trabó buena amistad con Pedro Pidal, quien sí llegó a ascender a esa paradigmática cumbre del Urriellu, convenciendo al 'Cainejo' para acompañarle, a pesar de que el Marqués hacía clara referencia a las andanzas del de Saint-Saud cuando excusó su aventura por puro patriotismo: «¿Qué idea me formaría de mí mismo y de mis compatriotas si un día llegara a mis oídos la noticia de que unos alpinistas extranjeros habían tremolado con sus personas la bandera de su patria sobre la cumbre virgen del Naranjo de Bulnes, en España, en Asturias y en mi cazadero favorito de robezos?»
Saint-Saud, cuyo nombre ha quedado ensombrecido por la omnipotente sombra de la enorme figura de Pidal, estuvo en Picos al menos en ocho campañas de exploración, los divisó una previa desde Cantabria y los visitó, ya anciano, con su hija, para despedirse de ellos.
En época de escasas técnicas, su objetivo principal, dentro de sus labores topográficas, fue delimitar cuál de todos los picos que rompen el cielo asturleonés en la cordillera que siglos atrás avisaba a los marineros que Europa ya estaba cerca era el más alto. Fue el primero, o al menos el primero que lo escribió después, que pisó la cumbre del Peña Vieja, en Cantabria; o la de la brecha, más bien feota, que culmina la Morra de Lechugales, para siempre encontrar cimas que estuvieran más altas que él. Hasta 1892. Aquel año subió al Torrecerredo y, por primera vez en la historia, a 2.648 metros sobre el suelo, no hubo roca que hiciera sombra al ser humano en los Picos de Europa.
«¿No es un sacrilegio estar donde estamos?», dejaría escrito en lo alto de una de aquellas cumbres... aunque no de la «inaccesible», ¡claro!
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
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