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Reseña de la sidra asturiana

FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ CRONISTA OFICIAL DEL CONCEJO DE PARRES

Domingo, 3 de agosto 2014, 00:40

Algunos historiadores señalan que cuando San Isidoro (556-636) habla de la sidra y escribe: «Sicera est omnis potio, quae extra vinum, inebriare potest.(la sidra es toda bebida que, aparte del vino, puede embriagar.)». Es evidente que, al mencionar la 'sicera' no se puede estar refiriendo a la que nosotros conocemos como sidra, que procede del griego 'sikera' y que no guardaba relación con el líquido que produce la fermentación de las manzanas, sino que hace referencia genérica a toda bebida alcohólica no procedente de preparados con zumo de uvas. De hecho, hasta en el Evangelio de Lucas 1,15 se lee «.et vinum et siceram non bibet» (tampoco beberá vino ni otra bebida fermentada).

Desde la Edad Media la más mencionada -junto con las viñas- es la escanda, que era muy apreciada frente al más humilde mijo, como vemos en un aniversario de la Iglesia de Oviedo en el siglo XII, donde a los canónigos se les ofrenda «seis cuarteras de pan de escanda» y a los pobres monjes del monasterio de Obona «pan de mijo para su pitanza», el llamado panizo al que los portugueses denominaban 'pan de paxariño'. En los siglos IX, X y XI del Reino Asturiano, las viñas o vineas eran frecuentes en la totalidad del territorio, como consta en tantos documentos conservados, de manera especial en los procedentes de los monasterios. El documento más antiguo de la Edad Media Española, perteneciente al Reino de Asturias, se denomina Ego Fakilo y se conserva en la Catedral de Oviedo, datado el VIII idus iulias era DCCCXXXXI (correspondiente al 8 de julio del año 803 de nuestra era) y en él se recoge la donación que una rica terrateniente hace para erigir el Monasterio de Santa María de Libardón, en Colunga. Es el primer original que se conserva de la Monarquía asturiana en el reinado de Alfonso II. Escrito sobre pergamino de piel de cordero, con una tinta obtenida a base de óxido de hierro, en un latín muy alejado del clasicismo y con caligrafía visigótica, Fakilo, especifica que entrega villas, bosques, viñas y manzanos para elaborar mostos y sidra, a fin de que obtengan réditos económicos mediante su explotación para la fundación y mantenimiento del monasterio citado.

En el siglo XV algunos peregrinos hacia Compostela mencionan los manzanos silvestres que había por decenas de miles en alturas entre los 100 y los 600 metros. Vascos y asturianos exportaban injertos de buenos manzanos ya desde el siglo XI a otros lugares como Bretaña y Normandía. Constancia quedó que los pescadores que salían a la captura de la ballena y el bacalao iban bien provistos de sidra. No eran pocos los naranjos y limoneros que había en Asturias, como escribió a su paso por la región en 1517 el flamenco Laurent Vital, cronista acompañante del emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, al igual que el padre Carvallo cita (un siglo después) que había tanta abundancia de naranjas y limones que además de los que se consumían en la tierra, se exportaban a Castilla e, incluso, se cargaban navíos para Francia. La 'poma aurantia' o manzana de oro que decían los romanos a la naranja, es posible que no llegase a España hasta la época califal musulmana, en el siglo X. Demos por bueno el concepto de que la sidra es un vino de manzanas y de que también se solía hacer a partir de las peras (la perada).

En 1548, el sevillano Pedro de Medina hablando de las Asturias de Oviedo y Santillana escribió: «Esta tierra es fría, abunda mucho en mijo del que hacen pan y así mismo manzanas, de las que se hace la sidra que beben por vino».

Llevamos 500 años bebiendo sidra en las fiestas de Asturias, puesto que es a comienzos del siglo XVI cuando aparecen los primeros puestos de venta de sidra en las romerías asturianas.

Asturias era considerada como una región pobre e inhóspita y así el Cardenal Cisneros -al enterarse de que el emperador Carlos había desembarcado por error en Villaviciosa- se apresuró a escribirle diciendo: «Señor, cuánto deseo que salgáis de ese país tan mísero para que no creáis que todo vuestro reino es igual». Y 73 años después, en 1590, el obispo ovetense Diego Aponte de Quiñones abundaba en la misma idea con motivo de la visita 'ad limina apostolorum' al Papa Sixto V, afirmando que los asturianos «son gente fiera para extraños e indígenas, y son todos pleiteadores y pertinazmente se atacan y muerden». Tremenda aseveración, pero daba idea de lo que se podía pensar de nuestros ancestros, cuando hasta el obispo de Oviedo lo afirmaba así.

El paisaje agrícola asturiano ha variado mucho a lo largo de la historia, tanto el paisaje espontáneo como el construido o destruido por el hombre que lo va transformando y modificando a su antojo e interés, generalmente para mejorarlo. Entretanto, la sidra sigue corriendo y, afortunadamente, cada vez con más calidad, cantidad y acogida popular, tanto por los asturianos como por los que nos visitan en el 'Paraíso Natural'.

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