El gijonés Kike Figaredo, en el parador Molino Viejo, en un momento de la entrevista.DAMIÁN ARIENZA
Kike Figaredo: «Las sociedades avanzadas no pueden cerrarse en el miedo por la pandemia»
Kike Figaredo, obispo de Battambang, Camboya ·
Dos meses después del fallecimiento de su madre logró volver a Gijón para oficiar su funeral. «La distancia ha sido dura, pero he tenido el cariño de los camboyanos»
GUILLERMO MAESE
GIJÓN.
Martes, 11 de agosto 2020, 15:46
Kike Figaredo: «Las sociedades avanzadas no pueden cerrarse en el miedo por la pandemia»
Corea del Sur, París, Madrid y Gijón. Y nada más llegar: bicicleta y «bañín» en San Lorenzo. Una larga travesía para el gijonés y prefecto apostólico de Battambang, Kike Figaredo (Gijón, 1959), que vuelve a casa para despedir a su madre, Ana María Alvargonzález -fallecida el pasado mes de junio a los 96 años-. Aunque ya han celebrado una despedida íntima, la familia pretende celebrar un funeral público en agosto. «Nada en casa es igual sin ella».
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-Bienvenido a casa. ¿Cómo está viviendo el duelo por la muerte de su madre?
-Ha sido una pena terrible. Mis hermanos Ana y Nicanor ya nos habían avisado de su empeoramiento de salud, pero nunca se está preparado para despedir a una madre.
-Y menos, supongo, a miles de kilómetros.
-Intenté venir según me enteré, pero me fue imposible. He cogido los primeros billetes disponibles. La distancia ha sido dura, pero el cariño de los camboyanos me ha ayudado a digerir el trago.
-¿Hablamos de su madre?
-No me incomoda en absoluto. Mire, era una mujer extraordinaria que murió dándolo todo. Nos dejó una actitud muy bonita hacia la vida: simpatía, amor a su familia y positividad. Era una mujer adelantada a sus tiempos. Siempre ha tenido detalles con todo el mundo. El amor entre ella y mi padre será nuestro ejemplo. Solo tengo cosas que agradecerle.
-¿Qué tiene usted de su madre?
-Le debo la manera de entender la vida. Ambos intentamos vivir para los demás, pero con profundidad interna. Debemos comunicar vida y ganas de vivirla.
-Se han cumplido 20 años de su nombramiento como prefecto de Battambang. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
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-Introduje con mucha fuerza en nuestra iglesia la ayuda a los niños discapacitados. Era una labor que realizaba anterior a mi nombramiento y no la he abandonado. La relativa estabilidad del país nos ha ayudado a crecer con mejores hábitos. Damos más de doscientas becas universitarias, ofrecemos una ayuda al desarrollo muy profunda. Lo más gratificante es verlos crecer personal y profesionalmente.
-¿Qué encuentra quién le busca en Camboya?
-Una familia buena que busca el desarrollo de las capacidades. Hay oportunidades para todos. Ahora estamos muy focalizados en empresas sociales, que están integradas por personas con discapacidad. Damos trabajo digno y es una preciosidad. Es un orgullo haber creado tantas estructuras.
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-¿Cómo se puede seguir ayudando desde fuera?
-Que todo el mundo se haga socio de la ONG Sauce (ríe), con sede en Gijón, porque necesitamos estabilidad en los ingresos. Estamos viviendo una pequeña crisis financiera.
-¿La crisis sanitaria derivada de la COVID-19 ha sido tan dramática en Camboya como en España?
-Camboya lo hizo muy bien, se cerró el país antes de que la COVID se manifestara, no ha habido ningún caso de muerte, y se han contabilizado algo más de 200 de contagios. A la vuelta tendré que pasar cuarentena. Allí hay seis aviones al día, y todo el mundo a su llegada tiene que pasar seis días en un hotel.
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-¿Y cómo veía la situación en España?
-Con mucha tristeza, era una herida que cada día sangraba más y se hacía más profunda.
-¿Pasó miedo?
-Sí, y allí nos hizo levantar todas las alarmas. Pensaba que si el virus entraba en Camboya con la misma fuerza, moriría la gente por la calle. Rápidamente tomamos medidas de higiene y distancias social. Fíjese hemos repartido tanto jabón, en colaboración con Cáritas, que hemos parado enfermedades camboyanas de toda la vida.
-La pandemia ha supuesto un duro golpe de realidad; somos ahora más vulnerables.
-Desde luego que somos más frágiles de lo que nos creíamos. Y encuentro un problema en ello: la sociedades más avanzadas no pueden cerrarse en el miedo.
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-¿Y el miedo derivará en egoísmo?
-No puede ser así. De esta pandemia salimos siendo más vulnerables, pero debemos ser también más solidarios. No podemos olvidarnos de las necesidades de la gente más sencilla y pobre.
-La teoría es fácil...
-Hay que buscar el bien común: o todos o nadie. Hay que buscar aquello que nos hace mejores, más capaces para ayudar a los demás y no encerrarnos en ideas egoístas. Por ejemplo, los avances que estos meses han conseguido en la investigación médica del virus deben ser trasladados a los países donde hay menos medios. Lo mismo en la educación, allí hay niños con un bajo grado de escolaridad que por miedo y falta de medios han dejado de estudiar.
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-Todo lo basa en la razón humana
-Es ahí donde nos tenemos que hacer fuertes. Todos los seres humanos tienen derecho a tener dignidad, estudios e higiene, y esos derechos debemos cuidarlos todos. Si se abandona al necesitado por falta de solidaridad y egoísmo, será imposible impulsar su desarrollo y les condenamos de por vida.
-Oiga, y a usted ¿Por qué se le quiere tanto en la ciudad?
-Es verdad que me siento muy querido. Creo que es así porque trabajamos por la dignidad de las personas más necesitadas. Haber centrado mi proyecto en el desarrollo inclusivo de las personas con discapacidad de Camboya nos ha acercado mucho a la gente. Y hay otro aspecto relacionado que es el modo de contar las historias. Siempre lo hemos hecho de una forma amable y positiva. Tenemos un corazón amplio y una visión de larga distancia.
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-¿Volverá a repetir aquellos viajes a los colegios gijoneses con niños de Camboya?
-Estaba previsto para 2020, los niños estaban encantados. Lo haremos sin duda cuando se pueda porque es una gran ilusión.
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