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Lealtad a prueba de bombas tanto al presidente Adrián Barbón como a su propio equipo, capacidad de trabajo sin horarios, optimismo desbordante y conocimiento de las últimas técnicas en descarbonización y de las empresas que las desarrollan. Esas son las virtudes que atesora la próxima ... presidenta de la Autoridad Portuaria de Gijón, Nieves Roqueñí (La Cavada, Cantabria, 1964). El 14 de febrero se convertirá en la segunda mujer que se pondrá al frente de la entidad, siguiendo así las huellas de Rosa Aza (2012-2015). Llega tras año y medio desempeñándose como consejera de Transición Ecológica, Industria y Desarrollo Económico, un puesto estratégico y de alto voltaje dentro del organigrama diseñado por Barbón. La presión a la que ha estado sometida evidenció que contaba con respaldo del presidente pero también que carecía de esas mañas de la política profesional que permiten anticipar problemas de imagen pública y dejarlos pasar para que caigan en otros.
Doctora Ingeniera de Minas por la Universidad de Oviedo, profesora asociada de la institución desde 1991 y titular del área de Proyectos de Ingeniería desde 1999, Roqueñí es uno de esos perfiles cada vez más infrecuentes en la esfera pública: el de especialistas en una materia que un día reciben la llamada de un alto cargo para confiarles la gestión del área que conocen y, pese al ruido y desgaste que genera la exposición pública, aceptan dar el paso. Perder intimidad a costa de poder impulsar lo público hacia el lado que consideran correcto.
Fue en 2007, cuando Vicente Álvarez Areces configuró el gobierno para su tercer mandato, el momento en el que Roqueñí entró en el Principado, como fichaje externo para la recién constituida Oficina para la Sostenibilidad y el Cambio Climático, adscrita a la consejera Belén Fernández. Lo suyo fue impulsar estudios científicos sobre cómo afectaría al Principado la subida de las temperaturas y del nivel del mar, tender puentes con el ecologismo, concienciar al empresariado e investigar cómo otras regiones con economías basadas en el carbón iban transformando su tejido industrial para hacerlo menos contaminante. Se trataba, reconocía entonces, de «predicar muchísimo; nosotros ponemos los estímulos y la información para que la gente cambie». En las entrevistas que da se define ante todo como profesora universitaria y «bastante cabezota».
En las conferencias y actos públicos destaca del resto de voces autorizadas sobre el cambio climático en que ella habla del fenómeno sin pesimismos, como un tiempo que también tiene sus oportunidades. «Los efectos del cambio climático no son negativos en todos los territorios. La mediterranización de nuestro clima sí puede ser una ventaja para el turismo de costa, pero el contrapunto es que trae inundaciones catastróficas en zonas en desarrollo. Hay cosas positivas del calentamiento, pero creo que no merecen la pena», repetirá.
La victoria de Francisco Álvarez-Cascos la apeará de ese cometido. Regresa a la Universidad de Oviedo, donde asumirá la dirección del área de gestión de I+D en el vicerrectorado de investigación, con ánimo renovado. Su currículum académico incluye clases de doctorado y máster en universidades del País Vasco, Navarra, Zaragoza y Cataluña, la participación en 22 proyectos de investigación financiados con fondos europeos o su papel en 60 en colaboración con empresas y organismos públicos. Ha sido profesora visitante en el Imperial Collage de Londres, cuenta con estancias formativas en Suecia y Canadá, y trabajó como evaluadora de proyectos para la Comisión Europea. Ha publicado 35 artículos y es coautora de una patente.
Esa carrera académica quedó interrumpida en 2019, cuando vuelve a recibir la llamada. El presidente Barbón y el vicepresidente Juan Cofiño la reclutan para que se haga cargo de la viceconsejería de Medio Ambiente y Cambio Climático, adscrita a Cofiño.
El tándem funciona. El vicepresidente asume el trabajo político, poniendo la cara y negociando los apoyos a una hoja de ruta en la que Roqueñí aporta el saber técnico. Juntos consiguen que el Gobierno central dé su brazo a torcer y asuma la necesidad de financiar cuatro «autopistas del agua» que sumarán más de 400 millones de inversión para garantizar el suministro en la zona central de Asturias y que Arcelor y el puerto de Gijón se impliquen en los planes contra la contaminación de la zona oeste. Cuando los avances no son suficientes, los inspectores al cargo de la viceconsejería visitarán los muelles para apercibir a quienes descargaban el granel sin cumplir con las especificaciones dictadas para ello. Entre los logros de esa etapa están cerrar la transición al frente de Cogersa, con una nueva gerente (Paz Orviz), ejecutar la 'plantona', el plan de saneamiento que sienta las bases para una década y la ley de calidad ambiental, diseñada según sus promotores para reducir burocracia a la iniciativa empresarial sin perjudicar al medio ambiente.
El desempeño convence a Barbón. A la hora de diseñar el gobierno de su segunda legislatura desplaza a Cofiño a la presidencia de la Junta General del Principado y eleva a Roqueñí al rango de consejera, sumando a las atribuciones medioambientales las de industria. Es una apuesta que busca en ella una suerte de Teresa Ribera. El problema, no menor, es que se trata de un Ejecutivo de coalición en el que IU-Convocatoria aspiraba a gestionar parte de las áreas que caen del lado de Roqueñí. Empezará ahí un soterrado pulso que evidencia las diferentes prioridades que el ala socialista y el de IU-Convocatoria tienen en ese flanco.
En este periodo la consejera ha avanzando en una reforma para integrar la gestión de todo el ciclo del agua, ha participado en buena parte de las gestiones que han terminado atrayendo inversores hasta el puerto de Gijón y entre sus méritos está haber captado importantes recursos del Plan de Recuperación. Los roces y acuerdos intermitentes con IU han llegado por el lado de las directrices comerciales, el asentamiento de proyectos eólicos en tierra y mar, y los parques de baterías. También tuvo que lidiar con la huelga de la ITV y con el escándalo que se desató después de que EL COMERCIO descubrió que Cogersa llevaba desde 2022 sin seguro contra incendio. La consejera supo que este periódico tenía esa información y ella optó por concertar una entrevista, dar todos los datos de los que disponía y explicar cómo iba a solventar la situación. Afrontó en primera persona una crisis de reputación, pero prefirió eso a dejar caer a la gerente de Cogersa, como se le llegó a plantear.
Esa lealtad y compromiso son los que la han hecho vivir esta semana, de nuevo, días de tensión. Sabedora de que el presidente debía elegir patrón para la Autoridad Portuaria y que todo apuntaba a ella, aguantó estoica los cuchicheos y felicitaciones prematuras. En su despacho, sobre su escritorio, crece en un frasco una planta. Se la regaló hace poco un jefe de servicio. Está hecha con material de Calprin, una nave abandonada que el Principado ha tardado décadas en descontaminar. Es un recordatorio de que al final el tesón consigue cosas, de que dar la cara por su equipo es algo que agradecen los subordinados. Ahora le tocará ver si esa receta es transplantable a los muelles portuarios.
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