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Madre de seis hijos. María (nombre ficticio), posa en la sede de Mar de Niebla, donde recibe apoyo para su situación económica y la formación de sus hijos. CAROLINA SANTOS
«Robé para dar de comer a mis hijos»

«Robé para dar de comer a mis hijos»

María y sus seis pequeños viven gracias al Salario Social. En Asturias, 22.656 personas reciben esta prestación que llega a quien tiene menos de 430 euros al mes

chelo tuyA

Lunes, 20 de mayo 2019, 02:45

Ella y sus seis hijos tienen 24 euros al día para vivir. Tocan a 3,4 por cabeza. Con ese dinero pagan 250 euros de alquiler, de una vivienda «en la que el primer mes estuvimos sin electricidad, porque la dueña decía que no podía arreglar el fallo». Tampoco les descontó nada por ello de la renta. Tienen, además, que desembolsar «100 euros de electricidad», en un recibo bimensual al que hay que sumar «los 15 euros por la bombona del butano». Por supuesto, tienen que pagar la comida, la ropa, las medicinas, los útiles del colegio, porque salvo la mayor, que en breve cumplirá 17 años, sus otros cinco hijos están en edad escolar. Y pagan, también, el único teléfono que hay en la casa. Uno de recarga que se queda sin saldo «enseguida», casi tan pronto como llega para ella y sus seis hijos el fin de mes. «A los diez días de cobrar el salario social».

Porque María (nombre ficticio) es una de las 22.656 personas que en Asturias percibe esta prestación que llega a quien tiene menos de 430 euros de ingresos mensuales. «Nosotros no tenemos ninguno. Cero». Responde ella al perfil mayoritario de esta prestación que en Asturias se implantó en diciembre de 2005 y que es de cobro indefinido. El 60% de las nóminas las cobra una mujer. El 25% de ellas, titular de una familia monomarental. En lo que rompe la media María es en el número de personas a las que beneficia su nómina. La media en Asturias es que de cada paga viven 2,2 personas. En su caso, siete: ella, que solo tiene 32 años, y sus seis hijos, de 16, 15, 12, 6, 5 y 4 años.

«No sé nada del padre de mis hijos. Ni lo quiero saber, la verdad. Yo tengo la guarda y custodia en solitario. Él ni pregunta por ellos ni paga ningún tipo de pensión de alimentos». Él, de hecho, no sabe que ella y los críos viven en Asturias. De ahí que oculte bajo el de María su verdadero nombre. «Me dio muy mala vida. Me pegaba. Él y su padre. Una vez mi exsuegro me persiguió por la calle con una vara. Si no llega a ser por la dueña de una tienda que me escondió...».

Unos malos tratos que nunca denunció. Ni tampoco respaldó las denuncias que sí elevaron los médicos que la atendieron tras alguna paliza. «Mi suegra me decía '¿Dónde vas a estar mejor que con tu marido?' No sabía a dónde ir».

Hasta que no pudo más. Tras la última paliza, cuyas marcas aún tiene en un ojo, sin nada más que sus hijos, cogió un autobús y puso kilómetros, muchos, de por medio. Dejó atrás no solo a un marido maltratador, sino también una vivienda social de la que ella era titular. «Una vez que tuve a mis hijos a salvo, volví allí, me hice el viaje sola y fui al Ayuntamiento para devolverles las llaves. Les dije: no puedo seguir viviendo aquí. Y me marché».

En septiembre hará cuatro años que encontró en Asturias su salvación de los malos tratos, aunque no de la ruina. «Durante el primer año no logré ninguna ayuda, porque no tenía antigüedad en el padrón. Así que mis hermanos me pagaban los 250 euros del alquiler». De la comida se hizo cargo Cáritas. Sus hijos aún recuerdan aquella primera caja. «Mamá, ¡galletas! ¡Hay galletas!, me decían emocionados».

Trasotro año viviendo de la ayuda de emergencia concedida por un consistorio asturiano, llegó el salario social. «Me pagan 730 euros al mes para que vivamos mis seis hijos y yo». No hay más. Salir adelante es posible «gracias a entidades como Cáritas, que se han portado siempre muy bien conmigo o, sobre todo, Mar de Niebla». En la ONG gijonesa recibe apoyo para realizar todo tipo de trámites, así como para encauzar la vida laboral y formativa de ella y sus hijos. «Mi hija mayor va a cumplir 17 años y quiere ser peluquera. Los dos siguientes, quieren estudiar. Los otros tres son muy pequeños».

«Me encantaría trabajar»

Confiesa rotunda que «llegué a robar para dar de comer a mis hijos». No lo hizo en Asturias, «eso lo aseguro», sino que lo hacía en la otra región donde vivía con su pareja maltratadora y la familia de él. «Mi suegra me daba dos euros y me decía que fuera al supermercado a disimular una compra y robar». Reconoce que la pillaron dos veces. «Al volver a casa, me pegaron. Incluso estando embarazada lo hacían».

Ante frases como 'los que cobran el salario social no quieren trabajar', María responde rápida: «Me encantaría trabajar, me encantaría ser dependienta, pero lo único que me ofrecen son trabajos en negro. Limpiar por horas, siempre sin contrato y sin seguro». Una oferta que, reconoce, «acepto. Cómo no voy a hacerlo? ¿Sabe lo que podemos hacer en casa con los 20 euros que me pagan por dos horas de trabajo cuando me llaman?». Sus hijos, sí.

María tiene como objetivo que ellos «tengan un futuro mejor que este», por eso está segura de que sus hijas «no se casarán de niñas, como yo» y se muestra orgullosa de sus personalidades: «Saben que no hay más que lo que ven. El lujo es poder comer una hamburguesa una vez al mes. No tienen móvil, no han ido nunca al cine y tienen la ropa contada, pero no se quejan», dice emocionada.

Ella insiste: «Yo sé que esto no puede ser para toda la vida, pero ahora mismo, con mis niños tan pequeños, no sé qué puedo hacer. Mis hijas adolescentes tienen que ser niñas, no cuidar de sus hermanos. Mi objetivo es trabajar y cotizar y poder ser independiente económicamente». Ella defiende que «nosotros no somos vagos, solo queremos sobrevivir».

Lo mismo que María busca Suso Carbajales. Él sí da su nombre. Y posa para la foto. «Esto no es una vergüenza. Estoy en una situación en la que nunca creí que iba a estar, y salir adelante con esta ayuda no es para avergonzarse».

Joven en busca de empleo: Suso Carbajal pasea por Oviedo. ÁLEX PIÑA

Lo dice este treinteañero ovetense porque es, era, integrante de una familia típica de clase media. «Mamá, papá, dos hijos, casa, coche, regalos en Reyes y cumpleaños... Lo normal». Hasta que un mal divorcio y una ruina económica hizo saltar por los aires el cliché de clase media para convertirle en el perfil tipo del perceptor del salario social durante la crisis: joven desempleado. Llegó a haber un 3% de universitarios.

En el caso de Suso, «acabamos mi madre, mi hermano y yo viviendo en casa de mi abuela, de 50 metros cuadrados, y de su pequeña pensión». Una situación insostenible que le llevó a marchar. «Me vi en la calle, durmiendo en la estación de la Renfe», hasta que alguien le habló «de que había una paga para gente sin recursos». Una amiga le prestó un piso «y con los 430 euros del salario social dejé de dormir en la calle». Y retomó los estudios. «Hice formación en lo que me gusta, la construcción» faceta a la que quiere dedicar su futuro. «Mi ilusión es tener mi empresa de reformas».

De momento, espera en un mes poder entrar a trabajar en el Plan de Empleo Municipal del Ayuntamiento de Oviedo. «Es un año de contrato, que te permite cotizar, tener un salario y ahorrar», algo que, asegura, también hace ahora. «Cuando tienes 430 euros para vivir te acostumbras a ahorrar, a cocinar para congelar y a estar al día de todas las ofertas». Pero nada de cine, ni tabaco ni salidas con los amigos. «Te conviertes en un solitario, porque no puedes dejar siempre que te inviten y, desde luego, no puedes pagarte una cerveza en un bar». A quienes dicen que el salario social fomenta vagos, él les responde: «Con 430 euros al mes no te da para vivir, mucho menos para hacer el vago».

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