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Tini era un político altamente ideologizado, pero pragmático. Prudente, pero apasionado. Muy consciente de las altas responsabilidades que asumió, pero sin perder nunca una cercanía que hablaba muy claramente de lo arraigado que estaba en él el concepto de la igualdad entre los seres ... humanos. Polémico, también, como todo político que haya tenido que tomar grandes y graves decisiones. Y tenía cuerda para rato. La última vez que hablamos me dijo que su madre había «cumplido los 106 años, así que aún me quedan 30 años de hacer política», muy entre risas y veras. Y con esa cercanía que exhibía en los primeros setenta, cuando le conocí siendo yo muy niño y él, profesor en el Instituto Doña Jimena. Allí, en los recreos, Tini se sentaba en la cafetería del centro escolar, que llevaba mi madre, y con su inseparable pincho de tortilla, se rodeaba de los jóvenes que hoy, decía recientemente, «tienen que luchar por sacar esta Asturias adelante». Y eso que de su verbo fácil, a veces demasiado, salieron también citas controvertidas de las que en ocasiones se hizo presa popular, como cuando negó la innegable fuga de cerebros jóvenes de Asturias, expresando que aquello era «una leyenda urbana». Lo dijo así porque, aunque sabía que era una realidad urbana y rural, le dolía de forma muy íntima.
Quiso llevar a Asturias una versión adaptada a la realidad regional de la innegable transformación para bien que Gijón experimentó con él al frente del Ayuntamiento, con un modelo muy diferente al que por aquel entonces se estaba llevando a cabo en Oviedo. Y tenía muy claro que la región tenía que adaptarse al correr de los tiempos, a los retos competitivos de las nuevas tecnologías y de la imparable globalización. Se topó en esa labor con sus propias limitaciones, como él mismo admitía, y también con el freno que le supuso su mayor rival político, con el que solo compartía carnet del PSOE. Sus posiciones estaban tan distanciadas que en 2000 fueron los padrinos en la sombra del Congreso Regional del PSOE más reñido de la historia democrática de Asturias. Perdió su apadrinado por muy pocos votos, pero Tini siguió adelante con su labor como presidente del Principado pese a tener de perfil a una muy sustancial parte del Grupo Parlamentario Socialista, en una de las situaciones más precarias que ha vivido un jefe del Ejecutivo regional. La otra situación similar la vivió en sus últimos meses al frente del Principado el también prematuramente fallecido Sergio Marqués, que, al igual que Areces, sabía poner la persona por delante de la política.
No niego que en su labor política haya habido aspectos controvertidos. Pero aún así, se tomaba el servicio público como una vocación vital que le llevó a ser, hasta esta misma semana, un senador hiperactivo. En una Cámara que muchos ponen en duda y en la que la actual mayoría absoluta del PP podría invitar a un senectudo socialista a dejar pasar el tiempo, Areces no solo aceptó el reto de la portavocía, sino que, hasta que le fue retirada, trató de sacar iniciativas adelante con pasión e intentando el acuerdo para ello. Y desde el Senado quiso ser una voz de serenidad para un PSOE convulso por las pugnas internas motivadas, en buena medida, por la sangría de votantes que le supuso la irrupción de Podemos. Areces quería que los partidos políticos no se dejasen arrastrar por la fácil tentación del populismo de uno y otro signo. Quería un PSOE que se pareciera a sí mismo, y por él trabajó hasta la noche del pasado miércoles. Le quedaban, de motivación y ganas, 30 años que ya no verá, por más que quisiera seguir adelante. Ver el resurgimiento de una Asturias que, de lograrlo, se lo deberá, entre muchos otros, a él.
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