Un fortín contra la covid

Fundada en 1910, la Fundación Ulpiano Cuervo comenzó en los años 70 una nueva andadura como residencia para mayores. A la remodelación del edificio principal se sumó en 2012 la construcción de un nuevo inmueble más moderno y en la actualidad el centro cuenta con 25 trabajadores y 46 residentes.

Juntos, destacan unos y otros, sortearon la dura pandemia sin positivos. «Hubo algún aislamiento preventivo y se hicieron rastreos, pero todos los resultados fueron negativos», explica Manuel Collera, presidente de la fundación. El secreto, comparte, estuvo en una «actuación muy rápida», pues «cerramos el centro antes de que las autoridades lo indicasen». «Las medidas al principio parecían locuras», confiesa Collera. Pese a la ausencia de casos, lo vivido en estos meses «fue muy difícil» en aspectos como el aislamiento o la falta de material de protección. «Fue escaso y no había nada en el mercado», apunta Collera. «Las empresas nos donaron productos y las familias confeccionaron mascarillas», agradece.

«Todo fue muy duro al principio», afirma la psicóloga del centro, Rosa Palencia. Ver a las familias desde detrás de las rejas o el miedo de la plantilla a contagiar a los residentes fueron algunos de los trances más difíciles, pero incluso en esa situación tan adversa los mayores dieron una lección de superación y resiliencia. «Pasaron una guerra y una posguerra, están acostumbrados a cosas tan duras que lo llevaron muy bien», destaca Palencia.

Así lo certifican los propios mayores, quienes disfrutan ahora de cada pequeño paso hacia la ansiada normalidad. «Lo importante es saber estar, la vida es así», resume Maruja Navarro, de Noriega. Tanto ella como Elena Movellán, de Pesués, alcanzan este año los 94 con serenidad y buen humor, mirando ya a la fiesta de los cien. «Estamos atendidos de maravilla. Desayunamos, oímos misa, paseamos, a quien le guste hacer gimnasia la hace...», enumera Movellán. «Me gusta todo, hay mucha actividad. Aunque la comida sin sal cuesta», comparte María Vázquez, de Bustio.

Lugar destacado en el ocio de la residencia tiene el bingo, uno de los favoritos de una «segunda infancia», como ellos mismos bromean, a la que llegan siendo merecedores del descanso. «Por eso vinimos aquí, por la vejez», cuenta Tomás Gutiérrez, de Unquera. No obstante, es inevitable que en ocasiones se eche de menos a la familia, como cuenta Ana María Rodríguez Noriega, de Colombres.

Además de la fortaleza de los mayores y la profesionalidad de la plantilla, en el centro tienen claro que para sortear la pandemia tuvieron a su favor «un aspecto muy importante: el apoyo total de las familias». Por ello, el Premio Ribadedeva es tanto «para las familias, como para los residentes y para el personal». «Todos nos ayudamos», agradece la psicóloga del centro. Entusiasmados con el reconocimiento, los mayores anhelan ya la llegada del 6 de diciembre, cuando recibirán el galardón. En el horizonte vislumbran además la vuelta total a unas costumbres perdidas en estos meses, como su plena participación en las actividades del pueblo o las puertas abiertas que la fundación ofrece en sus eventos para estrechar lazos con los ribadedenses.