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MIRIAM SUÁREZ
Jueves, 12 de mayo 2022, 01:11
En la Unión Europea hay, de media, 8,8 enfermeras por 1.000 habitantes. En Asturias, no llega a 6. El dato refleja esa falta de personal que tanto condiciona, y agota, a los profesionales de Enfermería, en los que recae el mayor peso de los cuidados que se prestan en los centros sanitarios y sociosanitarios de la región. Las condiciones en las que trabajan, no siempre a la altura de la importancia de su labor, marcan el Día Internacional de la Enfermería, que se celebra cada 12 de mayo.
Se calcula que sería necesario contratar a unas 2.500 enfermeras más para poder alcanzar los baremos europeos de calidad asistencial. La pasada semana, la secretaria autonómica del sindicato Satse, Belén García, denunciaba «la insostenible situación de las enfermeras del ERA a causa de lo ajustado de las plantillas; hay residencias que se quedan sin enfermeras en algunos turnos». Y desde las filas de Usipa, su coordinadora, Graciela Martínez, ponía el foco en «el problema enorme de las enfermeras del HUCA para coger excedencias, reducciones de jornada o vacaciones».
Con esa realidad conviven las 4.550 enfermeras del Servicio de Salud del Principado (Sespa) y las 125 que ejercen en el ERA, organismo que gestiona la red pública de residencias geriátricas. «Nuestras condiciones han sufrido un importante deterioro. Se necesita acabar con la sobrecarga de trabajo y la precariedad; con la suspensión por sistema de permisos y descansos y con las trabas a la conciliación», reivindica el Sindicato de Enfermería, que mañana tiene convocada una concentración de protesta ante el HUCA.
Estas reivindicaciones llegan «después de todo lo que hemos pasado» con la pandemia y tras demostrar «que somos un claro ejemplo de dedicación». Lo demuestran cada día Reyes Fernández Díaz, Gema del Valle Arnáez y Alba Noriega Pérez. Ellas nos acercan al día a día de un colectivo profesional tan diverso como el trabajo que realizan. «La actividad es intensa y hay pocos profesionales», constata Reyes Fernández, enfermera desde hace 18 años, ahora en el servicio de Hemodiálisis del Hospital Universitario de Cabueñes.
Reyes, que trabajó previamente en el Hospital de Valdecilla y en el HUCA, convive con situaciones muy delicadas, que a veces le ocasionan «un desgaste emocional importante». Pero de la profesión le enganchó precisamente «ese trato de tú a tú con el paciente», tan estrecho que no puede evitar disgustarse cuando su evolución no es buena. En el caso de Hemodiálisis, «vemos a los enfermos tres veces a la semana y se establece una relación especial».
Cada vez hay más pacientes renales, pero no más enfermeras. De tal forma que, cuando surge una urgencia o imprevisto, «y con el covid surgen muchos», la plantilla que atiende la sala de Hemodiálisis se resiente. «Yo creo que los pacientes y las familias nos reconocen el trabajo que hacemos. Pero la Administración, no tanto», afirma Reyes Fernández. «Y a veces te desanimas, porque no vemos que las condiciones de trabajo mejoren», apostilla esta enfermera gijonesa.
También Gema del Valle tiene la impresión de que las autorides sanitarias «no le dan la suficiente importancia» al trabajo que realizan. En su caso, se refiere a las unidades de cuidados paliativos, como la suya, con base en el centro de salud de Colloto. Los profesionales que forman parte de estos equipos de atención domiciliaria acompañan a los enfermos en la recta final de sus vidas. Les evitan dolor y aportan sosiego. «En las facultades se habla de curar, pero no se estudia la muerte y la muerte también forma parte de la Enfermería y la Medicina», reflexiona Gema.
Se inició en la profesión como enfermera rural, luego ejerció en la unidad de Oncología del HUCA y, de ahí, pasó en 2016 a cuidados paliativos a domicilio. Lamenta que no haya un equipo de soporte de atención domiciliaria en cada hospital de referencia ni un teléfono de 24 horas para poder brindar soporte asistencial a las familias en todo momento. «Faltan recursos y falta personal, y al que hay lo están dejando marcharse fuera», lamenta Gema.
Dice que en la profesión hace falta más empatía. Por parte de la Administración, pero también de las nuevas generaciones. «La Enfermería no es una cuestión de númerus clausus, se necesita mucha sensibilidad», sostiene.
Alba Noriega la tiene y, de hecho, considera que «lo más bonito de la profesión es el trato cercano con la gente». En el caso de la Enfermería Familiar y Comunitaria, que ella ejerce desde 2016, tras iniciarse como enfermera en el servicio de Rayos, en el HUCA, «tratas al paciente desde que nace hasta que se muere».
Alba trabaja en el centro de salud de Grado, donde «vamos recuperando poco a poco la atención de los enfermos crónicos» tras la pandemia. Defiende la capacitación del personal de Enfermería «para hacer muchas más cosas» de las que ahora tienen encomendadas: «No solo estamos para tomar la tensión y poner inyecciones». Y no oculta que los profesionales «estamos quemados», por las horas de guardia, por unos contratos de trabajo «poco atractivos» o por «detalles» como tener que desplazarse a los domicilios en su propio coche: «El otro día pinché yendo a curar a un paciente a Prioto y eso lo costeo yo». Aun así, «sigue gustándome mucho la profesión».
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