Secciones
Servicios
Destacamos
«Este es el corazón de Asturias». Lo dijo el lunes el arzobispo en la misa en la que David Cueto (Granada, 1978) tomó posesión como nuevo abad de Covadonga, y él mismo lo ratificó. Hijo de Antonio Cueto, consejero de Sanidad en el Gobierno ... de Sergio Marqués, llegó a Asturias de su mano siendo aún un adolescente, y eso se le nota en su corazón partío entre su Andalucía natal y esa Asturias en la que vive su madre y que él ha recorrido hasta lo más profundo como diácono en las Peñamelleras y párroco en Ibias, Degaña y el sur de Cangas de Onís. Tras tres años de trabajo en equipo con el anterior abad, Adolfo Mariño, le toca a él hacer que ese corazón de todos los asturianos siga latiendo con fuerza.
–¡Menuda responsabilidad!
–Sí, como dijo Don Jesús en la misa, la vocación se acoge y la profesión o el oficio se aprende y es verdad: la Iglesia, a través de la persona del arzobispo me ha pedido esto. Yo lo acojo y el oficio voy a ir poco a poco aprendiéndolo. Llevo aquí tres años como canónigo, y el anterior abad, Adolfo, me ha ido enseñando las entrañas del santuario, así que no parto de cero. Es una ayuda muy grande, habrá continuidad y normalidad porque mucho de lo que se está haciendo yo ya estoy en ello. No hay necesidad de un cambio radical desde mi punto de vista.
–¿Cuál es la parte no visible de la labor del abad?
–La esencia del cabildo, de todos los que estamos aquí, es cuidar y querer a la Virgen, a nuestra madre, y cuidar y querer a los hijos de esa madre. Es lo que entiendo que tiene que conducir todo lo que ocurre en el santuario. Y esa labor no visible tiene que enfocarse a eso. La gestión del santuario, pues aquí hay muchas casas, muchos trabajadores y hay que administrar y gestionar este lugar, que tiene su complejidad, pero todo eso tiene que estar siempre orientado a ese querer a la Virgen y querer a las personas. Todo el trabajo que aquí se hace es para eso, si no, no tiene ningún sentido, no tiene sentido que tengamos todo esto, porque esto es el santuario.
–¿Y de los canónigos?
–Lo mismo. De hecho, trabajamos colegialmente. El abad hace un poco de cabeza, pero en principio el trabajo del santuario es un trabajo colegial.
–Pues tenemos el problema de que Covadonga se ha quedado sin canónigos. ¿Hay solución?
–Eso está en manos del arzobispo. Entiendo que se buscará esa solución y que el arzobispo ya hará sus gestiones, en mi mano no está.
–Claro, que en una diócesis que tiene unos 230 sacerdotes para más de 900 parroquias, estará complicado.
–Si traer a un sacerdote aquí pues puede significar el desmontar otro lugar, entiendo que no es una decisión fácil, que llevará su tiempo y, mientras tanto, pues yo iré gestionando el santuario como pueda.
–El museo de Covadonga ha recibido una remodelación muy interesante. Es una joya bastante desconocida, y su predecesor quería ampliarlo aún más. ¿Factible?
–Por un lado, tenemos que promocionarlo, porque efectivamente hay mucha gente que no lo conoce. Hemos de hacer que el museo también salga de sus puertas para darse a conocer, y hemos de empezar a trabajar también esa parte didáctica. Es una joya, pero también se tiene que explicar por sí mismo, el visitante ha de poder entender lo que está viendo, que no es un almacén de obras de arte, sino un museo.
–¿Y ampliarlo?
–Adolfo y yo teníamos un sueño, poder mostrar los mantos de la Virgen, que son una de las joyas. Prácticamente todos son donaciones del pueblo, y la gente tiene deseo de verlos y yo creo que es una cosa muy bonita. Algunos son donación de algunos miembros de la Casa Real, los hay muy interesantes y otros desconocidos.
–Le va a tocar bregar por solucionar uno de los problemas eternos de Covadonga: los accesos y el aparcamiento, así como la reafirmación de los edificios del museo y de las viviendas. Tendrá que llevarlo al Patronato de Covadonga, y en los últimos años no ha habido avances.
–Está claro que eso hay que resolverlo. Covadonga y Asturias lo necesitan, y es cierto que no es una solución fácil. Yo ahora asumo esa búsqueda y ese diálogo. Me gustaría que pudiéramos dar pasos y llegar ahí a un acuerdo.
–Decía el arzobispo que por Covadonga pasa millón y medio de personas al año. Es uno de los recursos turísticos, con muchas comillas, más grandes de Asturias.
–Es el corazón de Asturias en muchos sentidos. Espiritual para los cristianos, pero es también el corazón de los asturianos, estén o no en Asturias. Se mire como se mire, el santuario tiene que ser querido y cuidado no solamente por la Iglesia, sino por todos los asturianos.
–En el Día de Asturias en Covadonga, y en sus prolegómenos, ha vuelto a haber un cruce de críticas entre los políticos de izquierda y el arzobispo.
–Yo diría que el arzobispo tiene una misión, y esa misión es profética. Es decir, él tiene que denunciar lo que tiene que denunciar en conciencia y anunciar lo que tiene que anunciar, que es lo que denuncia y anuncia la iglesia. No es lo que el arzobispo predica, no se predica a sí mismo, sino que él predica el mensaje del Evangelio. Y eso puede no gustar en algunas ocasiones. Pero entiendo que estamos en una sociedad madura en la que cada uno puede y debe decir lo que lo que cree en conciencia que tiene que aportar a esta sociedad, y los demás tenemos que dar libertad a que se diga. Puedo estar de acuerdo o no. Nadie está obligado a acoger lo que el arzobispo diga, pero yo sí que entiendo que estamos obligados a respetarlo cuando, además, entiendo que lo dice con educación.
–El arzobispo defendió en Covadonga el valor de la familia.
–La familia es un núcleo esencial de la sociedad. En la familia te descubres como eres desde desde la ternura y desde el acogimiento, y en ese seno puedes desarrollarte siendo querido y valorado. Las personas tenemos que ir descubriendo qué somos y cómo somos, pero tenemos que hacerlo de una manera buena y sana. En la medida en que las familias se destruyen, la persona en sí también se pone en riesgo.
–La postura de la Iglesia sobre el aborto es entendible, porque la vida que se elimina es ajena. ¿Pero cuando una persona pide la eutanasia para evitar un dolor terminal sin esperanza?
–Sí, claro. Cuando hablamos del sufrimiento estamos entrando también en un terreno sagrado, y debemos hacerlo con mucha delicadeza, mucho cuidado y mucha ternura. Es verdad que la Iglesia identifica en los enfermos una misión específica, que es una unión íntima con Cristo en la Cruz, pero eso requiere una vida de fe profunda para entenderlo. Y, al mismo tiempo, cuando una persona pide morir, por lo general lo que está pidiendo es dejar de sufrir, porque el hombre quiere vivir y quien quiere morir es porque ya no ve posibilidad de vivir sin sufrir. Entonces, lo que la Iglesia defiende es acompañar a esa persona, y por eso se pone tanto hincapié en potenciar los cuidados paliativos, el acompañamiento, en evitar el dolor y el sufrimiento de la mejor manera posible, pero sin quitarle a la persona ese momento de intimidad con Cristo. Esto, si no es desde la fe, pues evidentemente no se entiende. La fe le da ese sentido especial a ese momento tan crítico de la persona.
–El Santuario acoge jornadas de juventud que el arzobispo ha elogiado, así como ofrece la posibilidad de retiros espirituales.
–Todas estas jornadas han ido surgiendo por inspiración del Espíritu Santo en distintos movimientos. Covadonga las acoge, y claro que quisiera que haya más, y, desde luego, que las que haya sean profundas y evangélicas, que quienes participen aquí tengan un encuentro vivo. El santuario pondrá en funcionamiento todo lo que pueda.
–Y los retiros espirituales...
–Covadonga tiene que ser un lugar de acogida. Es un lugar especial para que las personas, a través de la Virgen, se puedan encontrar con el Señor, y eso tenemos que cuidarlo y potenciarlo.
–En tres años como canónigo ha tenido dos momentos especialmente duros. Uno, la repentina muerte del canónigo Luis Marino, y otro, el cierre de la Escolanía. El primero fue inevitable. ¿El segundo es reversible?
–Se diga lo que se diga, para nosotros fue muy duro tener que tomar esa decisión. A los alumnos de la Escolanía los conocemos uno a uno, a sus familias. Todos formaban parte del santuario y fue muy difícil. Es cierto que teníamos muy pocos niños y la perspectiva era a peor porque algunos eran ya bastante mayores y no había relevo. Luego aparecieron hasta hasta doce niños que podían salvar la Escolanía, pero el modelo de internado les echaba hacia atrás. Entendemos que eso hoy por hoy no funciona. Así que estamos en un tiempo de intentar entender por dónde van los tiros y a la escucha. Eso sí, el santuario no se puede entender sin música, o sin arte, en general. Dios irá diciendo, pero hoy por hoy tener esa Escolanía es imposible y no sé si alguna vez dejará de serlo.
–¿Quiere ser santo?
–¡Ójala! Todos estamos llamados a eso. Y usted también.
–En su toma de posesión hubo feligreses de Ibias y Degaña.
–Guardo mucho cariño a Ibias y Degaña. Verles en Covadonga fue un orgullo y una emoción, volver a ver sus caras y recordar sus historias, un regalo para mí.
–Hace cinco años, en Cerredo, me decía usted que trabajar allí es una tarea misional, en particular en unos territorios tan extensos, despoblados y envejecidos. Y también una buena escuela para usted. ¿Qué aprendió y cómo lo ha digerido?
–Es misión, sí. Yo aprendí muchas cosas, pero hay dos que destacaría: la primera, la experiencia del 'tú a tú', pues cada una de las personas es una historia, un mundo, un tesoro, un espacio sagrado y eso hay que respetarlo como tal. Que una persona te abra su hogar, te abra su historia, es un privilegio. Donde hay grandes masas, como en Covadonga, ese tú a tú puede ser más complicado, pero en Ibias y Degaña hay mucha soledad en gente de fe o que carece de ella, y siempre hay una riqueza en ese encuentro. Eso lo valoro mucho y lo guardo como una enseñanza grande. Y la segunda enseñanza grande es que lo que uno aprende en el seminario, esa teología y esa teoría, es verdadera, pero hay que encarnarla. Y a veces, esa teoría se convierte en silencio, en presencia, en oración aunque la gente no lo sepa. A veces, se trata de entender que eso que Jesucristo ha enseñado a la Iglesia se hace carne en esta señora que sufre, o en esta familia que se alegra. Hay que encarnar esa enseñanza, no dejarla en el ámbito teórico.
–Dice que hay mucha soledad.
–Sí, una de las grandes dificultades de aquella zona es la soledad y la enfermedad. Padecerla en solitario es un sufrimiento muy grande, porque uno se ve desamparado y no tiene a quién acudir y el hospital lo tiene lejos... Todo eso hay que aprender a acompañarlo desde la fe.
–En esa soledad también está la tristeza de verse prescindible...
–Sí, es como si los demás les dijesen que 'ya no me aportas, ya no necesito que estés en medio. Quédate ahí'. Pues no, hay que hacer ver que esas personas tienen un gran valor, que son criaturas de Dios, son personas y tienen la dignidad propia.
–Eso no es sólo así en el campo.
–Sí, de otra forma en las ciudades, pero sí. La soledad es una enfermedad universal, que en la ciudad puede parecer menor porque salen al centro de salud, o a comprar, y parece que están acompañados, pero luego se van a su casa y se quedan solos...
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.