Mario, nombre ficticio, lleva seis años protegiendo a su hija. Á. PIÑA

«El maltratador de mi hija y de mi nieta vive libre y sin miedo. Ellas, no»

El padre de una víctima de violencia de género narra el «desamparo» que sufre y pide a la sociedad «que señale al agresor y deje de protegerlo»

CHELO TUYA

OVIEDO.

Miércoles, 21 de noviembre 2018, 03:56

«Voy a ir con la cría a tu casa. La voy a matar a ella y luego me mato yo». La frase quedó grabada para siempre. Pero no en el móvil, donde hubiera servido como prueba para que su exyerno perdiera cualquier posibilidad de relacionarse con su nieta. Quedó grabada en su cabeza. Y en la de su hija. Una hija educada en igualdad, con estudios superiores y con empresa propia. Una hija con fuerte red familiar y social. Una hija con una niña de seis años. Y, también, con una expareja maltratadora.

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«Esto nos puede pasar a cualquiera», asegura ese asturiano que prefiere permanecer en el anonimato y utilizar un nombre ficticio, Mario. Asegura que no lo hace «por miedo ni vergüenza, sino porque dar la cara solo servirá para que esta persona se vuelva más agresivo con mi hija y mi nieta». Porque su exyerno, pese a que agredió en varias ocasiones a su hija, una de ellas con testigos y parte de lesiones, «nunca fue a la cárcel. Él vive libre y sin miedo. Sin embargo, mi hija y mi nieta, no».

Una situación con la que se rebela. «Después de una sentencia, con cárcel o sin ella, la pregunta que se hacen todas las víctimas es la misma: ¿Y ahora, qué?», cuestión que él mismo se responde: «Ahora, el desamparo. El sistema no protege a las víctimas ni a sus familias. Salvo que él entre en prisión, y para eso tiene que haber hecho algo muy grave, el miedo para ellas es permanente».

«Un policía me dijo: 'Que sea agresor no significa que sea un mal padre'. Me hundí»

Lo dice porque así vive desde hace seis años. «Realmente, mi mujer y yo teníamos indicios, pero mi hija nunca nos dijo nada». Hasta que todo saltó por los aires. «Ella decidió separarse cuando mi nieta era un bebé y él no lo aceptó». Comenzaron a saber del acoso físico, «la seguía, se subía en el autobús y se sentaba a su lado, sin decir ni media palabra»; del telefónico, «en una hora la podía llamar treinta veces», y de las agresiones. La más seria, ante testigos, cuando su ex le retorció el brazo y la tiró el suelo para quitarle a la niña de los brazos, «fue la única que denunció».

Pensó él que, por fin, había llegado el fin del problema de su hija. «Siempre creí que ella tenía que denunciar, que solo así se solucionarían las cosas». Pero no fue así. «Cuando planteé que ese señor no podía seguir teniendo derecho a visitar a mi nieta un policía me dijo: 'Que sea un maltratador no significa que sea un mal padre'. Me hundí», confiesa.

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La lucha judicial concluyó con condena «pero no entró en la cárcel». Y comenzó el periplo por puntos de encuentro «para entregar a la cría cada fin de semana que le tocaba estar con su padre», por psicólogos «que determinaron que la menor temía a su padre» y por abogados «porque él amenaza de forma constante a mi hija con quitarle la custodia de la nena».

«Encadenada al miedo»

Así que vive ella, su hija y «toda la familia encadenada al miedo». Mario ha acudido a terapia, a talleres sobre violencia de género y se ha leído varias veces el libro 'Feminicidios en España', del catedrático Javier Fernández Teruelo, donde se pone de relieve los fallos del sistema de protección a la víctima. «Teruelo lo explica perfectamente: si un individuo está dispuesto a suicidarse tras asesinar a su mujer, ¿qué temor va a tener de ir a la cárcel? Ninguno», lamenta.

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Por eso, apuesta por tres vías para acabar con un problema «que, como dice Teruelo, suma más asesinatos de mujeres en quince años que víctimas del terrorismo de ETA». Mario pide «educación en igualdad, para frenar desde la base»; prisión permanente no revisable «porque está claro que son personas que no tienen recuperación» y, sobre todo, «por señalar al agresor. No digo hacerle escraches, pero sí dejarle claro que es un maltratador, que no apoyamos su actitud, no reírle las gracias, hacerle ver que está solo». Todo para que las víctimas del maltratador «puedan vivir y, sobre todo, hacerlo sin miedo».

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