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De izquierda a derecha: Belén Prieto (Médico de Atención Primaria), Eugenia Prendes (Fiscal delegada) y Eva Lázaro (Letrada del CAM de Gijón).
25-N | Romper el silencio (con ayuda)

25-N | Romper el silencio (con ayuda)

Una gran red de profesionales cada vez más formados y sensibilizados hace de colchón para que las víctimas no caigan al vacío

eugenia garcía

Lunes, 25 de noviembre 2019, 02:58

En el bosque que es la violencia de género se bifurcan dos caminos. Y tomar uno –romper el silencio– puede marcar la diferencia. No es, ni mucho menos, sencillo. Pero, al fin y al cabo, tampoco el otro lo es. La ventaja de esta ... vía es que, en medio de la soledad que irremediablemente sufre una víctima, hay un susurro que acompaña: el de los cientos, miles de profesionales que claman, a través de un trabajo diario esforzado y a menudo oculto, el mensaje. «No estás sola». Lo dicen médicos y enfermeras, policías y abogados, fiscales y jueces; psicólogos, trabajadores sociales, funcionarios. «No estás sola», repiten a lo largo de un proceso que la mujer comienza vencida por su particular monstruo pero en el que, tan paulatinamente como todo empieza, las sombras van dando tregua. Los escenarios son tan diversos como sus protagonistas. Solo en septiembre, el teléfono 016, que no deja rastro en las facturas, atendió 119 llamadas de asesoramiento sobre violencia de género. Pero a veces es una consulta de un centro de salud en la que una enfermera o un médico de atención primaria como Belén Prieto, coordinadora de equipos del Área Sanitaria IV, recibe a mujeres «hiperfrecuentadoras, con patologías banales». Puede que no duerman bien, que sufran cuadros depresivos, que estén aisladas de su entorno social. Y que esas visitas continuadas sean un grito ahogado de ayuda tras el que se esconda otro problema de salud al que ellas aún no han puesto nombre. Las batas blancas están cerca, son accesibles, y por eso la atención primaria es a menudo la puerta de entrada al sistema, una forma de «enganchar» a la víctima. Incluso a aquella que padece una violencia más soterrada –en cualquiera de sus caras, psicológica, sexual...– que aguda, esa que es más visible porque hace que «la paciente llegue destrozada, llorando, con la autoestima por los suelos» y que, dado que la agresión o el peligro que corre es tan flagrante e inminente obliga a activar determinados protocolos. Calcula la facultativa que entre 80 y 120 mujeres de los alrededor de 1.600 pacientes que atiende cada médico padecen violencia de género, por lo que «pasa mucho más de lo que pensamos». Ese momento en el que la realidad sale brevemente del domicilio al centro médico, a la comisaría, al centro asesor de la mujer o a servicios sociales puede resultar clave. Por eso, ante la primera sospecha y dado que ella lleva seguramente «mucho tiempo anulada hay que generar un clima de confianza e ir dando pequeños pasos para que, dentro de su propia autonomía, pueda ir tomando sus propias decisiones y sea siempre la parte principal del proceso». Por eso, los profesionales tienen que estar «alerta, sensibilizados y formados» y transmitirle «que hay una gran red que hace de colchón para que no caiga al vacío».

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