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ALICIA GARCÍA-OVIES
VILLAVICIOSA.
Miércoles, 15 de enero 2020, 00:06
Han pasado 325 años desde que tres jóvenes se instalasen en una céntrica casa de la Villaviciosa para vivir la vida monástica en clave franciscana. Más de tres siglos de historia que las hermanas Clarisas honraron durante todo el 2019 con presentaciones, conferencias, exposiciones y, por primera vez, la apertura al público de una parte del monasterio. Un amplio programa que ayer llegó a su fin con una misa oficiada por el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes. «Sería muy difícil recordar todos los momentos que han vivido desde entonces las hermanas que han pasado por aquí», reconoció
Sí quiso, en cambio, el arzobispo, profundizar en el porqué de su voto de clausura, por el que siempre han tenido «un cariño especial desde la Iglesia». Una vocación que se explica, según apuntó, con dos palabras: silencio y soledad. «El silencio hay que cuidarlo porque hay un Dios que no es mudo, siempre nos está hablando. Muchos de nosotros, con el trajín del día a día, no lo escuchamos. Pero ellas, las hermanas, están aquí para eso. Como la soledad, que se entiende porque hay una presencia que vale la pena adorar», aseguró. Así pues, Las Clarisas «escuchan a Dios, rezan por nosotros y nos acogen en su pequeña iglesia», la cual ayer acogió a numerosos vecinos que quisieron acompañarlas en una fecha tan importante para ellas.
Es una comunidad religiosa, la de las Clarisas, formada, como él mismo destacó, por hermanas de distintas edades y lugares de origen. «Cada una tiene su luz, su gracia», destacó. Y forman, entre todas ellas, «un regalo para la diócesis y para Villaviciosa». «Debemos dar las gracias por todas las hermanas que han pasado por aquí y por un pueblo, como éste, que las ha queridos», afirmó Sanz Montes.
Ese cariño ha sido constante desde su llegada a Villaviciosa, hace ya 325 años. Las Clarisas, a pesar de su voto de clausura, siempre han estado involucradas en la vida diaria de Villaviciosa, para la que esperan, reconocieron ayer, ser «un faro de luz y esperanza».
Esa estrecha relación se ha vuelto aún más cercana durante el último año con motivo de la celebración de su aniversario. «Hemos visto crecer a este pueblo, como la madre a sus hijos. Día tras día, hemos vivido con vosotros los sufrimientos, alegrías, ilusiones y esperanzas de la vida cotidiana, que hemos hecho nuestras porque eso nos han dejado en herencia nuestras antecesoras. Y hemos de decir, también agradecidas, que siempre nos hemos visto correspondidas, acogidas, arropadas y protegidas en la Villa», apuntó la abadesa, María Luisa Picado en la misa de acción de gracias que dio inició a toda esa vorágine de actividades.
Aunque su vida en la capital manzanera no ha sido tan sencilla, la carcoma obligó a realizar una reforma del monasterio que duró casi diez años y en las que las hermanas todavía siguen trabajando. «Quedan aún algunas cosas por hacer, como cambiar el suelo de baldosa antigua parcheado de cemento a causa de las obras de saneamiento», apuntó Picado. Además, el número de religiosas ha disminuido considerablemente. Llegaron a ser veintidós, pero ahora tan solo quedan seis. Aun así, siguen manteniendo la misma fe que hace 325 años dio lugar a la comunidad.
Pero, como apuntó ayer Sanz Montes, «no hay que mirar solo para atrás. Recordad vuestro pasado, dad gracias por él, pero no dejéis de escribir una historia inacabada». «Enhorabuena, esperemos vernos en el 350», concluyó.
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