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Alicia G. Ovies
Lunes, 19 de septiembre 2016, 17:05
Presumen de vivir en el centro geográfico de Asturias, en el corazón del Principado. «Siempre se ha dicho. Cuando dices que eres de Lamuño, mucha gente te responde: Del centro de Asturias», aseguran. Por ello, desde hace años, frente a la pequeña capilla hay plantada una Espinera, como muestra de que ese es el centro exacto. Esta localidad sierense se encuentra rodeada de colinas, siendo el verde el color predominante. Una ubicación privilegiada que permite a quien la visita estar a media hora de cualquier punto de interés.
El escaso número de vecinos, la tranquilidad que proporciona el paisaje y la excelente ubicación convierten a esta localidad en una opción perfecta para aquellos que quieren escaparse durante unos días de la rutina. En cambio, para sus habitantes, el principal problema es que «hay poca gente». El medio centenar que aún vive allí lamenta que no se tomen medidas para fomentar la vida en los pueblos: «Hay desarraigo al pueblo porque no se toman medidas para hacer nada. Si no lo atendemos los vecinos, no lo atiende nadie» critica Carlos Sánchez.
Es uno de los muchos que, viviendo en La Pola, se escapa a Lamuño siempre que le es posible. Su amor por su localidad de origen le lleva a ser el intermediario entre los vecinos y el Ayuntamiento. «No para, si no fuera por él...», alaban el resto de residentes. Ha conseguido construir una pequeña plaza donde antes había un hórreo, el cual se derrumbó por falta de cuidados, y presume de lo bien cuidadas que están las calles. «Hay cosas básicas por hacer. Eso es lo que más me duele, porque son detalles insignificantes», lamenta.
Sánchez es de los que piensa que la unión hace la fuerza: «En La Pola y Lugones hay mucha gente de los pueblos. Si nos juntásemos todos, podríamos conseguir muchas cosas». Hasta que ese momento llegue, él seguirá haciéndolo de forma individual. «Me gusta ver que la gente se implica», explica.
A pesar de los años, el tiempo parece estar parado en esta localidad sierense. Los negocios han ido desapareciendo debido a la disminución en la población sólo queda una carpintería, pero la poca construcción de nuevas viviendas hace que mantenga la misma imagen. La modificación más importante tuvo lugar hace 45 años, cuando se mejoró el saneamiento. En aquella época, muchos de los vecinos tenían cuadras y esta obra permitió facilitar la limpieza de las mismas.
Cinco niños pequeños solo
Laura Palacio, Aurita, de 91 años, vivió ese cambio. «Ahora el pueblo está estupendo. Ya podría haber estado siempre así», afirma. Ella lleva toda su vida siendo vecina de la localidad. En Lamuño nació, se casó y ahora vive con su hijo, quien recuerda cómo en los años 70 llegaron a ser unos 60 alumnos en la escuela. Una imagen muy alejada de la actual, solamente hay cinco niños pequeños.
Lamuño sigue manteniendo la misma estética y las mismas tradiciones. Una de ellas tuvo lugar a finales de agosto. Desde hace 80 años, varios vecinos de la localidad todos hombres acuden a una zona elevada de las colinas para disfrutar de una jornada de fiesta. Este año volvieron a reunirse una treintena de ellos. «Había unas normas no escritas que tenías que cumplir si querías participar y hacerte responsable de la gente que venía de fuera», recuerda Sánchez.
La buena relación que existe entre los vecinos provoca que muchos acaben disfrutando de la tarde en la casa de al lado. Ese es el caso de Conchita Presa, Gene Vigil, Rosario García y Tina Díaz, quienes en muchas ocasiones se reúnen para hacerse compañía. Presa es un ejemplo de que quien vivió en Lamuño siempre acaba volviendo. «Estuve 30 años fuera. En Madrid, Pola, Llanes. Volví a la tierrina porque me llama y ya no creo que me mueva de aquí», avanza. Del mismo modo, García reside en la actualidad en Oviedo, pero regresa a la localidad sierense siempre que tiene la oportunidad: «Aquí soy feliz».
Tras vivir prácticamente toda su vida rodeadas de las colinas y el paisaje verde del corazón del Principado, este grupo de amigas tiene claro lo que le hace falta a Lamuño para ser perfecto: arreglar las carreteras tanto de acceso como las interiores y construir una ruta en condiciones para que la gente pueda ir a caminar. «Todo el mundo dice que es un pueblo muy guapo. Habría que fomentarlo», afirma Díaz, para que volviera a ganar vecinos.
Esa magia que tiene Lamuño fue la que atrajo a la argentina Alicia Caro y a su marido, el francés Paul Bonnet. Ellos llegaron a la localidad «por casualidad». Disfrutaban de unos días en Pola de Siero, cuando decidieron entrar en una inmobiliaria y buscar una casa para mudarse y comenzar una nueva vida. «Esta fue la primera que nos enseñaron. Entre que la vimos y la compramos no pasó más de una hora», recuerda Caro. De eso hace ya dos años y no pueden estar más contentos: «Nos sentimos como si llevásemos viviendo aquí toda la vida».
Ambos se han adaptado perfectamente a la vida de Lamuño. «Nos han acogido muy bien», agradecen. Bonnet disfruta de su tiempo libre arreglando «todo aquello que puede». Frente a su casa ha creado un pequeño jardín lleno de color en una zona común.
Por ahora, y hasta que nadie demuestre lo contrario, Lamuño seguirá siendo para sus vecinos el centro geográfico del Principado de Asturias.
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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