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O. V.
GIJÓN.
Sábado, 18 de noviembre 2017, 01:29
Una de las plagas con las que Jehová castigó al Egipto de Ramsés II por el empecinamiento del faraón fue, como bien es sabido, que las aguas del Nilo 'se convirtieron en sangre'. Periódicamente, el Levante español sufre también 'lluvias de sangre' que dejan un barrillo rojizo y arenoso como efecto. Ese cieno es tanto más fino cuanto más al norte se producen las 'lluvias de sangre'.
¿A qué se debe? Es arena del Sáhara, polvo en suspensión que los vientos que se generan en el corazón sediento de África arrastran hasta las capas altas de la atmósfera y distribuyen, normalmente, hacia el océano Atlántico en dirección a América la mayor parte de las veces. En otras ocasiones, eventos como el huracán Ophelia se llevan ese polvo en suspensión hacia el continente Europeo.
Eso fue lo que ocurrió en los días previos a los incendios que el 15 y 16 de octubre pasado quemaron más de 30.000 hectáreas de bosque en Galicia y Asturias. Hacia el 10 de octubre, Ophelia se encontraba casi estática en medio del Atlántico, frente a las islas Canarias. Al sur del huracán, los vientos procedentes del Sáhara arrastraban arena hacia el centro del océano y hacia América. Ambas corrientes de viento comenzaron a interactuar, con dos efectos. El primero, que Ophelia se aceleró exponencialmente en dirección norte-noreste, directamente hacia la fachada occidental de la Península Ibérica. El segundo, que Ophelia se llevó consigo buena parte del polvo en suspensión que arrastraban hasta entonces en dirección oeste los vientos procedentes del interior de África.
Todo esto se puede observar en un vídeo que la página de la NASA en internet ha colgado sobre la evolución de los huracanes en el Atlántico durante septiembre y octubre, no específicamente centrada en el caso de Ophelia, pero muy descriptiva de lo ocurrido.
Si los dos efectos antes mencionados de la interacción entre los vientos africanos y el huracán Ophelia no hubiesen coincidido con el inicio de los incendios en Galicia y Asturias, el efecto visible de Ophelia no habría pasado de los típicos de un huracán ya rebajado a la categoría de tormenta. Viento intenso, tal vez algunas precipitaciones, que en este caso podrían haberse teñido puntualmente de rojo al arrastrar las gotas de lluvia el polvo en suspensión.
Pero, valga la redundancia, se produjo la tormenta perfecta. La potencia de Ophelia no solo llevaba consigo el polvo del desierto, sino que a su paso sobre los incendios de Galicia y Asturias, arrastró hacia el norte el humo, como el vídeo de la NASA muestra con una sorprendente claridad, que recuerda la infausta imagen de la columna de humo de las Torres Gemelas vista por los satélites de la NASA el 11 de septiembre de 2001.
Y en Asturias, el 16 de octubre, no amaneció. La combinación de las partículas del humo en suspensión con el polvo del desierto, y el hecho de que estuvieran justo sobre el centro y la costa de Asturias en el momento del amanecer, cuando los rayos del sol caen más oblícuos y, por ello, más virados hacia el rojo en el espectro lumínico, reforzó la conocida como 'dispersión de Rayleigh'. Este efecto se produce más intensamente cuando la luz del sol atraviesa más atmósfera (al amanecer y al atardecer) y se encuentra en su camino partículas de muy pequeño tamaño, como las del humo o las del polvo del desierto en suspensión. Para que la luz se disperse, el tamaño de las partículas debe ser similar o menor que la longitud de onda, lo que acaba generando un oscurecimiento muy superior a cuando las partículas son más grandes. Aquel amanecer rojo oscuro nació en el océano y en las dunas del Sáhara.
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