CHELO TUYA
Domingo, 6 de junio 2021, 01:22
Salvo en situación de guerra, no hay datos de otro accidente igual al que figura como el más grave de la historia del aeropuerto de Asturias. Nunca, hasta el 6 de junio de 2011, dos avionetas habían tenido un accidente casi a la misma hora, las dos de la tarde, y no entre sí, pero en un mismo perímetro, el del aeródromo regional.
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En el monte de Bayas, a los pies de la cabecera 11, se estrelló la Cirrus SR-22 que pilotaba Stefan Kurylowicz, de 62 años, y en la que viajaba Jacek Syropolski, de 39. A los pies de la propia torre de control, tras llevarse por delante parte del techo del edificio de servicios de la terminal asturiana, quedó partida en dos la Cessna 182T que pilotaba Janusmareh Zieniewicz, de 49 años. Con él, Jacek Olesinski, de 54.
Un doble accidente simultáneo que costó la vida en el acto de los cuatro viajeros y que pudo haber sido triple. La orden, a gritos, desde la torre de control asturiana: «¡Proceda usted por línea de costa rumbo a Santander!», salvó las de Janusz A. W. y Oscar D., los dos tripulantes de la tercera avioneta que participaba, junto con las otras dos, en una ruta de amigos con destino al aeropuerto portugués de Maia, en Vilar da Luz.
Todo bajo una niebla tan densa que impedía cualquier operación. De hecho, en la torre solo se oyó el estruendo enorme de la Cessna chocando contra el edificio y estrellándose a sus pies. Pero nadie vio cómo pasaba. Porque el aeropuerto de Asturias tenía activado el procedimiento de baja visibilidad (LVP), lo que significa que solo se podía operar con apoyo técnico. Incluso así, un avión de Iberia con destino a Madrid estaba en pista a la espera de permiso para despegar. En ningún caso, avionetas como las siniestradas tenían autorización.
«Se ha determinado como causa del accidente el que los tripulantes entraron en condiciones de IMC (condiciones meteorológicas instrumentales ) sin estar capacitados para el vuelo IFR (vuelo regulado por instrumentos) y se desorientaron por la falta de visibilidad».
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Así lo indica el informe de la Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes de Aviación Civil (CIAIAC), dependiente del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana encargado de analizar las causas de todos los incidentes aéreos. En este caso, sentencia: «No se han emitido recomendaciones de seguridad».
Porque los técnicos rubricaron lo que, desde el mismo día del accidente, dijeron todos los expertos: «No era día para volar». El informe, al que ha tenido acceso EL COMERCIO, certifica que las tres aeronaves, que habían partido esa misma mañana del aeropuerto de San Sebastián, «lo hicieron bajo las reglas del vuelo visual» y durante la ruta «recibiron información suficiente por parte de los servicios de control para saber que las condiciones meteorológicas lo desaconsejaban».
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También revela que el piloto que lideraba la marcha de las tres avionetas, a bordo de la Cirrus «desplegó el paracaídas de emergencia, pero ya no tenía altura suficiente». Eso provocó que la avioneta «cayera sin control girando hacia la izquierda con actitud de morro bajo».
Sin saber qué estaba pasando con sus amigos, el otro piloto «abandonó su trayectoria de línea de costa y sobrevoló el aeródromo». Mientras la Cirrus se estrellaba contra el monte, la Cessna lo hacía contra el edificio de servicios, para caer en tres trozos a los pies de la torre. Salvo en casos de guerra, no hay registros de otro accidente igual.
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