Secciones
Servicios
Destacamos
O. VILLA
Domingo, 12 de noviembre 2023, 01:39
Hay en el Partido Popular asturiano quienes aún se hacen cruces por haber obedecido los designios de Gabino de Lorenzo en 2011 y no haber aprovechado la opción que la vuelta a la política de Francisco Álvarez-Cascos suponía en un escenario, tras dos gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y en plena crisis económica, el PP tenía evidentes opciones de triunfar en las elecciones autonómicas. Tan evidentes, que Cascos, con un partido recién fundado y que agrupaba populares descontentos con liberales huérfanos de partido, regionalistas henchidos de fe patria y algunos de los que hoy pululan en Vox, se hizo con la Presidencia del Principado.
¿Tendría que haberlo logrado un PP unido? Hoy muchos dicen que sí dentro de la formación, sin quitarle a Cascos la parte de la culpa que tuvo en las rupturas de 1998 y de 2011, de las que aún colea una desunión en el centro derecha asturiano mayor que en en el resto del país.
Y, sin embargo, las aproximaciones reales han sido más bien pocas. Concurrir en conjunto en las elecciones nacionales, no siempre, algún pacto municipal y para de contar. Era evidente que había mucho por hacer, pero no pocos se sorprendieron cuando vieron que un joven secretario general regional del partido, Álvaro Queipo, mantenía una comida con Álvarez-Cascos en julio de 2022, cuando Teresa Mallada aún era la presidenta del partido a nivel regional.
¿Qué había pasado? El hecho de que la dirección nacional del partido considerara positiva la reunión causó un sismo, al punto de que el alcalde de Oviedo, Alfredo Canteli, dijo que «quiero un partido fuerte en Asturias y que los responsables hagan lo que tengan que hacer».
Desde Oviedo y sin carné del partido se impulsaba algo que olía a germen de reunificación, a muy largo plazo, y a movimiento de Génova contra la continuidad de Mallada, a corto plazo. Y Queipo estaba en los dos partidos, el de corto y el de largo plazo.
Ocurrió que en el medio plazo, y también obedeciendo a los designios de una dirección nacional a la que todos en el partido vaticinaban una holgada mayoría absoluta -o, al menos, una suficiencia de escaños para sacar al PSOE de La Moncloa- al PP asturiano llegó Diego Canga. Mallada se quitó de escena tarde, y a Queipo le correspondió ser presidente en funciones en una situación incómoda, porque Diego Canga, con mucha experiencia entre los mármoles de Bruselas pero poca en los campos de barro de la política regional, creía que todo tenía que pasar por él. Lo político y lo orgánico. Y en esa nueva tormenta, Queipo se manejó con notable soltura, largando cabo cuando era necesario para que la vela no se le rasgase, pero también aplicando fuerza al timón cuando hubo que hacerlo y apoyándose en una marinería que en parte estaba incómoda con el capitán impuesto, y por parte seguía a la greña por tantos años de provisionalidad, con cada líder de cada pequeño o gran grupo de influencia queriendo hacer la guerra por su cuenta.
Queipo supo situarse como el referente para todos aquellos que no quisieron la continuidad de Mallada, e incluso para algunos que sí la habían querido en su momento y, sobre todo, supo jugar muy bien sus cartas con Génova, en particular por su muy buena relación con Miguel Tellado, vicesecretario general de Organización del partido a nivel nacional y mano derecha del líder, Alberto Núñez Feijóo.
Tellado, de hecho, la semana posterior a aquella significativa comida con Álvarez-Cascos (no hay que olvidar que Feijóo mantiene una buena relación con el exvicepresidente del Gobierno) ya dijo que la prioridad en nuestra región era, y es, encontrar la «persona capaz de hacer al partido más grande en Asturias». Hubo quien pensó que se aquella frase se refirió por adelantado a la llegada de Diego Canga. Hubo también quienes vieron que Tellado estaba impulsando ya entonces la candidatura de Queipo a la presidencia del partido en Asturias. Ahora ya va a ser presidente del partido. ¿Una victoria? Sí, pero también un zurrón lleno de deberes, y no precisamente de los que se ponen en primaria, sino de los de último curso de doctorado en Harvard.
Porque de Queipo se espera que sea por fin alguien capaz de coser las muchas costuras tanto internas del Partido Popular como, a plazo más largo, del centro-derecha asturiano. Y, en su papel de portavoz del PP en la Junta General, tiene un hueso muy duro de roer en la innegable capacidad parlamentaria de un Adrián Barbón con el que ya ha tenido notables desencuentros en el Parlamento asturiano.
Si Barbón es un gran dominador de emociones en sus discursos, un presidente que sabe ser cercano al militante y al simpatizante, Queipo destaca por la precisión del dato y por el discurso contenido cuando hace falta y contundente cuando es preciso, pero siempre alejado del histrionismo que en otras épocas se le achacó al PP en la Junta General.
Sabe, además, contar hasta diez cuando en la lid parlamentaria le tienden un anzuelo, una actitud y una capacidad propias de parlamentarios con mucho más recorrido que Queipo, que no deja de ser un joven político (tiene 35 años). Natural de Castropol (aunque nacido en Oviedo), fue premio extraordinario de bachillerato en 2006. Tiene título de ingeniero técnico industrial con especialidad en química industrial, y otra especialización en energía y fluidos. Hizo prácticas en el Reino Unido y durante casi seis años ejerció de ingeniero de proyectos en Isastur, compatibilizando la actividad privada con los inicios como concejal de Castropol. En 2015 encabezó la candidatura a la Alcaldía, cosechando un 34% de los votos, 12 puntos mejor que en 2011, pero por detrás del PSOE.
En el anterior congreso regional Queipo se encargó de coordinar la ponencia política del anterior congreso regional, titulada 'La Asturias del siglo XXI'. Con Teresa Mallada llegó a ser secretario general y se preparó con un programa de liderazgo para la gestión pública de la IESE Business School (Universidad de Navarra). Luego llegaría el distanciamiento.
Defiende un PP heredero de la UCD y alejado de los extremismos, y aunque no defiende la oficialidad, sí que es un apasionado de la cultura asturiana y celta, que gusta de escribir y hablar en lo que se ha dado en llamar eonaviego. Él mismo se autodefine como «asturiano, ingeniero, diputado liberal y reformista. Mente abierta y crítico por prevención».
Ese «ingeniero» no deja de ser una declaración de intenciones. Si la política le abandona, es de los políticos que tiene una alternativa vital y económica clara. Pero lo que está claro es que él no será quien abandone a la política. Es una persona muy segura de sí misma que maneja la reslación interpersonal mucho mejor que un político medio. Es su pasión, pero también su devoción.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.