Secciones
Servicios
Destacamos
ROSA FUENTES
Miércoles, 31 de agosto 2022, 01:13
La historia de Pravia tiene sus momentos dulces y amargos, lo mismo que el chocolate, ese producto que tanta vida le aportó y otra tanta le quitó muchos años atrás. Carlos Romero, que proviene de una familia de confiteros desde 1850, la ha estudiado durante seis años y para contarla ha escrito 'La industria del chocolate en el concejo de Pravia'. Se presenta mañana, a las siete, en el salón del plenos del ayuntamiento.
Aunque se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Oviedo, su vida laboral, ya finalizada, estuvo dedicada al sector de las editoriales, así que todo lo relacionado con el papel y la tinta le resulta familiar, igual que cuantas historias están vinculadas a Pravia y su entorno, la villa en la que nació.
Su libro parte de otro escrito por Claudia Prieto Rodríguez y viene a «corregir las escasas inexactitudes de su estudio», además de aportar nuevos datos y ofrecer una muestra de cómo era la sociedad del momento.
En sus páginas trata sobre los llamados «labrantes» de chocolate. Arranca en 1865, cuando José Menéndez, Juan Fernández, José García Larena y Manuel García comenzaron como cotizantes de la industria chocolatera, según los datos obtenidos a partir de los libros de matrículas industriales custodiados en el Archivo Histórico de Pravia, desde 1865 hasta 1967. Desde aquella primera fecha hubo catorce empresarios destinados a este sector.
Entonces eran artesanos, porque las fábricas no llegaron hasta principios del siglo pasado y duraron hasta 1967, después de suministrar chocolate, sobre todo, para los economatos mineros. El declive llegó por la gran oferta, según algunos expertos, y también por la concentración y por el desarrollo de las propias fábricas. «Los llamados depósitos de chocolate, a principios del siglo pasado, ya circulaban por toda Asturias y eso fue anulando a las pequeñas», asegura el autor.
La obligación de comprar el cacao en Guinea, también está considerado como uno de los motivos que llevaron hasta el fin de esta industria chocolatera.
El libro incluye más de setenta fotografías y a través de la narración, ofrece una serie de historias y de nombres. Su autor quiere dejar claro que «no es un estudio histórico». Tal como dice, «a lo largo del texto se comprobará que la ausencia de documentos, la perdida de los archivos de las diferentes compañías, dejarán huecos en la información imprescindibles para comprender las distintas gestiones realizadas por los industriales y, a veces, las más, no se llega ni a saber la denominación de las diferentes marcas de chocolate», aclara.
Los lectores podrán comprobar cómo «siendo unas personas las que figuran como contribuyentes, serán otras quienes lleven el negocio», en palabras de su autor.
Los datos reflejan cómo en alguna ocasión, dada la longevidad de la fábrica, «serán varios miembros de una misma familia quienes hagan los pagos».
Es el caso, por ejemplo, de la sucesiva aparición de Eulogio Solís García, fundador de una chocolatera; de su viuda Trinidad de la Uz (de donde proviene el nombre de la empresa La Trinidad; de José Solís de la Uz; y de Eulogio Solís de la Uz. Aún habrá un nuevo cotizante, Gabino Pereiras Fernández, pero no será familiar; en un momento preciso comprará la fábrica que permanecerá con el mismo nombre hasta el cierre, según relata el autor de este libro.
Cuenta también cómo José Menéndez Menéndez a su muerte legará la fábrica a sus herederos, sin especificar, aunque poco tiempo después fue su yerno Fernando González Díaz quien figure al frente. «Celestino Rozas Sierra traspasará su negocio a Manuel Fernández Fernández y la fábrica viaja de Peñaullán a la capital del concejo», relata.
También incluye historias de otras familias que no se dedicaban al chocolate, aunque procedían de éstas y siempre dentro de la misma época.
Romero se ha volcado en esta publicación y considera que «falta contar la historia local de Pravia, aunque sea de manera sentimental», porque «es necesario que la gente tenga memoria». En este sentido, insiste en que «lo que no se escribe, no va a existir». Con su mentalidad historiadora, piensa que quizás «en el concejo nos vayamos empequeñeciendo, aunque es ley de vida». Como ejemplo, recuerda que la Azucarera de Pravia fue la última que se construyó en todas Asturias y «fue la primera en cerrar, más o menos a los dos años, aunque curiosamente, es el único de estos edificios que queda en pie y afortunadamente está arreglado, aunque a falta de contenidos», lamenta.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.