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Vista sureada del jardín francés desde el piso superior con las palmeras canarias al fondo. Rafael Suárez-Muñiz

Vestigios de hace tres siglos en Valdesoto (Siero) y un jardín francés decimonónico

La finca de 70.000 metros cuadrados donde se halla el popularmente conocido como palacio de Valdesoto o «del marqués de Canillejas» fue declarado Bien de Interés Cultural en 2006

Rafael Suárez-Muñiz

Domingo, 10 de abril 2022

En la parroquia de Valdesoto, dos kilómetros al sur de Pola de Siero, se sigue conservando uno de los mejores exponentes de la jardinería geométrica francesa en Asturias además de algunos testigos botánicos que superan los tres siglos: la finca de 70.000 metros cuadrados ... donde se halla el popularmente conocido como palacio de Valdesoto o «del marqués de Canillejas». Acepción esta última que es totalmente errónea como veremos. El palacio ha sido declarado Bien de Interés Cultural en 2006 y actualmente su propietaria es Pelle Cabanilles, otro buen ejemplo de empoderamiento femenino al cargo de una posesión de tal magnitud.

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La construcción primigenia sobre la que se hizo el palacio actual y sus adiciones fue la torre de los Carreño-Solís, que databa del siglo XVIII, época en la que se introdujeron algunos ejemplares arbóreos. Sobre la cual se fue construyendo y modificando el palacio, cuyos últimos añadidos y la configuración paisajística se remontan a finales del siglo XIX. El reflejo estético rezuma sobriedad y desprovisión de ornato al más puro estilo barroco rústico, salvo por sus respectivos escudos de armas, y, eso sí, con una jardinería que en su día fue espectacular. «En 1865 fue cuando se arregló la casa y se hizo la distribución que hay ahora. Lo de abajo debían ser cuadras» señala su actual gestor, José Javier Ochoa Cabanilles. A lo que añade Juan García, su esmerado jardinero, que el palacio «tenía el patio descubierto y había otra puerta en el muro norte para el paso de carruajes» hasta las caballerizas sitas en el ángulo noroccidental. Junto a las cuales se hallan contiguas las antiguas viviendas de los jardineros y chóferes, ya que el espacio social y residencial del servicio se situaba en el ala este del palacio, en el piso superior, sobre la cocina principal.

Una maravillosa y romántica vista del bosque de las camelias japónicas con algunas en flor. Rafael Suárez-Muñiz

Todo queda en familia, en familias muy concretas y emparentadas además. Ramona Carreño Solís, dueña de la torre barroca original, se casó con Manuel Hilario Vereterra Ribero; su hermana, Luisa Vereterra, era la abuela de Rosalía Bernaldo de Quirós Peón, mujer del ingeniero Augusto Bailly, creador del espectacular jardín francés y de la renovación del palacio de Pola de Lena, cuya hija se casó con el ingeniero Vicente González de Regueral (artífice del puerto de El Musel siguiendo el proyecto de su padre Salustio), como bien apunta su tataranieta, y verdadera zahorí de la genealogía familiar, Isabel Oliveros González de Regueral.

En el último tercio del siglo XIX, este palacio pertenecía al matrimonio formado por Isabel Armada y Fernández de Córdoba, hija del marqués de San Esteban y conde de Revillagigedo y ahijada de la reina Isabel II, entre más de una docena de títulos —heredera, pues, de la grandeza de España—, y Manuel Vereterra Lombán (segundas nupcias), tras haberse quedado viuda de su hermano José María (marqués de Gastañaga y de Deleitosa).

Monumental castaño de Indias de 40 metros de altura y 150 años de edad.

Actualmente gestiona la organización de bodas y eventos José Javier Ochoa Cabanilles, bisnieto de Isabel Armada y Manuel Vereterra. De dicho matrimonio nació Amalia Vereterra Armada, la última condesa de Villarrea, casada con José Cabanilles Peón. Amalia falleció en 1976 y desde entonces quedó deshabitado el palacio. Hace unos cinco años es cuando Isaac Loya, el laureado cocinero del Real Balneario de Salinas (1* Michelín), arrendó las instalaciones.

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Lamentablemente no existe mucha información acerca de la jardinería, ni fechas concretas ni autores. En cualquier caso, teniendo en cuenta que Isabel Armada era la hija de Álvaro Armada Valdés, el promotor de la jardinería francesa y la paisajista de la quinta de Peñafrancia (Deva), no sería de extrañar que su padre tuviera algo que ver. Fueron espacios verdes hechos prácticamente coetáneos, hacia 1880-1890 en este caso, y, como apuntaba el doctor geógrafo Rodrigo Álvarez Brecht (2009), bien podría haber sido Pedro Múgica el tracista del ordenamiento jardinero al haberse formado en Versalles, tal y como en Deva. La cantidad de analogías que presenta frente a la quinta de Peñafrancia no son azarosas, el muro tipo fortaleza de un castillo con respiraderos, desagües, huerta cercada, almenas, torres de vigía y foso, es del siglo XIX al igual que el que hizo el conde de Revillagigedo para reunificar sus dominios en una finca matriz.

Impresionante cedro del Líbano con ramas torcidas de más de tres siglos.

También hay una fuente de estilo andaluz que se encuentra dentro de otra circular. Hubo un lago con cisnes cuya forma sigue conservándose y está pendiente de arreglar. Había un aviario encima del jardín francés donde se han hecho las nuevas cocinas. De toda esa composición física y funcional sobrevive la pajarera con las casetas de los patos en el borde suroriental. Pero, sin duda, una de las cosas que se echan en falta es la magia romántica del antiguo invernadero decimonónico que hacía recordar a la puerta de Ishtar —se siguen conservando las dos torres almenadas—, situado cerca de la panera, emulando un castillo con el cuerpo central totalmente acristalado, como el de Deva.

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La pieza principal de la posesión, y la de mayor interés, es el jardín simétrico francés compuesto de brocado de boj (setos bajos) formando dibujos ovales y poligonales rellenos de flores de temporada. Antiguamente se ponían «petunias, dalias, claveles turcos, salvia, gitanas…», indica Juan García. Sobre lo que añade Isabel Oliveros González de Regueral: «las flores eran de temporada, se quitaban y quedaba la tierra, de ahí el nombre de 'parterre'». «A finales de abril tenemos que volver a plantar otras 3.000», debido a la lluvia y las heladas lamenta José Javier Ochoa. El jardín formal, de 2.400 m2, plantea un orden en planta en forma de damero, definida por seis grandes piezas rectangulares que se subdividen dibujando en su interior: triángulos, medallones ovalados y formas renales. En el lado meridional se yerguen dos palmeras canarias sobre parterres ovalados y en las dos formas superiores también hay dos raras palmeras denominadas butias (Butia capitata), que fueron seguramente las primeras que se introdujeron en Asturias, son de la época creacional del jardín.

Tilo de más de 300 años que es de los más viejos de Asturias.

El lado este está ornado, cual alfombra verde, por un laberíntico trazado de boj intrincado. Una escalinata le da ascenso a un aterrazado jardín de plantación alineada con vetustos pies, es el llamado «huerto de los perales», cuyo fragante y sutil aroma distrae totalmente la atención durante el dulce tránsito. Allí se avistan unos cuantos perales centenarios que sobreviven. Estos dos escalones están separados por un pasillo hermoseado con una columnata toscana y bancos, así como alguna figura de terracota. En el jardín francés hay más de una quincena de copas decimonónicas a modo de maceteros, como las de Villa María (Gijón), en los extremos de los macizos de boj. Otra escalinata comunica el jardín simétrico con el llamado «túnel» de las magnolias grandiflora (una treintena) plantadas a finales del siglo XIX, es decir, tienen alrededor de 130 años de antigüedad. Esta doble hilera se acompaña paralelamente de una galería de estatuas clasicistas de cemento de la misma fecha y desemboca en una plazoleta al costado del palacio donde hay otras dos figuras rematando la escalerilla que comunica con el piso más bajo, donde estaba la pista de tenis, la piscina y una huerta.

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Nos muestra el jardinero, Juan García, fotografías antiguas en las que ambas escalinatas estaban cubiertas por unos bojedales con topiaria en forma de cúpula. La superior era el cenador, pues tenía una mesa de piedra y bancos que aún se conservan, y está rodeada de potentes laureles-cerezo originarios del Cáucaso.

Vista del tercio norte del jardín francés con las extrañas butias en el centro del brocado y el llamado túnel de las magnolias de siglo y medio de antigüedad con la galería de estatuas.

La historia sintáctica del jardín francés de Valdesoto se solucionó perfectamente con un simple complemento circunstancial. El palacio miraba a meridión y en el flanco de mediodía se dejaba caer una pendiente suficiente para impedir el establecimiento de un bello jardín plano. En cualquier caso, se salvó la pendiente como se pudo pero no se podía garantizar la alineación del jardín con el palacio y no se consiguió alinear. Para resolver este problema de orden y estética se recurrió a la construcción de un pabellón longitudinal que sirve de continuación enfrentada al palacio y que sí sigue la alineación del perímetro del jardín francés.

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En la pradera del sector meridional del jardín se alcanza una estupenda perspectiva visual para focalizar un conjunto disperso y sin criterio de ordenación formado por coníferas exóticas para la época. En primer lugar un monumental cedro del Líbano con un tronco abarcable por cinco almas y más de 300 años de antigüedad sobre sus ramas, como el de La Isla de Florencio Valdés, seguro que tampoco fue incasual. Al fondo se levanta una secuoya de un siglo y medio. Un tilo de los más grandes vistos en Asturias, también de edad superior a 300 años, muestra su poderío junto a las jaulas de los patos. Un enorme laurel real centenario, un señor tejo dorado y una picea o falso abeto de la misma edad terminan por componer la contada masa arbórea. En medio de este jardín se enfrentan dos medallones ovalados de juníperos rastreros con un imparable diámetro de 13 metros. Algo asombroso y raro de ver en Asturias.

El murallón occidental de la finca está recorrido por una hilera de 53 cipreses de Leyland. El tercio noroccidental tiene una mitad inferior dedicada a bosque de camelias que rondan el siglo y medio de antigüedad; son algo más jóvenes que las de Peñafrancia. Hay en torno a 60. Son todas japónicas, rojas, blancas, rosas, granates… Esta umbrofilia fue perfectamente aprovechada por dos especies de musgos, no hay sotobosque. En medio se yergue una araucaria de Chile de 40 metros de altura y una copa que se ve desde todos los puntos del jardín. Bajo la misma hay media docena de palmeras chinas de abanico (Trachycarpus fortunei) que han dado varias hijas y nietas. A cada lado de la pista de tenis hay una araucaria chilena y otra angustifolia natural de Panamá y Brasil.

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Fachada principal del palacio barroco de Valdesoto.

El sector norte del bosque de camelias se continúa con el antiguo lago de cisnes bordeado por ocho tilos de 40 años de edad, dos aligustres y alguna de las farolas de gas originales. Entre el bosque de camelias y el palacio hay un rinconcito cupulado —otro cenador con mesa— bordeado por los bojes más grandes que se conocen en Asturias, algunos tienen 300 años. Están exentos y son verdaderos árboles de unos 10 metros de altura. La antojana que media entre la panera y la trasera del palacio cuenta con un roble autóctono de más de 200 años de edad. En el ángulo nororiental de la finca, a levante de las cocheras y la capilla, pasan desapercibidos cuatro castaños de Indias que son de los más antiguos y grandes que hemos conocido, tienen 150 años de antigüedad y una enorme haya atropurpúrea injertada de la misma fecha, así como algunas falsas acacias.

Al igual que hemos podido ver en Deva o en la quinta Selgas, Valdesoto es un jardín de jardines con especies de los cuatro continentes fértiles y una variedad botánica muy importante y añosa, algo totalmente excepcional para la época. Uno de los cinco mejores jardines franceses de la región. Presenta muchas concomitancias, como se ha visto, con la quinta de Peñafrancia (antigüedad, especies botánicas, estilos de jardinería, misma familia, mismos elementos físicos, etc.). Es un privilegio que se siga conservando y luchando por mantenerlo en buen estado, habida su magnitud, y después de haber sufrido un parón de décadas en su mantenimiento. Esto nos permite elevar nuestra imaginación a aquellas importantes celebraciones y visitas de abolengo, como las de los anteriores reyes, Gaspar Melchor de Jovellanos en 1790 o el príncipe de Asturias en 1924.

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