LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 25 de noviembre 2018, 02:26
Mamá siempre está aunque no hablemos de ella.
Publicidad
De hecho, ni la abuela ni yo ocupamos nunca ni su parte en el sofá, donde siempre se sentaba cuando veíamos la tele las tres, ni su silla en la mesa de la cocina. Es como si ella también se sentara con nosotras a comer, o a charlar, o a ver la tele y cotillear con los programas de famosos de medio pelo.
Pero está siempre. En ese dolor que la abuela ha sumado a todos los suyos, y en mi propia percepción de que la vida también es esto: un agujero de los que hay en el espacio y que succionan toda la materia. En esa negrura a mí se me fueron tantas cosas que si hago recuento, termino por echarme a llorar, y no, porque luego todo son imágenes que no quiero para nada: ni el eco de los gritos creciendo en mi cabeza, ni los golpes con los que me despertaba aquellas noches. Ni lo que pasó aquel día.
Por eso, la abuela y yo hablamos de otras cosas, aunque también duelan, pero es otra pena, la pena sonriente, la que nos permite atisbar que la felicidad existió y que mamá también se reía. La abuela me cuenta cosas de cuando mi madre era pequeña, sus monerías que tenían conquistadas a las vecinas, y lo guapa que era cuando tenía mi edad, y las buenas notas que sacaba en el instituto, y que quería haber sido enfermera.
Hasta que conoció a mi padre, claro. Y ahí se nos tuerce el gesto a las dos, porque nos duele hablar de él. Para él no hay silla en esta casa, porque nunca formó parte de las risas de las tardes y de las horas en la cocina. Ese mundo y esa alegría era solo nuestra, de las tres. Ahí él era lo que siempre fue: una ausencia vestida de amenaza, los dedos de mamá retorciéndose asustados, las miradas de la abuela y sus suspiros. Las pocas palabras con que escribimos en el aire su memoria complementan la visión que me ha quedado a mí: la turbiedad de su mirada, su voz a veces lastimera y casi siempre furiosa. Si lo pienso bien, nunca lo recuerdo riendo. A mamá sí, pero mamá es como si hubiera tenido dos vidas: en casa de la abuela, conmigo, cuando nos reíamos de todo. Y en la otra casa, donde el dolor y la muerte.
Publicidad
La abuela dice que avisó a mamá muchas veces, pero que ella se empeñó en seguir con él porque estaba loca de amor. Loca de amor, dice la abuela, y cuando lo hace se le pone voz de telenovela, qué tontería eso del amor. La abuela le dijo que aquel chico tan guapo no le gustaba nada, porque le habían dicho que si bebía, y mamá que no, que eso era antes, que lo había dejado. Y que si las drogas. Y mamá que también, que no fuera pesada, que eso había sido años atrás, cuando era adolescente. Y le decía también que a ver si pensaba que todos los hombres iban a ser como había sido el suyo.
La abuela había tenido un calvario terrible con el abuelo. Yo me acuerdo muy poco de él, porque se murió cuando yo era muy pequeña. Recuerdo a la abuela esclavizada yendo y viniendo de la cocina al cuarto donde estaba. Mamá le decía que tenía que haberlo llevado a una residencia, que por qué lo cuidaba con la mala vida que le había dado. Y es que mi abuelo por lo visto, era un borracho de cuidado, y cuando bebía le daba unas soberanas palizas a la abuela. Y eso ya desde siempre, porque parece que de novios también le había puesto la mano encima, pero ella lo disculpaba. Por el alcohol, decía, que él era bueno, pero cuando bebía no podía evitarlo. Mamá decía que no, que no era por la bebida, que el abuelo era malo porque sí, torvo, decía. Y que nada de eso era lo que le pasaba con mi padre. Que mi padre había bebido antes. Y se había metido cosas, antes.
Publicidad
Como la abuela vaticinó, papá volvió a beber, y a veces tampoco le hacía mucha falta. Mamá se disculpaba con la abuela diciendo que en realidad papá tenía algo en la cabeza, algo que no iba bien, y en cuanto probaba algo de alcohol, en ocasiones especiales, decía, le afectaba directamente al cerebro y no podía controlar sus reacciones. Pero que la quería.
Por eso acabó dejándolo, porque una vez le dio un golpe tan fuerte en la cabeza que perdió el conocimiento y cuando se despertó se encontró conmigo llorando a gritos, con mi pijama de Minnie lleno de la sangre que se había extendido por el suelo. Por eso nos fuimos a casa de la abuela. Y allí había muchas risas, pero a veces también discusiones y disgustos, cuando mamá no lo podía remediar y volvía con papá. A mí me dejaba con la abuela, y casi siempre sucedía que dos o tres días más tarde estaba de vuelta. A veces con moratones y a veces solo con lágrimas, y la abuela le decía que no sabía qué hacer con ella, que si no le había servido de nada ver lo del abuelo, que ahora eran otros tiempos y podía divorciarse y eso, no como los suyos, que tenía que aguantar y callar y que nadie se diera cuenta de que le había pegado, porque eso era la prueba inequívoca de que algo habría hecho, o de que no sabía llevar la casa y por eso.
Publicidad
Mamá siempre está aunque no esté, porque una de esas veces que se fue con papá, no volvió y sí vino la muerte en forma de llamada telefónica para anunciarme que sin más me había quedado huérfana con dos palabras: asesinato y suicidio Mamá y papá. Su ausencia ocupa su silla y a veces nos parece oír su risa. Creemos que donde esté es feliz y por eso nos acordamos de ella sonriendo, y tratamos de arrancarnos de la memoria todo lo que no sea su mirada brillante y el modo en que se apartaba el pelo de la cara, y los besos que me daba a todas horas.
Desde que la abuela sabe que tengo novio, se ha puesto un poco pesada y hablamos de mamá y de cómo ella le dijo, y la advirtió y todo eso. Pero le repito a la abuela una y otra vez que Abel no. Que Abel es bueno. Que me quiere con locura, y que se moriría sin mí. Dice la abuela que tenga cuidadito que todos esos que se mueren de amor por una, generalmente antes, te matan a ti. Pero eso es porque no lo conoce, porque no sabe lo felices que somos, y cómo me quiere, y lo pendiente que está de mí, y de todo lo que hago. Le importo. Quiere saberlo todo de mí, compartirlo todo, que seamos uno solo, dice. Me acompaña cuando vamos a comprar ropa y me aconseja lo que me queda mejor. Y para que la confianza sea total entre nosotros, tiene la contraseña de mi móvil, y del portátil, todo. Eso la abuela no lo entiende. Porque a ella el abuelo nunca la quiso así, porque papá nunca quiso así a mamá.
Publicidad
Qué sabrá ella, qué sabrá la silla vacía de mamá lo que es amor de verdad.
3 meses por solo 1€/mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.