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Capilla de Nuestra Señora de Loreto, en Colunga. FOTOS: AIDA GARCÍA FRESNO / PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Colunga

Conchas en la villa que guarda la memoria de un hospitalero veneciano

A UN PASO DEL CAMÍN ·

Peregrinos. El paso creciente de romeros con todos los acentos discurre por Colunga entre capillas de larga tradición y edificios modernistas

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Domingo, 11 de septiembre 2022, 13:08

Aun paso del Camín, en el centro de la villa de Colunga, un azulejo con la concha jacobea guía a los peregrinos a su paso por la casona familiar de los Covián. Su hijo más ilustre, el nutricionista Francisco Grande Covián, saluda con su semblante afable a los que pasan desde el busto que lo recuerda. El francés Jean Baptiste Campillier se ha sentado en el banco frente a la estatua para descansar mientras lía un pitillo. Sigue la ruta de la costa desde Bayona y esta mañana ha salido de Berbes con la intención de llegar a Priesca. «He tenido algunos problemas para encontrar plaza en los albergues del País Vasco y Cantabria. Aquí en Asturias ha sido más sencillo. Esto no está tan masificado y el paisaje es muy bonito. Vengo solo, ahora por fin estoy disfrutando al poder andar a mi bola», afirma en perfecto español: «Mi familia materna es de Bilbao».

Le acompañamos un rato cuando reanuda su camino y, al llegar a la capilla de Santa Ana, se para a leer la placa donde se informa de que aquí hubo un hospital para los que viajaban a Compostela en tiempos muy distintos a los actuales.

Allí, a la puerta de la ermita, nos espera José Antonio Fidalgo, erudito de muy diversos saberes y cronista oficial del concejo. «La hospedería estaba en el edificio anejo. Era un lugar muy sencillo, nada que ver con la idea que hoy podemos tener de un albergue. Aquí se ofrecía techo para dormir o para que se cobijasen los enfermos, un lugar junto al fuego, un trozo de pan y un puñado de sal», explica.

La hospedería de Santa Ana, como la que existió también en Llastres, estuvo vinculada al gremio de mareantes y atendía por igual a pescadores, peregrinos o transeúntes pobres. Esta de Colunga, como apunta Fidalgo, aparece asociada a otra tradición piadosa además de la puramente jacobita a través de la figura de un personaje real que hoy a quien conoce su historia se le aparece con dimensiones casi legendarias.

Arriba, Ulrike y Peter, peregrinos alemanes. A la izquierda, José Manuel González, en el Café Magovi. Y a la derecha, el cronista oficial, José Antonio Fidalgo, señala la imagen de La Romanina.
Imagen principal - Arriba, Ulrike y Peter, peregrinos alemanes. A la izquierda, José Manuel González, en el Café Magovi. Y a la derecha, el cronista oficial, José Antonio Fidalgo, señala la imagen de La Romanina.
Imagen secundaria 1 - Arriba, Ulrike y Peter, peregrinos alemanes. A la izquierda, José Manuel González, en el Café Magovi. Y a la derecha, el cronista oficial, José Antonio Fidalgo, señala la imagen de La Romanina.
Imagen secundaria 2 - Arriba, Ulrike y Peter, peregrinos alemanes. A la izquierda, José Manuel González, en el Café Magovi. Y a la derecha, el cronista oficial, José Antonio Fidalgo, señala la imagen de La Romanina.

La suya la relata el cronista oficial colungués en su documentadísimo y ameno ensayo sobre la Cofradía de Nuestra Señora de Loreto. El protagonista, Joseph de Misso, fue una navegante veneciano que naufragó en el siglo XVII en una galerna frente a los acantilados de Güerres. Mientras veía a sus compañeros de tripulación hundirse en las aguas bravas del Cantábrico, se encomendó a la Virgen de Loreto, de la que era muy devoto. Fue el único superviviente. Llegó nadando a la costa y pasó su primera noche al abrigo de la llamada Castañar de La Espina, entre cuyas ramas se venera aún hoy una imagen de la madona lauretana. El párroco de la villa lo ayudó y el italiano acabó sus días en Colunga sirviendo como hospitalero en la alberguería de Santa Ana. De Misso levantó una ermita dedicada a la Virgen de Loreto y fundó una cofradía consagrada a su culto. Es desde entonces la patrona de la villa, a la que los vecinos llaman cariñosamente La Romanina.

La ermita de Santa Ana, que albergó un hospital para romeros jacobeos en el siglo XVII.

A escasos metros del santuario, en pleno Camino de Santiago, Joseba Torres regenta con su familia el Hotel Mar del Sueve. En la recoleta y agradable terraza de su cafetería, entre flores y plantas, desvela que un porcentaje cada vez mayor de los huéspedes que aloja en su establecimiento es de viajeros que hacen el Camino. «En los últimos años, ha aumentado mucho su afluencia y el perfil del peregrino cada vez es más variado. No es ya el típico mochilero que, con poco dinero, se va quedando en los albergues públicos. Abundan quienes demandan un mínimo confort para pernoctar, peregrinos con alto nivel adquisitivo que caminan con lo imprescindible y que utilizan servicios de transporte del equipaje como los de Correos. El impacto económico que dejan en cada lugar es ya algo más que un complemento al turismo convencional. Entre mis clientes de este tipo, hay mayoría de extranjeros: italianos, alemanes, franceses», señala.

Joseba Torres, en la terraza del Hotel Mar del Sueve.

Impresiones similares expresa José Manuel González, responsable de otro lugar de parada habitual de los romeros, el histórico Café Magovi. «Cada mañana, recibimos aquí a peregrinos que entran a desayunar o a comer algo para seguir ruta. Nos llegan muchos que hacen el Camino en bicicleta por el espacio que tienen para dejarla fuera. También les sellamos su credencial. No cabe duda de que cada vez tienen más peso en la economía local y ayudan a desestacionalizarla más allá del verano», asegura.

Frente al café, Peter y Ulrike, alemanes de Colonia, caminan con la concha jacobea en sus mochilas buscando la sombra en la calle. «Venimos desde Irún y, aunque nos hemos mojado con la lluvia y hemos pasado calor en días como hoy, está siendo una experiencia muy buena. Esta noche nos quedamos aquí en un hotel. Viajamos con reserva en cada meta y vamos bien de fuerzas. Cada día vemos más cerca Santiago», resumen su vivencia, atravesando las calles de Colunga, a un paso del Camín.

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