María López y su abuelo Bernardo caminan por la carretera que recorren a diario para llegar al colegio, tras haberles adelantado el taxi que hace la ruta escolar hasta Llamera. FOTOS: B. G. H.

Cuando ir al colegio es una odisea

Dos familias de Cangas del Narcea caminan varios kilómetros para poder llevar a sus hijos a clase

Lunes, 24 de febrero 2020, 03:01

Se ha convertido casi en rutina. Desde que comenzó el colegio su nieta María, Bernardo López lleva a la pequeña, de tres años, al colegio, caminando y de la mano. Viven en la localidad canguesa de Sonande. Su escuela pertenece al Colegio Rural ... Agrupado (CRA) Río Cibea, a poco menos de 1,5 kilómetros, en Llamera. Cada día lectivo se tropiezan en el camino con el taxi que hace la ruta escolar, pero 200 metros impiden que la pequeña tenga acceso al mismo. «Hasta hace tres años la ruta pasaba por el pueblo», critica su padre, José Manuel López.

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María López camina 2,6 kilómetros para ir al colegio por una carretera estrecha y sin aceras, con un desnivel importante y expuesta a las inclemencias del tiempo a 800 metros de altitud. Tarda más de veinte minutos en completar el trayecto. «Si tanto apoyan el medio rural, deberían tener en cuenta medidas excepcionales y hacer viable el transporte», sostiene López.

José Luis Méndez hace malabares a diario para poder llevar a Sergio al colegio en su coche.

La familia asegura que en julio el Consorcio de Transportes de Asturias (CTA) denegó su solicitud y la Dirección General de Planificación e Infraestructuras Educativas le solicitó una autorización excepcional. Coinciden con el Principado en que la solución pasaría por desviar la ruta que va a Genestoso. «Hay plazas libres», subrayan.

No es el único caso. En El Pontón vive una familia con dos menores, de 3 y 5 años, que también caminan para ir a clase al aula de Limés. Apenas 200 metros les impiden acceder al transporte escolar. «Les corresponde este cole por área de influencia», defiende Marisol Iglesias, la madre de Luis Manuel y Víctor.

La familia se trasladó a esta localidad canguesa en agosto del año pasado y poco después descubrieron que no tenían derecho a este servicio. «Se tienen que levantar a las siete de la mañana. Caminan una media hora», explicó Iglesias. Cruzan la carretera frente a su casa para incorporarse a la acera, a la altura del cruce de Moral y en el acceso a la carretera local, estrecha y sin arcenes que les lleva al colegio. «Llegan a casa muertos. Comen y se van a la cama sin decir ni ¡ay!», lamenta su padre, Álvaro Martínez.

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Marisol Iglesias y sus hijos se acercan a Limés, la localidad donde está la escuela.

El Principado propuso derivar los niños al colegio público de Obanca, a unos cinco kilómetros, y aprovechar la ruta que traslada a otro niño de Puenticiella. Una alternativa que los padres, por su situación socioeconómica, dicen sentirse obligados a rechazar. «Al no ser el centro de referencia, tendríamos que pagar el transporte y el comedor. No podemos».

En Uría, Ibias, se repite la historia con el hijo de José Luis Méndez y Natalia Fernández, que comenzó este año el colegio en San Antolín. A Sergio es su padre quien lo lleva cada día a colegio desde Uría. «Dimos por supuesto que se alargaría la ruta de Seroiro, pero no fue así. No sé quién manda más, si el consorcio o la consejería», dice indignado Méndez. No entiende la negativa a desviarse seis kilómetros desde el enlace de la ruta vigente para facilitar el servicio, la única opción para esta familia. Él hace malabares para llevarle; atiende a tres familiares dependientes y una ganadería y su mujer trabaja en Fonsagrada, Lugo. De hecho estudian si mudarse allí si el problema persiste. «Esto es un suplicio».

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