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BELÉN G. HIDALGO
BOAL.
Lunes, 24 de diciembre 2018, 01:13
Hace cinco años, los hermanos Pérez Suárez tomaron una decisión. Casa Rigueiro, ubicada en la aldea boalesa de Fuentes Cabadas, no podía quedarse sin vida. «Fue construida por nuestros abuelos hace más de cien años con sus propias manos. Es la ... casa donde nos criamos y lo aprendimos todo», recuerda Mario Pérez, el menor de los cuatro hermanos. La casa lleva más de dos décadas deshabitada, pues cada uno vive en un rincón de la geografía española. Se niegan permanecer de brazos cruzados mientras el despoblamiento rural amenaza con condenarles a pasear por su pueblo sin tropezarse con algún vecino y ver desaparecer sus tradiciones. Por ello, decidieron ceder la casa y las fincas a una familia dispuesta a conservarla, asentarse en el pueblo, crear un negocio para dinamizar la economía de la zona y fijar población en un rincón de Boal en el que habitan apenas una decena de vecinos.
Ayer, su sueño se hizo realidad. Kiko y Virginia pronto serán los nuevos inquilinos de Casa Rigueiro. Y no vendrán solos. Entre los gruesos muros de esta casa crecerá Nicolás, de apenas un año y medio de vida. Con su llegada, Fuentes Cabadas gana tres vecinos, elevando el censo a 13. Supone, por tanto, un aumento del 30% de su población.
Llegan desde un pueblo de Zamora, Campogrande de Aliste. «Estamos acostumbrados a la zona rural y Asturias nos gusta muchísimo por su gente, su verde... Mi mujer vio esta casa, vinimos a conocerla y nos animamos», apuntó Kiko, que espera instalarse con su familia en unos meses, cuando concluya las obras necesarias para iniciar su nueva vida en el pueblo.
Kiko tiene 34 años y trabaja en carpintería, pero siempre estuvo vinculado a la albañilería. Su mujer, con 33 años, trabajó en un bar hasta que se quedó embarazada y tuvo a Nicolás. Sus planes de futuro en Fuentes Cabadas aún está por determinar. «Tenemos varias ideas, como una casa rural o bien una actividad relacionada con animales a través de una granja escuela», anunció. Por delante quedan 25 años, el tiempo que les han cedido la casa, con opción a compra. El inmueble se compone de vivienda, pajar y hórreo. «Queremos conservarlo y restaurar todo lo posible, evitando obra nueva», dijo su nuevo inquilino, que agradeció el trato recibido por los propietarios. «Nos han ayudado en todo», reconociendo que les habían puesto en contacto con los lugareños.
Ambos crecieron en la ciudad, en Valladolid, pero quieren criar a su hijo en el campo. «Creo en la educación rodeada de Naturaleza y aquí aprenderá más de si mismo y del entorno. La ciudad nos agobia. Esto es otra vida. La gente se conoce, se ayuda y se apoya, y eso en la ciudad es difícil de entender», confesó aún incrédulo con esta nueva etapa de su vida que recién comienza.
Nicolás comenzará su etapa escolar en el colegio público Carlos Bousoño. «Hablamos con la directora del colegio y estamos encantados. Hay pocos niños. Tendrá derecho a comedor y transporte gratuito y eso es un plus», reconoció. «Es en un pequeño sueño y no sabemos si hemos despertado todavía».
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