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AZAHARA VILLACORTA
OVIEDO.
Sábado, 19 de diciembre 2020, 02:02
El refrán que sentencia que solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena tiene su particular aplicación al universo de la tapicería: «La gente solo se acuerda de las sillas en Navidad», cuenta con una sonrisa de oreja a oreja Sergio Rodríguez (26 años), profesional del ramo, desde su taller en la ovetense calle de San Melchor García Sampedro. Unas fechas de banquetes y reencuentros familiares que hacen que los encargos se le multipliquen durante estos días a pesar de que la cosa haya estado «bastante parada últimamente por el dichoso coronavirus».
«Aunque este año, con todas las restricciones, me parece a mí que vamos a tapizar juegos de seis como máximo», bromea Sergio, profesional de un oficio casi en vías de extinción que aprendió de su padre, Lucinio Rodríguez (67), quien, tras emigrar a Asturias desde Villamartín de Don Sancho (un pequeño pueblo junto a Sahagún de Campos) siendo solo un crío junto a toda su familia, requemado por el sol de Castilla (y de ahí que le apodasen 'El negro'), empezó a trabajar con trece años en una mueblería. Hoy, ya jubilado, se sigue acercando por el taller a darle algún que otro consejo y seguir de cerca los pasos del pequeño de sus dos hijos.
«Esto es algo que pasa de generación en generación y, si no, desaparece. Yo estoy contento porque ya pasé los trastos», explica Lucinio, que, con más de medio siglo de experiencia a sus espaldas, está convencido de que «la tapicería es un oficio en el que nunca se deja de aprender, porque salen nuevas técnicas, nuevos materiales...». Uno de esos saberes en los que la figura del aprendiz y el maestro que han sido «bastante abandonadas en España» siguen siendo fundamentales. Así que, aunque a veces discuten «lo normal», los dos están encantados de tenerse cerca. Sergio, que ya de pequeño se pasaba los sábados jugando a medir telas en el taller, porque es consciente de que no podía haber tenido mejor escuela. Y Lucinio, porque «Sergio más que a estudiar se dedicaba a pasear los libros», así que un día le dijo: «Para pasear libros, te pones a sacar grapas». Y hoy ve con orgullo y satisfacción que alguien sigue sus pasos y, «además, le gusta mucho, tiene interés. Y eso es lo fundamental».
Y eso que, en ese proceso interminable de aprendizaje, hay cosas que al aprendiz todavía se le resisten. «Por ejemplo, el capitoné, que es lo más complicado de hacer». Ese estilo de tapizado de origen inglés y característico de los sofás Chester «con rombos y botones», ilustra Lucinio muy gráficamente.
Pero también «han cambiado mucho los materiales». De las cretonas a las chenillas aterciopeladas, que son «lo que más se lleva esta temporada», de gran resistencia y fácil lavado, mientras que los estampados tradicionales pierden fuerza frente a los lisos y las rayas, que reinan en butacas y chaise longues.
Y luego están las telas de doble cara, que pueden dar lugar a confusiones. «Una vez, por error, tapizamos un tresillo por la cara que no quería la señora». Así que todavía se acuerdan de la cara, pero de la propietaria, cuando lo vio. Anécdotas de una profesión en la que «lo que mejor funciona es el boca a oreja». Y a ellos, que no quieren oír hablar de muebles baratos («la poca calidad se acaba notando, mientras que un mueble clásico se retapiza y dura para siempre»), los siguen recomendando.
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