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El 8 de mayo de 2021, Vicky Sánchez (Navia, 1975) sintió que su vida se detenía cuando, al otro lado del teléfono, Belén, la vecina, ... le decía que su hermana Yoli -«la segunda de las cuatro que somos, la que me sigue», la recuerda todavía en presente- se había suicidado. «Tenía 44 años y una hija adolescente de dieciséis. Yo la llamaba 'la gran samaritana', porque estaba todo el rato preocupada por los demás. Era enormemente detallista, siempre te llenaba de atenciones, todo por los demás y para los demás, ella siempre en segundo plano. Desde que dejé Navia y me vine a vivir a Avilés, me llamaba todos los días. Sin fallar ni uno».
Vicky no quería, no podía creérselo. «Cuando te dan la noticia, piensas: Que alguien me despierte, porque esto no es verdad. Es una pesadilla. No lo ha podido hacer. No lo hizo. No puede ser verdad», repite.
Era el final de «una espiral» que había arrancado en 2017, cuando «empezó con síntomas de ansiedad» y que, a partir de entonces, no dejaría de crecer: «Al principio, era muy receptiva a recibir ayuda, pero, poco a poco, la veías cada vez peor. Perdió la sonrisa, las ganas, incluso la esperanza... Desde 2017 hasta 2021, tuvo un total de diecisiete ingresos hospitalarios, la mayor parte de ellos en el área de salud mental de Avilés, aunque en alguna ocasión estaban saturados y la derivaban a Jove. Estaba a tratamiento, pero ya veías que no salía a flote. En una de las últimas conversaciones que tuvimos, justo una semana antes de suicidarse, me llamó llorando y me dijo: 'No puedo seguir, me quiero morir'. Sus palabras ya eran de desesperación».
Una espiral en la que «ya había hecho varios intentos. Y cada uno de ellos era una manera desesperada de pedir socorro, de gritar: 'No puedo más. Necesito ayuda. Ayudadme'. No pudimos ayudarla, no supimos, el sistema público de salud tampoco pudo. Necesitamos poner el foco en este gravísimo problema de salud pública que tenemos en Asturias, donde las cifras son realmente alarmantes», urge hoy Vicky, que recuerda que el Principado volvió a ser en 2020, el último ejercicio del que constan datos oficiales, una de las comunidades con mayor tasa de mortalidad por esta causa. Una región en la que se han disparado los ingresos de adolescentes por autolesionarse o intentar quitarse la vida y donde ya se producen catorce suicidios por 100.000 habitantes. 140 fallecimientos al año. Uno cada dos días y medio. Una epidemia silenciosa que ella no alcanza a entender: «Necesitamos más recursos, que son claramente insuficientes, y un buen plan de prevención. La gran pregunta es por qué no contamos con él y por qué no hay más campañas de concienciación social, de visibilización, porque, además, la pandemia y la crisis derivada de ella lo están agravando todo».
Esa es hoy la lucha de quienes han sobrevivido al suicidio de alguno de los suyos, en los que la negación inicial da paso a «una montaña rusa continua de emociones», a cientos «preguntas que nunca tendrán respuesta. Los 'y si..', los '¿por qué?' te perturban continuamente». Preguntas que hoy, año y medio después de la muerte de Yoli, Vicky consigue solo a ratos apaciguar.
«Te preguntas si pudiste hacer algo más, si hubiese cambiado algo de habérmela llevado a vivir conmigo, si se podía haber evitado. Esa pregunta y muchas otras son las que siempre voy a tener en la cabeza». Y, planeando sobre todas ellas, la culpa, que «va y viene», sin darle apenas tregua: «Te sientes culpable por mil cosas. Al principio, te culpas a ti misma, a su entorno, al sistema público de salud, y a día de hoy, por ejemplo, cuando estoy de fiesta o me río, de repente me sorprendo pensando: '¿Te ha pasado algo tan traumático y tú estás aquí riéndote?'».
Esas veces, Vicky Sánchez se obliga a luchar consigo misma: «Tengo que plantearme: '¿Qué querría Yoli, que estuviera aquí riéndome o llorando en el sofá? Pues Yoli querría, sin duda, que te rieras por ti y por ella, así que hazlo'».
Porque -como ya ha alcanzado a comprender- los familiares de quienes se suicidan convivirán con esa pérdida todavía rodeada de estigma «durante toda la vida»: «Esto es algo muy duro con lo que tienes que aprender a vivir». Un duelo que ella está atravesando acompañada por profesionales de la psicología y por la asociación asturiana de supervivientes en duelo por suicidio Abrazos Verdes, el grupo de apoyo mutuo al que pertenece.
En ellos ha encontrado esta mujer dulce y valiente el refugio frente a una sociedad que «sigue considerando tabú el suicidio»: «Para muchos de nosotros, hablar con la gente de esto es muy difícil, porque sabes que algunas veces vas a ser juzgado, van a juzgar cómo llevas el duelo, e incluso se atreven a juzgar lo que hizo mi hermana, y porque tampoco quieres dar pena ni recibir consejos que lo que hacen es causarte más daño que otra cosa, por muy buena intención que tenga quien los da. Y otras veces notas que se acercan por el morbo o que hay personas que, directamente, se alejan. Que, como no saben enfrentarse a ello, se echan a un lado. Y eso también te duele, cuando lo único que necesitas a veces es un abrazo, saber que esa persona está ahí si necesitas un hombro en el que llorar. Con eso es suficiente. En un duelo tan duro, debemos aprender a acompañar. Y, sobre todo, cuando yo quiero hablar de mi hermana, no quiero que me cambien de tema. Que no me digan: 'Ay, mira, vamos a reírnos'. No. Hoy no quiero reírme. Quiero contarte esto y quiero llorarlo. Quiero que me permitas estar mal cuando estoy mal y recordarla».
Ese es el otro gran empeño de «una familia que ha quedado totalmente rota, destrozada, porque, además, cada uno vive el duelo a su manera. Empezando por mis padres, sobre todo mi madre, que ha perdido a una hija y que no hay día, desde que ella falta, que no cuelgue una foto suya en las redes dedicándole una canción. Y siguiendo por su hija, que hoy tiene dieciocho años y que vive con mi marido y conmigo, que no tuvimos hijos y, de repente, nos vemos criando a una adolescente con un trauma así»: «No queremos que Yoli deje de existir porque haya muerto, que su nombre se deje de pronunciar, porque la echamos de menos, la queremos muchísimo, la necesitamos un montón y siempre va a estar presente en nuestros corazones. Ella ya no está, pero no ha desaparecido, porque, para nosotros, no lo ha hecho». Y también por eso este viernes presentará en el Palacio de Valdecarzana (18.30 horas), durante un acto organizado por Abrazos Verdes, 'Y las sombras vencieron', un libro en el que recoge las cartas que le ha escrito a su hermana durante este primer año de dolor insondable: «En ellas le voy contando todo lo que he ido sintiendo durante este tiempo sin ella. Es mi manera de desahogarme sin ser juzgada, de seguir conectadas».
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