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«Era un mundo muy diferente del nuestro, con 250 millones de habitantes en todo el planeta y con una falta de información casi total salvo lo que no era su entorno inmediato. Y aún así, el mundo del año mil era uno en el que se dieron una serie de procesos que hoy nos siguen influyendo a todos, como la apertura de redes comerciales internacionales». Así evocaba este mediodía el presidente de la Fundación Valdés-Salas, Isidro Sánchez, el ámbito socioeconómico en el que en 1024, el 31 de mayo, doña Cristina Vermúdez, infanta hija de Vermudo II de León, procedió a confirmar la cesión de su monasterio familiar de Cornellana a la Iglesia asturiana, en la persona del obispo Agda en una luminosa jornada de domingo en la que se consagró a la vida monacal lo que hasta entonces habría sido un dominio señorial de Cristina y su esposo, que había fallecido poco antes, Ordoño Ramírez.
Este martes, en el mismo monasterio, se presentó el libro que por encargo y con la financiación de la Fundación Valdés-Salas y la Fundación Banco Sabadell ha elaborado catedrático de Paleografía de la Universidad de Oviedo Miguel Calleja-Puerta, al frente de un equipo del Laboratorio de Domumentación Histórica de la Universidad de Oviedo (DocuLab), integrado también por María Josefa Sanz Fuentes; José Antonio Álvarez Castrillón; Guillermo Fernández Ortiz; Antonio Ledesma, Fuensanta Murcia Nicolás, Isabel Ruiz de la Peña González y Gaspar Fernández Cuesta.
El libro, en sí mismo, es una maravilla. Y no es un apelativo gratuito. Sus textos hacen un repaso multifactorial de los primeros cinco siglos de la historia del monasterio, desde su dotación a la Iglesia a su cesión, por petición de Carlos I al papa Paulo III, a la congregación benedictina de Valladolid en 1536, pasando por la muy relevante cesión previa a Cluny en 1122 por parte del bisnieto de Cristina, el conde Suero Vermúdez y su esposa, Enderquina. Pero es que también da claves muy relevantes sobre el papel terrenal, político y de organización de la explotación del territorio –la vega del Narcea y el Nonaya a la altura de Cornellana es aún hoy uno de los parajes más fértiles y con mejores condiciones para la ganadería, la agricultura y aún para la minería aurífera en los valles colindantes– durante la alta Edad Media. Pues de eso se trataba originariamente, cuando en Cornellana hubo, casi con total seguridad, una villa romana de un dómine llamado Cornelio, que centralizaba dicha explotación.
Cristina y Ordoño fueron continuadores en la cúspide social, y en el siglo XI lo que hicieron fue, en el fondo, garantizar la continuidad de la mejor forma de explotación posible, en aquel tiempo, del entorno. Así lo hizo ver en la presentación Miguel Calleja, que ensalzó también «el valor de la memoria» y de «la historia». Muy ameno, el investigador recordó que «para 1600, Cornellana había perdido la memoria de su origen. En un escrito del abad, Gregorio de Hita, al arzobispo sobre la situación de Cornellana y de la hoy desaparecida San Martín de Bahona, los vecinos de la zona desconocían el origen y, si acaso, los más informados eran un soldado de Sobrerriba, Pedro Díaz, que atribuía la fundación al conde Suero y a su esposa, Enderquina, o Juan Prieto y Blas Calvo, que hablaban de Suero, pero nadie se acordaba de doña Cristina».
Y es que la labor del equipo que encabeza Miguel Cuesta ha vuelto a sacar a la luz, buceando entre documentos de archivos como los del Arzobispado de Oviedo, pero también en los de las universidades de Oviedo, León, Santiago, Toledo, París y hasta Columbia, «porque hasta ahí llegaron algunos de los documentos de Cornellana», recuperar «el relevantísimo papel de Cristina Vermúdez y también de su madre, Velasquita, la que fuera la primera esposa de Vermudo II» y «una gran dama que supo ejercer su poder económico y social en plenos siglos X y XI, después de haber sido repudiada por Vermudo» probablemente por falta de descendencia masculina, pero también para ganar poder político en Castilla.
Se evocó durante el acto de este martes esa época, pero también se habló de futuro. El alcalde, Sergio Hidalgo, subrayó que «durante este año me gustaría tener definido el Plan de Usos futuro del monasterio y poder emprender la tercera fase de su rehabilitación integral, para que este monumento brille como se merece, y garantizar su mantenimiento, porque si en el monasterio de Cornellana no hay vida, en 30 años volveremos a tenerlo como estaba en 2011, antes de iniciarse su restauración», cuando el cenobio salense amenazaba con una imperdonable ruina.
Por su parte, la responsable de Patrimonio del Arzobispado de Oviedo, Otilia Requejo, profunda conocedora como arqueóloga de la zona de influencia del monasterio de Cornellana y del propio cenobio, elogió el papel de los sucesivos párrocos de Cornellana y de los fieles en el mantenimiento del monasterio. Recordó a los recientes Gumersindo Fernández y Ceferino Martínez, así como agradeció la labor del actual párroco, Arturo García, y llegó a remontarse a «Fernán Pérez, que fue párroco en 1279», para agradecer de paso el papel de los archiveros eclesiales, como Agustín Hevia Vallina o el actual, Juan José Tuñón, y reflexionó a viva voz sobre «el valor de la historia con mayúsculas, porque parece que ahora no hay más sitio que para análisis frívolos y relatos de rápido consumo».
El monasterio celebrará pasado mañana el acto oficial de la efemérides del milenario, en una jornada en la que el Gobierno del Principado celebrará su consejo de gobierno en Cornellana y que, por la tarde, tendrá el acto central del milenario en el propio cenobio salense. Pero a lo largo de este año aún quedan muchos actos más de conmemoración de la fundación de lo que fue «un gran centro religioso, social y economico en el centro de lo que había sido el Reino de Asturias».
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