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M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Sábado, 11 de mayo 2019, 04:24
Dos islas, Bolaland y Mataba, que fueron colonia española, con un conflicto fronterizo enquistado: la primera conquista el sur de la segunda en 1940 en la gran guerra y desde 1994 una misión de la UE trata de garantizar la seguridad en la zona. Allí está el Ejército español, que ha de hacer frente además al rechazo de la población civil, empeñado en achacar a dos compañías españolas un sinfín de problemas surgidos en la agricultura y la calidad de las aguas. Un vertido tóxico de nixita y la explosión de una refinería alimentan el malestar, el odio y los disturbios. La situación se agrava y urge proceder a la evacuación de la población civil española que se halla en esa área.
La situación es imaginaria pero el escenario en el que se produce, vive y resuelve es real: el campo de maniobras del acuartelamiento Cabo Noval y el aeródromo de La Morgal. Es un simulacro, es un ejercicio, es una misión de una Jornada de Instrucción Continuada (JIC) en la que que participan más de 400 efectivos del batallón San Quintín del Regimiento Príncipe en la lluviosa tarde y la larga noche del jueves al viernes, acompañados por decena y media de civiles que participan en las Jornadas de Liderazgo que unen a la infantería con sede en Asturias con la Universidad de Oviedo e Innovasturias.
Van a ser quince horas de ejercicio, de misión militar en la que los civiles juegan su rol: biólogos, especialistas en agricultura, el embajador del ficticio país, una psicóloga... Y entre ellos, dos periodistas de EL COMERCIO, conociendo lo que pasa para narrarlo en el 'Mataba Journal'.
Los civiles van empotrados con las distintas unidades que tienen misiones que cumplir. Una de ellas, acudir al pueblo de Cucureza, donde de los grifos sale agua de color rojo y las cosechas de fruta solo sirven para alimentar vertederos. El alcalde protesta, los vecinos hablan, culpan a los españoles y la situación se complica. No queda otra que acudir a la embajada. El resto de civiles españoles encuentra también refugio allí, donde el control de acceso es estricto y minucioso, donde todo el que traspasa la puerta ha de identificarse y es cacheado, y en cuyo exterior los incidentes se agravan, la tensión se enciende, la violencia florece. Hay gritos, batallas campales, se recurre al uso de humo lacrimógeno, se producen detenciones... Y se pone en marcha una operación NEO (evacuación de no combatientes)
Todo lo dicho ocurre en realidad. Porque a los soldados que equipados con sus fusiles de asalto, con sus chalecos antifragmentos, con sus pesadísimas mochilas con ropa seca envuelta en plásticos, con sacos de dormir, con redes de camuflaje y esterillas, se unen otros militares convertidos en los malos de la película, en los instigadores, en los violentos, en los provocadores. Ellos visten de calle. Son unos 80 y le echan teatro, mucho teatro. El entrenamiento ha de ser lo más realista posible.
En la embajada se prepara la evacuación a pie. No es posible hacerlo a través de vehículos y se trazan varias vías. Antes de que nadie se adentre en los caminos, una Sección de Reconocimiento se encarga de ir poniendo miguitas de pan del siglo XXI. Son luces led y químicas, que en mitad de la vegetación señalan a la derecha cuál debe ser la larga ruta de 12 kilómetros hacia La Morgal sobre terreno embarrado y en medio de la oscuridad. Nada da utilizar frontales o linternas que podrían delatar la posición ante el enemigo.
Son más de las dos de la mañana cuando comienzan a llegar los civiles a La Morgal para ser repatriados, supuestamente, por vía aérea. Allí se ha instalado un centro de control de evacuación. En realidad, desde de primera hora de la tarde 33 personas han trabajado para levantar las instalaciones móviles de campaña verde oliva bajo cuyo techo se realizarán las distintas fases del proceso que permitirá la salida de los españoles. Todos los civiles han de identificarse, entregar cualquier objeto peligroso como armas blancas, ser registrados sus equipajes y cacheados antes de recibir el billete que les permitirá salir del país. Se trata de confirmar identidades, de garantizar que nadie ajeno acabe por embarcar en un avión y haga explotar una bomba. Los civiles van recibiendo acomodo en una de las tiendas, descansan y esperan el momento de irse, mientras, en el exterior, los malos aún siguen metidos en su rol y sueltan bravuconadas a los nuevos que van arribando. Llega el momento de recoger e irse. Pero, la ficticia vía aérea se transforma en camiones militares que conducen a Cabo Noval cuando la noche está a punto de dar paso a la luz del amanecer.
Allí, en el acuartelamiento ubicado entre Noreña y Siero, se halla el puesto de mando en el que se sigue en tiempo real todo lo que sucede en el campo de operaciones. La comunicación por radio -con un vehículo PCBon-, siempre cifrada, es constante y tanto en plasma como sobre el tradicional papel colgado sobre una de las lonas de la tienda cubierta por una malla de camuflaje se va dibujando el avance de militares y civiles. La 'continuada' concluye. No pasará más de un mes antes de que se imagine, se programe y ejecute otra misión.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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