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BELÉN G. HIDALGO
GRANDAS DE SALIME.
Sábado, 7 de diciembre 2019, 01:07
En 1989 vio la luz el inventario arqueológico de Grandas de Salime. Un único documento en el que se recopilaron los tesoros patrimoniales del concejo para garantizar su conservación y evitar que los usos tradicionales del suelo, tanto agrarios como los derivados de las obras públicas, los alterasen. Ayer, en la Casa de Cultura, la asociación cultural El Carpio echó la vista atrás para recordar cómo y para qué sirvió aquel inventario que se alumbró en otra época.
«Era un tiempo en el que el arqueólogo se plantaba sobre el terreno y recorría prácticamente toda la superficie asequible. Contabas con la información que te proporcionaba también la gente del lugar de forma indirecta. En muchas ocasiones la clave para dar con los descubrimientos arqueológicos está en la topinimia, determinados nombres o referencias o el relato de leyendas en determinados parajes eran indicios siempre muy valiosos para localizar esos yacimientos», destacó el arqueólogo Ángel Villa. Aquel año, 1989, Grandas de Salime y la arqueología comenzaron a tejer «una complicidad que perduró durante décadas».
Chao de Samartín Data de la Edad del Bronce y se mantuvo habitado hasta el siglo II después de Cristo, cuando fue abandonado por los romanos tras un terremoto que lo dejó en ruinas.
Domus Una docena de estancias en 500 metros de planta y tres columnas casi en el centro confirman su importancia. Las pinturas halladas sobre las paredesdemuestran que sus habitantes tenían una preeminencia social «indiscutible» .
Túmulo de Canadeiro (Xestoselo) Una tumba, con forma de montículo, en la que se depositaban los restos de los fallecidos que data del Neolítico.
Laboreo minero En Grandas se conservan tramos «espectaculares» de los canales para la explotación minera de los romanos, como el de la mina de Valabilleiro y los túneles de Penafurada.
Hoy, Grandas de Salime es un concejo «indispensable para conocer periodos muy largos de nuestra historia: desde la Prehistoria hasta la Edad Media. No es habitual que un pequeño municipio haya podido proporcionar un volumen semejante de información y de tanta relevancia», puso en valor el arqueólogo, que no tardó en hacer referencia a la joya de este tesoro patrimonial, el Chao de Samartín.
«Si bien su importancia viene del estudio de caracter más amplio que se emprendió en los años noventa en el Plan Arqueológico del Navia-Eo, permitió contextualizar esos hallazgos con los producidos en otros yacimientos y establecer así una visión que hasta esos momentos era inédita», recordó Villa. No en vano, hablar de la cultura castreña supone poner en valor mil años de pueblos fortificados. Todos esos bienes arqueológicos identificados a finales de los ochenta fueron convenientemente estudiados y proporcionaron una información «extraordinaria». «Cuando se hace trabajo con tiempo -hoy va todo más deprisa-, cuando cuentas con colaboradoers extraordinarios y la complicidad de los vecinos y hay un sistema de trabajo ordenado, los resultados son muy precisos», reiteró Villa. Tanto, que la carta arqueológica de Grandas de Salime no contó con incorporaciones posteriores. Las que hubo, señaló el arqueólogo, fueron mínimas y se debieron a «circunstancias a las que está sujeto el trabajo de campo, como la luz que en determinadas épocas del año impide ver indicios más llamativos».
Más allá de las excavaciones arqueológicas, Villa puso en valor la labor de difusión de quienes desenterraron esos hallazgos. «En la medida de que esa información llega a más sitios y con calidad y es aceptada por la comunidad científica, los yacimientos toman relevancia. Tienen una mayor proyección», enfatizó. Todo ello, continuó, sin olvidar el respeto al paisanaje. «Cuando la gente se identifica con el patrimonio, su compromiso con su conservación es mayor. Eso, en Grandas y en el Occidente, es un sentimiento cada vez más arraigados», confesó esperanzado.
El futuro, ahora, pasa por rentabilizarlo «de forma inteligente». En este sentido, Villa aseguró que «está todo inventado». No obstante, señaló como elementos claves la planificación, la cualificación de las personas y la creación del marco administrativo que lo haga posible y que «debe comprender a los gestores de la cosa pública, los científicos e investigadores y quienes deben traducir los resultados en un discurso que llegue al ciudadano».
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