'Cachita' se llama la exposición que la ceramista Carmen Montes Velasco (San Julián de Bimenes, 1960) presenta hasta el próximo domingo en el Museo de la Sidra. Una colección de veinticinco muñecas elaboradas con barro rojo y gres blanco. El ... nombre de la muestra, así como el predominio de la raza negra, rinden homenaje a la muñeca de goma que su padre le regaló «siendo yo un garbanzu» y que aún conserva. En la exposición se puede contemplar a su Cachita «cincuentona» luciendo una madurez de ébano. La predilección por el color negro es también un gesto de hospitalidad: «Los africanos son una raza guapa, pero los veo desubicados y me gustaría darles un sitiu cotidianu».
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Otra cuestión que intriga al personal es por qué todas las muñecas tienen los ojos cerrados. «Porque miren pa dentro», responde. Y evoca esos momentos diarios de equilibrio y plenitud, en que uno logra estar a solas consigo mismo: «Las piezas van con esa carga». La muestra incluye muñecas blancas –una le salió escanciadora–, asiáticas y de otras latitudes, identificables por el sombrero. «Ye una colección muy viajera», subraya.
Esta yerbata –que se siente también «naveta hasta el tuétanu»– se inició en los años ochenta en una escuela de cerámica en Pola de Siero y ya no paró de formarse en este «mundo infinito». Se considera «muy conceptual» y le gusta nutrirse de otras artes, desde la poesía a la música. «Quiero que me sorprenda y me emocione». Cita a Cesaria Evora o su vena «rockera». Depende del día.
No es artista prolífica. Dice que empieza preparando tres o cuatro piezas, pero después se concentra en una sola. El proceso dura unos veinte días, entre cocciones y secados complejos. Y lo que parecía un bolo de cuatreada, termina con vestidos y hasta pasando por la peluquería. Le atraen los desafíos técnicos que entrañan estas piezas tan delicadas. Y asegura que la última palabra la tiene el horno: «Ye el rey y el que manda». Ella disfruta mucho con las sorpresas que le depara a cada cocción. «Ye lo que me mantien en el oficiu: tú haces y el horno dispón, eso ye mágico».
Desde que coloca un pedazo de barro en el torno o en un tubo, Carmen establece un diálogo con la criatura y hasta se produce esa rebelión tan literaria. «Te va diciendo cómo ye la pieza». Le pueden salir «altaneras, cándidas o rabanerucas». Recuerda una que se obstinaba en bajar la cabeza.
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Garantiza que a la gente «le pasan cosas con ellas, porque pasan a ser emocionales». En un mercadillo de Oviedo, un chaval echó la mañana entera escogiendo una muñeca. «Marchó como el que lleva un tesoro», recuerda. A los cuatro días, regresó acompañado de una mujer, a la que esperaba un taxi porque estaba enferma. Venía solo a expresarle su gratitud, entre lágrimas, «por la belleza que le había regalado». Hay gente que las pone en la mesita de noche. Y, por supuesto, siempre se parecen a una fía o a una nieta de alguien.
«No siempre puedo hacerlas, son un estado de ánimo», confiesa. Y tiene una teoría sobre las exposiciones y el arte en general: «Saca algo cuando tengas pa contar y si no, calla y vas llenando la mochila de coses».
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