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La explosión fue en Asturias, pero su onda expansiva llegó a León. Dos provincias hermanas en lo general, pero siamesas en lo concreto, cuando la lupa se pone en Degaña, el concejo del suroccidente asturiano, y en Villablino, la capital de la comarca leonesa de Laciana. Unos lazos unidos por la mina, para lo bueno y, también, para lo malo. En la mañana del 31 de marzo de 2025, la minería asturiana retrocedió, como poco, doce años atrás –el 28 de octubre de 2013 un escape de grisú mató a seis mineros del pozo Emilio, en La Robla–, y como mucho a tres décadas antes. Como si no hubiera pasado el tiempo, como si los avances técnicos se hubieran esfumado, poco después de las nueve de la mañana, la planta tercera de la mina Cerredo, en Degaña, registró una explosión. De nuevo, el grisú. Y, de nuevo, las muertes.
Cinco hombres —Rubén Souto, Iván Radío, Jorge Carro, Amadeo Bernabé y David Álvarez—, cinco mineros, cuatro de ellos de la comarca de Laciana y, el quinto, de la vecina Torre del Bierzo, perdían su vida en el acto. La minería, cuya explotación carbonífera murió en España en 2018, ha vuelto a matar en esta segunda vida que se le ha dado a las minas, en forma de proyectos de investigación para lograr materiales como el grafito.
De repente, unos pueblos ya dañados por la pérdida de población tras el cierre de la minería tradicional, volvían a sufrir el mazazo de perder a uno de los suyos. De nuevo los crespones negros en Torre del Bierzo y en toda la comarca Laciana, con Caboalles de Abajo (1.006 vecinos), Orallo (177), Sosas (153) y Villaseca (1.028) llorando a uno de los suyos y Villablino, la capital de la comarca, convertida de nuevo en centro neurálgico de la mina. O, al menos, de su tragedia.
Tres días de luto oficial no han evitado que los vecinos salgan a la calle a protestar, a indignarse, a preguntarse ¿cómo el grisú del siglo pasado puede matar cuando se acaba el primer cuarto del siglo XXI?
Y, también, ¿cómo la mina que tanto les dio, les ha vuelto a quitar, además de lo más importante, –a Rubén, Iván, Jorge, Amadeo y David–, también la esperanza de un futuro para los que siguen allí, en una comarca siamesa de la de Degaña y que, como ella, se va despoblando por la falta de un generador de empleo.
7.719 habitantes
Cifra de 2025 según el INE. En los 90 del siglo pasado llegó a rozar los 20.000
11,41% tasa de paro
Hay 390 personas en busca de un empleo
13 millones
Se invertirán en la construcción de un centro para familias con migrantes con capacidad para 200 personas
«Laciana ye asturiana» es una consigna conocida. En Degaña trabajaban los mineros fallecidos, pero en Villablino lo hacían, y lo hacen, muchos asturianos que, cada día, acuden a sus puestos de trabajo. A la capital de Laciana van a diario los adolescentes de Cerredo, puesto que el suyo es el IES de Villablino. Y si los lacianos no utilizan el Hospital de Cangas del Narcea no es por distancia física, está a la misma que el Hospital de Ponferrada, el referente para la comarca leonesa, sino porque las carreteras del suroccidente asturiano son peores que las del norte al norte de León.
Y, como su hermana asturiana, la comarca de Laciana ha visto como la mina se lo daba todo, hasta rozar los 20.000 vecinos en la década de los 90, para quitárselo casi en su mayoría con el cese de las explotaciones. Aunque Degaña tuvo su techo en las 2.000 personas en aquella década en la que la mina era el motor industrial de Asturias y León, ambas se lamen ahora los censos reducidos a cifras mínimas. A 8.000 aspira Villablino. A 900, Degaña.
Y ambas buscan las mismas alternativas para dar un vuelco a la pirámide poblacional. Ganadería , con la raza de Asturiana de los Valles como nuevo nexo de unión, y turismo rural como principales revulsivos, aunque todos reconocen que ninguno de los es suficiente.
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Villablino ha querido abrir la comarca a otros sectores, como el aprovechamiento forestal y, también, a proyectos sociales. La capital laciana tiene en marcha la creación de un centro para 200 personas migrantes. Financiado por el Gobierno central, costará 13 millones, más otros dos para un área deportiva, en un edificio de nueva construcción.
Los migrantes tendrán hasta 18 meses para vivir en el centro antes de decidir si se quedan en Villablino. Cada año, solo el centro generará 5 millones de beneficio para el concejo. Y llevará pareja la creación de 50 empleos directos y 20 indirectos. Volverá a ser Villablino concejo de parada y fonda para extranjeros, como lo fue para cientos de nacidos en Portugal y Cabo Verde. Llegados en busca de empleo en la mina, muchos casaron con lacianas o asturianas. Van ya por la tercera generación.
Pero siguen necesitando un motor generador de empleo. Por ello, ambas volvieron a mirar a la mina. Degaña, a la de Cerredo. Villablino, a la de Sosas y al pozo María. Salvo este último, que implica la creación en las instalaciones de Caboalles de Abajo del primer Museo de la Historia de las Familias de la Mina, los otros dos eran, como ambas localidades, siameses.
Cerredo volvió a abrirse el año pasado para un proyecto de investigación con el objetivo de producir grafito. Una iniciativa hacia la que miraba Sosas, para poner en marcha algo similar. De momento, el proyecto se encuentra aún en las fases de revisión. Pero la explosión de Cerredo puede llevárselo por delante. Porque la mina vuelve a morir matando.
Nunca había visto una mina. Ni tampoco había trabajado en un barco, pero en su Cabo Verde natal el único futuro pasaba por emigrar. Embarcó con destino a Holanda, pero en la parada en Portugal dejó el contrato ya firmado por un futuro incierto: trabajar en la mina en Villablino. José Manuel Dos Santos, hoy casado con una laciana de padre asturiano, recuerda aquellos primeros días, en los que Villablino se convirtió en su hogar, ante el rechazo de Asturias. «No nos querían». Fueron decenas los caboverdianos que lograron futuro en la capital de la comarca Laciana.
Sin rencor habla de una tierra, hermana de la suya, en la que tiene familia y visita a menudo, como hace cada día con Orallo, el pueblo de la comarca Laciana que le dio casa. Aunque ahora vive en Villablino, mantiene su paseo diario hasta Orallo, por delante del pozo Calderón, en el que trabajó toda su vida. Es su única pena «verlo abandonado». Volvería a la mina, «seguro», tan rotundo que «jamás» querría ese futuro para sus hijos.
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