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Víctor Fernández Álvarez tiene el tiempo de Noreña en sus manos. Cada sábado desde hace cuarenta y cinco años sube los cuarenta peldaños de la Torre del Reloj para poner a punto la maquinaria que en 1864 construyó José Martínez, relojero del Ayuntamiento de Bilbao. «Es un mecanismo totalmente artesanal, con todas sus piezas de hierro elaboradas en una fragua; desconozco si hay más como éste y dónde están, pero no hay duda ninguna de que el de Noreña es una joya», asegura.
La labor de Víctor le llegó heredada. Su padre, José Fernández Iglesias, era quien se ocupaba del mantenimiento desde que en 1965 el Ayuntamiento le pidiera que volviera a ponerlo en marcha tras un tiempo parado. Un año antes se había ampliado la esfera exterior para darle más visibilidad. «Tenía una relojería y cogió el encargo con mucha ilusión, le encantaba venir y yo, aunque era un crío, lo acompañaba casi siempre», recuerda.
En 1973, tras regresar del servicio militar, Víctor recogió el testigo. «Y mientras pueda seguir subiendo las piedras, aquí estaré», afirma. Las piedras son dos grandes bloques de más de un centenar de kilos que ejercen como pesas del reloj. Una regula la hora y la otra, el funcionamiento de la campana, que marca las horas en punto y las y media. «La clave está en no dejar que toquen el suelo porque, si eso ocurre, el reloj se para», explica. Por eso acude todas las semanas a 'darle cuerda' de forma manual a través de una manivela. Para el mecanismo que mueve las agujas del reloj utiliza la ayuda de un peso para evitar que la maniobra pare el funcionamiento del reloj. «Es como una bici, una catalina grande y un piñón pequeño, es más cuestión de maña que de fuerza; como para todo, tiene que gustarte y ponerle ganas», apunta. En menos de diez minutos logra subir ambos pesos. «Vengo todos los sábados, excepto si voy a cazar, que lo adelanto a los viernes», comenta.
Pero la labor de Víctor va más allá de mantener el reloj en hora y también vigila que el mecanismo no se deteriore. «Como son todo ruedas con piñones, lo normal es que el paso del tiempo los desgaste, así que estoy atento para cambiarlos rápidamente y evitar que rompan, porque podría provocar que las piedras se desplomasen; aquí no hay nada nuevo, hay que ir cuidando lo que tenemos», detalla.
Y asegura hacerlo con mucha ilusión. «Lo cuido porque es muy antiguo y porque merece la pena mantenerlo. En su día plantearon ponerle un motor eléctrico y dije que, si eso ocurría, no venía más. También lo hago en recuerdo de mi padre, yo me formé como aprendiz de relojero, pero luego me dediqué a las excavaciones, sé que estaría encantado de que siga su labor», señala.
Edificio de 1694
La Torre del Reloj de Noreña, de planta cuadrada y tres pisos, fue construida en 1694. Mide unos catorce metros de altura y en su interior, además del reloj, desde hace una década está habilitada como sala de exposiciones. En la actualidad, se encuentra a la espera de las obras de mejora. Por un lado, se repararán las vigas de madera, afectadas por la carcoma, para instalar una muestra sobre a los zapateros de Noreña y, por otro, se arreglará el campanario, cuya campana tiene varios siglos de historia. «Fue donada por dos diputados y tengo ganas de que se desmonte, porque será de las pocas veces que pueda verse de cerca», destaca Víctor.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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