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A los 12 años, como la mayoría de los críos de esa edad, estaba jugando al fútbol en la calle con sus amigos. Un mal ... golpe acabó con su tobillo derecho roto. «Mi madre me llevó corriendo al hospital donde, sin hacer ninguna prueba, me escayolaron». Y hasta ahí acabó la atención médica. Y la vida de su pie, aunque él no lo sabría hasta cuatro años después, cuando los médicos del Hospital Universitario de Asturias (HUCA) le dijeron: Hay que amputar.
Entre aquel mal golpe jugando al fútbol con sus amigos a los 12 años y la conversación con el traumatólogo asturiano, que le explicó que su pierna estaba gangrenada hasta la rodilla y peligraba su vida, pasaron cuatro años en los que Redouan Allaoui, nacido en Marruecos en diciembre de 2003, saltó dos veces la valla que separa ese país de Ceuta. Ambas con muletas, con las que comenzó a vivir desde que, meses después de fracturarse el tobillo, en el mismo hospital marroquí en el que se la habían puesto le quitaran la escayola. Para descubrir que su pie era una masa deforme de color negro con el que no podía caminar.
«En Marruecos me dijeron que no había nada que hacer. Mis padres estaban desesperados. Somos pobres y no había opción a encontrar otro médico. Yo tenía amigos que habían saltado a España y no me lo pensé», explica Ridu, como le llaman los suyos y le conocen los más de 6.000 seguidores que tiene en instagram. «No sé por qué tengo tantos, será por que las fotos son bonitas», bromea.
Sin perder la sonrisa en ningún momento, recuerda aquellos saltos de la valla: «Los hice con las muletas, iba muy lento y me pilló la Policía». Tras varias devoluciones en caliente a su país, lo siguió intentando, hasta que logró su propósito: entrar en España. Y lo hizo como la mayoría de los menores extranjeros no acompañados: con lo puesto, sin dinero y con un teléfono móvil como única posesión. «Los niños marroquíes venimos a España para tener futuro, no para robar», asegura. Y acompaña sus palabras con hechos. «He estudiado, me capacité para trabajar en el programa 'Joven ocúpate' y me formé como auxiliar de dependiente, primero, y luego en cursos de la ONCE, donde llevo trabajando más de un año«.
Pone la voz él al contingente de menores que, como él, llegan cada día a España sin la protección de sus familias. Más de cuatro mil hay en Canarias. En Asturias, 101 que ocupan la totalidad de las plazas reservadas por el Principado para ellos. Llegan a España saltando la valla, nadando o subidos a unas lanchas que no merecen tal nombre. llegan solos, sin la compañía de ningún adulto, sin dinero y, como en el caso de Ridu, sin saber una palabra de castellano. Conocidos como Menas por las siglas de Menores Extranjeros no Acompañados, quienes no conocen su realidad les cuelgan la etiqueta de delincuentes, definición tan falsa como injusta. «En los 15 años que llevamos desarrollando el programa Ítaca, para ayudar a los menores tutelados a su paso a la vida adulta, solo hemos tenido problemas con dos personas. Con dos de centenares«, apunta Víctor García.
Coordina él Ítaca, el programa pionero que desarrolla Asturias y que busca seguir protegiendo a los menores a los que tuteló hasta los 18 años. Distribuidas en varios pisos, Ítaca tiene 45 plazas para esos jóvenes ya adultos a los que acompaña hasta finalizar los estudios iniciados o en la búsqueda de un empleo. «Eso en Ceuta no pasa. Allí, a los 18 años te ponen en la calle» explica Ridu, que no guarda buen recuerdo de su paso por la ciudad autónoma. «Al principio, viví en la calle y en un coche abandonado. A un policía le llamó la atención que fuera con muletas, así que se puso a hablar conmigo y descubrió que era marroquí y que estaba solo, por lo que me llevó al centro de acogida de allí».
Un dispositivo el ceutí que no hace honor a su nombre. Pese a que alberga a menores que no tienen ni familia ni, tampoco, antecedentes policiales, «estamos vigilados por policías» y, sobre todo, «masificados. Dormíamos dos personas en cada cama, había muchos en el suelo... No había ninguna privacidad». Para lograrla, cada uno ponía una sábana sobre su lugar en la cama a modo de tienda de campaña, «para tener nuestro espacio», una tela que no les libraba de las agresiones. «A mí no me pegaron, pero me intentaron robar varias veces. Metía mi móvil, lo único que tenía, en un agujero que le hice al colchón», recuerda.
Tres años pasó en esa situación sin que nadie atendiera al estado de su pierna «me daban pastillas para el dolor» ni le enseñara a hablar castellano, «aprendíamos hablando unos con otros» ni le ofrecieran formación. Lo único que hacían era estar todo el día hacinados en el centro o vagando por Ceuta. Hasta que se puso en marcha el traslado a otras comunidades a los Menas ceutíes, como ahora se plantea hacer con los de Canarias. «Me anunciaron que iban a mandarme a Madrid, pero luego me hablaron de Asturias... Yo no sabía ni qué era Asturias. Solo me dijeron que llovía mucho».
Su llegada a Asturias, con 16 años, fue de la mano de Accem, la entidad que se encarga de atender a menores y personas refugiadas. «Cuando me vieron la pierna fliparon», recuerda Ridu. A la mañana siguiente de ser alojado en un centro en Oviedo «en el que tenía mi cama, mi armario, mi mesita», recuerda emocionado, «me llevaron al HUCA». Y allí «me salvaron la vida. Los médicos me dijeron que había que amputar. que tenía gangrenada la pierna hasta debajo de la rodilla». Afortunadamente, la articulación pudo ser salvada, lo que permite a Ridu «mover mejor la prótesis». Una que ni nota ni se la notan. «Salvo correr, puedo hacer de todo. A veces me pongo a rezar y, entonces, me doy cuenta de que la llevo puesta», porque le molesta al arrodillarse.
De esa operación, como del resto de cosas que le pasaron desde que entró en España, su familia ha sabido por el teléfono. «Desde los 13 años, cuando salté la valla, no he vuelto a ver a mi madre», cuenta sin olvidar que «tardé casi un año en poder hablar con ella, porque no tenía su número para hablar». Porque esa es la realidad de los Menas. Son niños de doce, catorce o dieciséis años que llegan solos y sin apoyos a un país que le es desconocido. Y desde esa llegada, pasan años, en ocasiones décadas, hasta que pueden volver a dar un abrazo a su familia. «Ellos no pueden viajar y yo, hasta ahora, tampoco. Ahora tengo trabajo y espero poder ir a verles este año. Será la primera vez desde que me fui», dice Ridu.
Mientras llega ese viaje soñado, su día a día consiste en trabajar para la ONCE. «Una vez alguien me dijo que vaya suerte la mía, que había españoles con discapacidad que no lograban ese trabajo», comenta con tristeza, porque lo que tiene claro es que «no ha sido suerte. La formación no fue fácil y logré entrar estudiando». Y ha mantenido el empleo «trabajando mucho. Tenía un contrato por un año y me acaban de renovar». A sus 21 años imagina su vida dentro de diez «con mi trabajo fijo, mi piso y la familia que espero formar». ¿Dónde? «En Asturias. Aquí encontré el futuro que buscaba y aquí quiero seguir». ¿Volver a vivir a Marruecos? La respuesta no puede tener un soniquete más asturiano: «Calla, ho. Volveré solo a visitar a la familia, mi vida está aquí.»
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