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El Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, destruido durante los combates de octubre del 34 en el centro de la ciudad. L. LOISIN / MUSÉU DEL PUEBLU D'ASTURIES
Octubre del 34, entre la historia y el olvido

Octubre del 34, entre la historia y el olvido

Se cumple el 85 aniversario de la última revolución obrera de Europa. Sucedió en Asturias y su memoria se diluye hoy entre la leyenda negra y el mito glorificador

PABLO A. MARÍN ESTRADA

Martes, 24 de septiembre 2019, 04:19

Fue la última revolución proletaria de Europa y estalló en Asturias un 5 de octubre de hace ochenta y cinco años. El mito glorificador o su reverso, la leyenda negra, han empañado una visión objetiva de los hechos prácticamente desde el mismo momento en que sucedieron y hasta el presente. Historiadores como Hugh Thomas o Javier Casanova cifran en unas 2.000 las víctimas mortales, la mayoría revolucionarios, cerca de 300 bajas en las fuerzas gubernamentales, 34 religiosos y el resto, población civil. El número de combatientes insurrectos llegaría a ser de unos 30.000 frente a los 18.000 militares enviados por el gobierno al mando del general López Ochoa.

Solo por esas cifras, al margen de cualquier otra valoración, Octubre del 34 debería suscitar interés en el territorio donde sucedió. Cineastas como Ramón Lluís Bande o ilustradores como Alfonso Zapico han indagado en sus trabajos sobre la revolución, pero la atonía se extiende entre los investigadores más jóvenes del ámbito académico, como apunta el profesor de la Universidad de Oviedo Rubén Vega: «Por mi experiencia, entre los chavales que acaban la carrera a nadie parece interesarle este asunto. Me tiene bastante desconcertado porque es un tema mayor, no un episodio perdido». Su compañero de departamento, Francisco Erice, razona que «el interés que se suponía antes tiene que ver con otros contextos históricos y generacionales que ahora no se dan». La historiadora Amaya Caunedo lo corrobora: «Los temas de moda son otros. Los que te dan becas y puntos se encaminan más a dinámicas sociales que a procesos históricos señalados y entre los investigadores vocacionales tampoco despierta interés».

Acerca de la repercusión actual de aquellos hechos en el público general, los tres historiadores coinciden en estimar que la obra de autores como Pío Moa y otros situados en la revisión crítica de ese periodo, lejos de arrojar luz, se pierden, a juicio de Erice, «en el anacronismo. No se pueden entender los problemas de aquel momento fuera de ese contexto. Descontextualizarlo a la realidad actual no sirve para entender las cosas, sí para usarlo como arma arrojadiza en otros debates». Para Vega, «afirmar que el 34 fue la antesala del 36 sirve para legitimar el golpe de Franco, dado que el primero lo habrían dado otros: no hay investigación ni novedad alguna, y una serie de documentos descontextualizados acaban demostrando cosas que son más complicadas en el proceso real». Caunedo apunta que, aunque «en fenómenos como estos es casi inevitable que se incurra en la mitificación de un lado y de otro, la historia no puede caer en eso. Una opinión histórica, si afirma que la guerra civil empezó en el 34, debe justificarlo con fuentes. Argumentar la inestabilidad política nos llevaría a preguntarnos: ¿y por qué en el 34 y no en el 31 o en el XIX?».

Revolucionarios conducidos por agentes de la Guardia de Asalto en la calle Jovellanos de Gijón el 22 de octubre. La anotación del fotógrafo indica que proceden del barrio de El Llano. :: constantino suárez / muséu del pueblu d'asturies

Francisco Erice traza el contexto que serviría para explicar la insurrección asturiana en «la reacción de la clase obrera y algunas organizaciones de la izquierda frente a la derechización que suponía la entrada de la CEDA en el Gobierno y el temor a que se anularan los pocos logros del primer bienio. Todo ello, en un contexto europeo en el que se produce un choque entre fascismo y antifascismo que iba acabando con distintos regímenes liberal-parlamentarios». Amaya Caunedo añade que «al panorama internacional y la pérdida de fe en las posibilidades de la democracia burguesa se une la oportunidad que ven de hacer la revolución». Ahí estaría el germen del movimiento impulsado principalmente desde la dirección nacional del Partido Socialista y que en Asturias cuajaría en algo más.

Rubén Vega enumera factores como «la radicalización de los mineros por la crisis del sector, la politización intensa de los trabajadores asturianos, la formación de opinión en medios como 'Avance' -que leían todos, no solo los socialistas-, la unidad obrera. Y, sobre todo, que aquí había dinamita y gente que sabía usarla o fábricas de armas. Organizan un ejército y se enfrentan de tú a tú al del Gobierno». El historiador añade otro elemento determinante, el perfil de los dirigentes: «González Peña y Belarmino se habían criado con Llaneza, eran del ala moderada, pero toda esa teoría de 'somos un partido obrero y vamos a traer el socialismo' se la creen tanto que cuando llega la consigna de que hay que hacer la revolución se ponen manos a la obra y ellos al frente».

Insensateces y chapuzas

El resultado, «una chapuza» para Erice, al obviar que «es imposible que triunfe una revolución social contra un Estado fuerte» y la dirección desde Madrid «insensata» para Vega: «Anuncian a voz en grito la convocatoria cediendo la iniciativa al enemigo». En Asturias, el éxito de los insurrectos se limita a las primeras jornadas en las que logran tomar 23 cuarteles de la Guardia Civil y dominar buena parte de la región. La entrada por cuatro frentes de las tropas gubernamentales y la escasez de munición abocaría a la derrota dos semanas después.

Entre las 2.000 víctimas de aquel octubre, los siete religiosos de Turón y los guardias hechos prisioneros en Sama por los insurrectos, o, a manos de los soldados de Yagüe, la masacre de una treintena de civiles en Villafría y de 27 presos en Carbayín. Sucedió en Asturias hace ochenta y cinco octubres.

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