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pablo antón marín estrada
Domingo, 23 de diciembre 2018, 03:47
a Navidad ya está aquí y un año más Santa Claus compite en los hogares asturianos con los Reyes Magos por la preferencia de los niños en el reparto de regalos. Entre los adultos cada uno de ellos cuenta también con su respectiva legión de partidarios o detractores. La tradición católica de nuestro país sustenta el apoyo a los señores de Oriente y detrás de las barbas blancas del conductor del trineo con renos hay quien detecta el poderoso marketing del capitalismo americano. Nuestra región cuenta con sus propios personajes, mitos y costumbres de las celebraciones de Adviento. Algunas se han recuperado y de otras comienza a saberse tras décadas y siglos de olvido.
Alberto Álvarez Peña, etnógrafo y escritor, lleva años estudiando la cultura popular asturiana. De él son obras ya clásicas como 'Mitos y leyendas asturianas' (Picu Urriellu, 2003) y en trabajos recientes como 'Mitoloxía de los santos n'Asturies. Raigaños paganos del cristianismu' (Trabe, 2014) ha tratado los ritos navideños. Es este investigador salense quien nos pone tras la pista de El Nataliegu, protagonista de un libro infantil escrito en colaboración con Víctor Raúl Pintado: 'Un nataliegu mui bullindiegu' (Trabe, 2017). En sus propias palabras se trata de «un tronco, generalmente de carbayu, que se enciende el día de navidad y los rescoldos tienen que durar hasta año nuevo. Sus cenizas, se consideraba, que si se esparcían por los campos de cultivo o la cuadra traían buena suerte; si se cogían sus tizones, se consideraba que no caían rayos encima de la casa». Recogió testimonios directos en informantes de Caliao (Casu) y se sabe que en el cercano concejo de Laviana, existía y se acompañaba «con bollinos dulces pa los neños de la casa». Álvarez Peña lo emparenta sin dudar con una tradición extendida por toda Europa: la del Tió catalán y la Tronca aragonesa o el italiano Ceppo Natalizio.
Del arraigo en el Principado de esta costumbre dan cuenta documentos del siglo XVIII en los que se consigna que los vecinos de La Mata (Grao) entregaban al marqués de Valdecarzana la víspera de Navidad y la de Reyes un tronco de roble para ser quemado, que aparece nombrado como «anataliegu». Dos siglos antes, el obispo de Mondoñedo, Fray Antonio de Guevara (el famoso autor de 'Menosprecio de corte y alabanza de aldea') condenaba y excomulgaba en unas Sinodales (1541) por «diabólico y gentilicio» el rito de «echar al fuego un gran leño que dura hasta el año nuevo que llaman el tizón de navidad». Su significado pagano reside, según Álvarez Peña en que «se unen aquí el culto al árbol y el culto al sol en el fuego. Es el solsticio de invierno y se está llamando a que vuelva a brillar para que salgamos de la oscuridad», señala.
Relacionada en un sentido similar con las antiguas celebraciones paganas en torno al solsticio invernal estarían costumbres que hoy siguen manteniéndose, tras ser recuperadas, como las de las mascaradas que se representan en Os Reises de El Valledor (Allande) y Tormaleo (Ibias) o los Aguilandeiros de San Xuan de Villapañada (Grao). Otras se recuperaron sin continuidad en Xedré (Cangas del Narcea) o se han perdido, como en L'Aguilando de Ricabo (Quirós) o La Zamarronada de Pola de Lena. En todas ellas una comparsa de personajes disfrazados –cada uno con su rol y divididos en dos bandos: los guapos/buenos y los feos/malos– recorre casa por casa cada lugar pidiendo el 'aguilando' y gastando bromas a los vecinos. Según las investigaciones de Álvarez Peña, salían en Nochebuena, Año Nuevo y Reyes: «Los vecinos 'convidaben' a la comparsa. Si no te entraban en casa era mala suerte para todo el año, una desgracia». En la interpretación del estudioso: «La idea es convidar a esos personajes, los feos de la comparsa que barren dentro de sus casas la basura, les azotan ceniza o les suben la pala del horno al tejado, porque representan la parte oscura, no dominada de la naturaleza y congraciarse con ella para tener un buen año».
Mascaradas de invierno como las de Os Reises se distribuyen por todo el norte de la península y prácticamente por toda Europa. De una de ellas podría proceder, según Álvarez Peña, el mismísimo Santa Claus: «en Centroeuropa aparece San Nicolás con un saco del que reparte dulces, rodeado de personajes enmascarados de diablos: él sería como el bueno o guapo de nuestros aguilandos y sus acompañantes los feos o malos». La leyenda cuenta que el obispo Nicolás de Anatolia para evitar que un rico hombre arruinado prostituyese a sus hijas se introducía por la chimenea de su castillo dejándoles monedas de oro en sus calcetines para que les sirviesen de dote. La devoción a San Nicolás como arquetipo de la bondad se extendería del sur al norte de toda la cristiandad. Los holandeses lo llevaron a América como Sinter Klaas y parece que fue el escritor Washington Irving quien lo llamó Santa Claus en una sátira sobre los fundadores de Nueva Ámsterdam. El Nicolás europeo iba vestido de verde, el rojo del que que ahora se cuela por cualquier ventana del mundo «fue cosa de la Coca Cola», detalla Álvarez Peña.
Con barbas –negras en su caso– y también saco o bandolera al hombro –cargado de ceniza, en lugar de regalos– sale a hacer de las suyas cada primer día del año El Guirria de San Xuan de Beleño. Protagoniza la única mascarada de invierno asturiana que nunca se dejó de representar y en la que el personaje central recorre casa por casa, flanqueado por un cortejo de mozos a caballo y niños en burro, cometiendo todo tipo de travesuras, especialmente con las mozas. La víspera mozos y mozas se reúnen en un convite donde se emparejan por sorteo para el baile del día siguiente. Aquí además del rito de paso estacional, estudiosos como el historiador Javier Fernández Conde amplían su significado: «Se subvierten de forma convencional los supuestos habituales de convivencia y el orden establecido(…) Con ellos querían celebrar el paso de un ciclo cultural a otro. Y en todos estaba presente(…)el deseo de abolir el tiempo viejo y de preparar el tiempo nuevo», argumentaba en la revista 'Cultures' en 1992.
Alberto Álvarez Peña nos habla de otra tradición asturiana vinculada a las fiestas navideñas, la del Ramu de Nochebuena. Se la refirió el recientemente fallecido Manolo Corces de su pueblo, San Esteban de Cuñaba (Peñamellera Baja). En la víspera de Navidad, coincidiendo con la festividad del patrón San Esteban, se preparaba un 'ramu' (el tradicional armazón de madera de las fiestas del oriente) adornado con ramas de texu y pino, y con cintas de las que colgaban chucherías: dulces, naranjas, castañas. Para el estudioso: «Sería nuestro equivalente al árbol de navidad y no es casual que se usen ramas de texu o pino, que son árboles perennes».
De los cambios experimentados por muchas de estas tradiciones pone el investigador como ejemplo a los propios Reyes Magos: «La leyenda cuenta que se fueron a predicar a la India y que allí los decapitaron. El emperador alemán Federico Barbarroja recuperaría sus cabezas y las traería como reliquias que aún hoy se veneran en la catedral de Colonia. Hasta el S.XV-VI no aparece un rey negro. Es entonces cuando la iglesia quiere representar en los Reyes Magos a las tres grandes naciones paganas: Melchor, a la europea, Gaspar, a la oriental y Baltasar a la africana».
En comunidades de nuestro entorno como Galicia o el País Vasco y Navarra (al igual que ocurre con el Tió en Cataluña) a Santa Claus y los Reyes Magos les disputan un hueco en el fervor de los niños, personajes como el eusquérico Olentzero, leñador 'gentil' que anuncia la llegada de Cristo y reparte regalos a la chiquillería; o el gallego Apalpador, que palpa las barrigas de las criaturas y ofrece dulces a los delgados para que engorden y carbón a los otros para calentar la casa. Alberto Álvarez Peña se muestra escéptico sobre la aparición en Asturias de personajes navideños de nuevo cuño e incluso les pone fecha y nombre de quien los creó, como «L'Anguleru, de San Xuan de L'Arena, de 2008, fue cosa de la asociación Garabuxada; El Faroleru de Candás y L'Ocleru de Tazones son del año 2016». En su opinión, sería más interesante recuperar y mantener las tradiciones que sí tuvieron hondo arraigo en la cultura popular, como las mascaradas y aguinaldos, y especialmente la de El Nataliegu, con sus bollinos dulces en torno al fuego del llar, los rescoldos que sirven de pararrayos y sus cenizas capaces de fertilizar la tierra de buenas cosechas. Una oferta que no parece incompatible con la de Los Reyes Magos y Santa Claus.
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