Teodomiro Otero - Propietario de Apartamentos Rurales El Mirador de El Parque
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Teodomiro Otero - Propietario de Apartamentos Rurales El Mirador de El Parque
El hostelero más veterano de AsturiasEl 15 de septiembre próximo cumplirá 93 años. Y quiere hacerlo como hasta ahora. En Somiedo, al frente de Apartamentos Rurales El Mirador de El Parque. A pesar de estar jubilado, su actividad es casi la misma que cuando aún no había cumplido los 65. ... Un 'casi' que incluye madrugar, dormir poco, estar pendiente del negocio y no ir nunca de vacaciones. Teodomiro Otero (Gúa, 1930), uno de los hosteleros asturianos en activo de más edad, ha trabajado en la mina, cosechado la tierra, catado el ganado, construido casas, servido los callos más afamados de Villablino y fabricado jabón. El guaje que iba a la escuela calzado con piel de cabra dice que sus nietos lo tienen más duro que él.
–Este año cumple 93, ¿no ha pensado en coger vacaciones?
–(Risas) ¿Vacaciones? Yo ya corrí mucho. Cuando trabajé para Acciona trabajé por toda España. Estuve ocho años en Andalucía. Incluso fui a trabajar a América. Estuve en Quito, en Venezuela...
–Pero esos viajes fueron por trabajo, yo hablo de vacaciones.
–¿Dónde voy a estar mejor que aquí? En Somiedo tenemos un paisaje maravilloso, no hay contaminación, estamos tranquilos. Fíjese que ninguno tuvimos la covid. Ni siquiera los turistas que acogimos cuando nos dejaron volver a abrir.
–¿Lo suyo con el turismo le viene de familia?
–Qué va. Aquí no había nada. Bueno, casi como ahora. Yo empecé a trabajar en cuanto tuve fuerza para aguantar una herramienta en la mano. Había que cosechar para comer. Ahora ya se abandonó todo, pero aquí, en Somiedo, se cosechaba trigo, patatas, lentejas, garbanzos. No trabajábamos, éramos esclavos.
–¿Las tierras eran de su familia o trabajaban para otros?
–No, las tierras eran propias, pero era esclavo. Trabajábamos casi desnudos. Fíjese que para calzarnos nos hacía mi tío unas alpargatas con la piel de las cabras.
–Trabajando de niño, ¿pudo ir a la escuela?
–Sí, íbamos a la clase de doña Hortensia, que estaba casada con un guardia civil. La escuela estaba aquí, pero la vendieron y está vacía. Aquí ahora no hay nadie, los turistas que vienen y poco más. Por no haber, no hay ni quien coseche el campo ni quien explote el ganado. Antes venían a recoger la leche. Ahora, ni eso.
–¿Y cuándo pasó del campo y el ganado al sector turístico?
–Cuando me casé, a los 21 años. Fuimos a Villablino, porque aquí no había nada y allí, con la mina, había mucho movimiento. Con mi mujer, Soledad López, abrimos un bar, Las Cadenas. Y allí empezamos a dar comidas, bebidas, a vender zapatillas, ropa, fruta que íbamos a recoger en carro a Ponferrada...
–¿Y cómo fue el comienzo?
–Duro. Mi mujer estaba en la cocina y, al principio, algunas cosas salían bien y otras no. Pero enseguida empezaron a tener mucha fama sus callos y su pulpo. Era lo que más vendíamos. Había un militar que, cada vez que volvía a ver a su familia, nos avisaba para que no faltaran los callos. No cerrábamos ningún día y el horario... Horario no había. Cerrábamos cuando se marchaba el último cliente.
–¿Y de Las Cadenas saltó a El Mirador del Parque?
–No. Al principio, trabajaba en el bar y en la mina, para no ir a la mili. Aunque, al final, fui.
–¿Por qué?
–Porque caí de baja en la mina, pero trabajaba en el bar y alguien me denunció. Así que me mandaron a Jaca. Estuve mes y medio, porque mi mujer estaba de parto y pude volver a casa.
–Y dice que antes del turismo rural hizo más cosas.
–Sí. Al volver de Jaca, además del bar me puse a fabricar jabón.
–¿Cómo se fabrica el jabón?
–En aquella época, manualmente, con aceite de oliva. Me salía un jabón blanco que olía de maravilla. El que me enseñó a hacerlo me denunció por usar aceite de oliva. Me cerraron la fábrica, pero peleé y logré abrirla de nuevo. Aunque, cuando León abrió su fábrica de jabón tuve que cerrar. No podía competir.
–¿Y luego?
–Luego empecé a trabajar para Acciona y ya traspasamos el bar. Pero teníamos aquí (en Gúa) la casa y unos terrenos así que hicimos los apartamentos.
–¿Cómo fue vender turismo rural cuando no se sabía qué era?
–La locura. Cuando Asturias empezó con el turismo rural fue la locura. Llegué a tener tanta demanda que, incluso, llegué a tener a gente en colchones. Eran amigos a los que no cobraba, pero que querían venir y no tenía dónde alojarlos.
–¿Da el turismo para vivir?
–Hay años mejores y otros peores. Nosotros no nos quejamos, tenemos reservas fijas cada verano. Y con precios ajustados, 70 euros al día por pareja y apartamento. El turismo es el futuro de Asturias, después de la ruina que hicieron cerrando las minas.
–¿Tan malo fue?
–¡Claro que fue malo! No hacen más que hablar de los fondos mineros, pero yo no sé dónde fueron a parar. En Villablino, con las minas, había vida, gente, movimiento. Si tenías pisos de alquiler, te los quitaban de las manos. Llegamos a cobrar 5.000 pesetas de renta mensual cuando en el trabajo te pagaban la hora a 5 pesetas. Ahora está muerto.
–Dice que funciona el turismo.
–Aquí sí, pero allí no es igual. Aquí vienen los ingleses y franceses, que tienen locura por el oso. Piden las habitaciones con balcones que dan al monte donde se les ve. Se pasan horas mirando.
–¿Es buen vecino el oso?
–Bueno (lo piensa). A mí me gusta, pero cada vez hay más y ya están causando muchos daños. El Principado no paga nada bien las vacas que mata. A mí me mataron dos, me destrozaron colmenas... Cualquier día pasearán por el pueblo como un vecino más.
–¿Se jubilarán sus nietos como empresarios de turismo rural?
–(Suspira) Lo tienen muy duro.
–¿Dice usted, que trabajó desde niño casi sin descanso, que los jóvenes lo tienen peor?
–Sí. Nosotros no teníamos nada, pero sí había trabajo. Los jóvenes de Asturias y León tienen muchas cosas, pero no trabajo.
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