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R. MUÑIZ / O. SUÁREZ
OVIEDO.
Jueves, 4 de noviembre 2021, 04:26
Tiene 52 años, lleva dos y medio en prisión y le piden una condena de 25 años porque supuestamente buscó para su amigo Pedro Luis Nieva a un par de sicarios. A pesar de su difícil situación, Jesús Muguruza utilizó únicamente 13 minutos para defender ... su inocencia ante el jurado popular. Se prestó a ser interrogado solo por su abogado particular, Luis Mendiguren, y entre ambos sacaron el conejo de la chistera.
El 10 de diciembre de 2018 Muguruza declaró en la Comandancia de Vizcaya. Hablaba entonces como testigo, lo que le obligaba a decir la verdad. En esas condiciones afirmó que Nieva le había confesado su zozobra al descubrir que su mujer le engañaba con Javier Ardines. Reconoció que entre amigos, le había pedido ayuda para pegar una paliza al edil llanisco, que llegó a ofrecerle dinero. Muguruza explicó a la Guardia Civil que se había negado, pero le había puesto en contacto con Djillali Benatia, un conocido dispuesto a asumir el encargo. Los tres habrían viajado en julio de 2018 a Llanes para conocer el lugar y preparar la emboscada.
Todo lo que antecede lo confesó Muguruza y es algo que dijo incriminándose a sí mismo y sin presencia de un abogado. Por ese motivo el Tribunal Superior de Justicia de Asturias anuló la declaración y el jurado popular no la tendrá muy en cuenta. A efectos de emitir veredicto, a lo que deben prestar atención es a lo que dijo ayer el bilbaíno, ahora sí, asistido por un abogado y en calidad de acusado, estatus que le permite mentir si es preciso.
Bajo esas nuevas condiciones, Muguruza soltó la liebre. En su declaración de ayer sostuvo que aquel viaje a Llanes no tenía nada que ver con el crimen. «Pedro me dijo que si podía reparar un tejado. Le dije que no sabía pero que tenía a un amigo que sí», principió. Localizó a ese albañil especializado y le relató que su jefe necesitaba a alguien que fuera hasta Asturias a echar un vistazo a una cubierta, que «nos iba a invitar. Que si había que hacer la reforma se la encargarían a él».
Por si el jurado se lo había perdido, el acusado ahondó en la cuestión. Explicó que ese tercer hombre que lo acompañó a Llanes no era el supuesto sicario Djillali Benatia, sino un tal Julián. Con él revisaron el tejado y concluyeron que «no hacía falta reparación ni nada».
No hay referencias al teórico Julián en todo el sumario, entre otros motivos porque ninguno de los hoy acusados lo mencionó ni los agentes encontraron indicio que hiciera pensar en su existencia. Sin embargo las defensas hacen su papel. Su suerte depende tanto de presentar pruebas que acrediten lo que dicen como de sembrar la duda razonable en el jurado popular.
De regar esa semilla se encargó Pedro Nieva en su declaración posterior. También él dijo que aquel viaje lo hicieron con ese Julián. «Lo recogimos en Bilbao. No recuerdo dónde paramos a comer, un menú». ¿Dónde dejaron al supuesto testigo? «Pues donde lo habíamos encontrado», abundó el presunto inductor.
No dejaron sobre la mesa más pistas de ese testigo sorpresa. De existir, sorprende que dos acusados a los que les piden 25 años de cárcel no lo hayan mencionado antes ni se preocuparan de citarlo a declarar ante el jurado para que avalase su historia. A estas alturas del partido la lista de testigos está cerrada, las órdenes para comparecer se han mandado, el calendario del juicio confeccionado. Resulta dudoso que judicialmente se pueda convocar al mencionado hombre, pero quizás sea ese el efecto perseguido.
«Aquí las defensas hacen lo que tienen que hacer, son ellos, las acusaciones, los que tendrán que buscar al tal Julián o al tal Juanito», llegó a manifestar al término de la sesión el abogado Luis Mendiguren. La alusión a ese tercer hombre «no es una cosa sobrevenida», simplemente su cliente «no declaró nada hasta hoy», sostuvo. A estas alturas, ¿cree que hay manera de traer al supuesto testigo a declarar? «Creo que no, pero esa no es labor mía», se excusó.
Trabajarse la duda razonable es uno de los objetivos de las defensas. El otro, desacreditar la labor de los agentes, algo a lo que ayer también se abonó Muguruza. Según relató la Guardia Civil se plantó en su domicilio de forma expeditiva. «Le pusieron la metralleta en la cabeza a mi hijo porque no se despertaba. Mi mujer se puso en medio», anotó. ¿Su hijo tiene algún problema? «No quiero hablar de ello», zanjó.
Aseguró que le incomunicaron y cada doce horas lo llevaban al hospital. Que los médicos observaron una diabetes severa y que con esos niveles de azúcar se exponía a sufrir un íctus. «Les oí discutir, que me tenía que quedar ingresado, pero el grupo policial decía que no». Encerrado cuenta que oyó a los uniformados jactarse («Mira al moro, vaya ostia le hemos dado», «Al perro de Pedro casi lo hemos matado»). En síntesis, no sabía nada de Javier Ardines: «Ni lo conozco ni he tramado nada de nada».
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